Estudios sobre Lucrecio: J. Duff

De rerum naturam liber quintus T. Lucreti Cari


Edited with introduction and notes by J. D. Duff

1ª edición 1889, reimpresión 1896.

Cambridge, at the University Press

http://www.archive.org/details/dererumnatural00lucruoft


Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua


PREFACIO

[p. vii]

El quinto libro de Lucrecio contiene alguno de los más hermosos trabajos y también, siendo menos técnico y árido que los otros libros, está mejor dispuesto para servir como introducción al estudio del De rerum natura. Esta edición ha sido preparada teniendo este objetivo en mente: ayudar a explicar este libro especialmente para los principiantes y alisar el camino para la comprensión de otras partes más difíciles del poema. Mi deuda es muy grande, en todas las partes de mi libro, a la famosa edición de Munro. En la Introducción también he hecho un uso considerable del comprensivo y extraordinario análisis del Profesor Sellar en sus dos volúmenes sobre los poetas romanos; y mucho de mi cuarta sección está resumida de Seller. Para la sección astronómica tengo que agradecer la destreza y amabilidad del Sr. H. L. Callendar, Profesor del Trinity College. Es importante decir aquí que las teorías astronómicas de Lucrecio son bastante simples, tanto en cuanto ellas son puramente extravagantes, y difíciles solamente cuando se aproximan a la verdad. Por consiguiente la información dada aquí es sólo una simplificación de lo que se podría encontrar en los ordinarios libros de texto de astronomía. [p. viii]

El texto es en gran parte aquél de la última edición de Munro; pero he incluido unas pocas conjeturas de Madvig y algunos autores recientes. Todas esas desviaciones del texto de Munro están indicadas.

Escribiendo las notas yo he consultado constantemente el comentario de Munro, y también he mantenido ante mí la edición del Profesor Kelsey (Boston 1884) y de Benoist y Lantoine (París 1884), aunque ambos están basados en Munro contienen algunas cosas originales. Pero debido a la clase de estudiantes que tengo en vista, fue imposible para mí seguirlos a fondo; y las notas son en gran parte de mi propia redacción. Finalmente tengo que agradecer al Dr. J. P. Postgate, Profesor del Trinity College, el cual muy amablemente se ofreció a revisar las notas y me hizo críticas muy sugestivas.

J. D. Duff

Trinity College, Cambridge.

Diciembre de 1888.



INTRODUCCIÓN

[p. ix]

I. Vida de Lucrecio


Nec vixit malet qui natus moriensque fefellit.

Horacio, Ep. I, 17, 10.


La Crónica de Hieronymus o san Jerónimo, compilada hacia el 400 d.C., tiene el siguiente registro: “el poeta Tito Lucrecio Caro nació el 94 a.C.; perdió la razón a consecuencia de beber un filtro amoroso y se quitó la vida a los 44 años de edad, después de componer en sus intervalos lúcidos varios libros que posteriormente Cicerón corrigió”. La fecha de su muerte sería entonces el año 50 a.C. Pero Donato, que generalmente es más seguido, en su vida de Virgilio menciona como una coincidencia memorable que Lucrecio murió (nada dice de locura o suicidio) el 15 de octubre del año 55 a.C., el mismo día en que Virgilio, con quince años, tomaba la toga virilis.

Entonces podemos asumir con bastante probabilidad que Lucrecio nació el año 99 a.C., y murió en el otoño del 55. Las otras afirmaciones hechas por san Jerónimo son todavía más dudosas que su cronología. En primer lugar, con respecto a la alegada locura y suicidio, es muy extraño que un tan trágico final de un gran genio no sea mencionado en ninguna parte por ninguno de los escritores latinos posteriores. Y por otro lado la historia sólo fue una piadosa ficción en cuanto probablemente fue inventada por una posteridad impresionada por la heterodoxia de Lucrecio. Es importante notar que un final similar fue inventado para Luciano, otro hereje epicúreo: de él dijo Suidas que había sido despedazado por los perros. Además parece altamente improbable que el poema fuese escrito en los intervalos lúcidos de un hombre demente: el argumento es estrictamente lógico, la disposición magistral, en aquellas partes del poema que no están [p. x] obviamente inacabadas. La última afirmación de la Crónica, que Cicerón corrigió los libros, implica un hecho que es ciertamente verdadero, que Lucrecio dejó su poema inacabado y que fue publicado después de su muerte por otra mano. Pero no sabemos que tipo o cantidad de “corrección” realizó el editor, ni siquiera qué Cicerón fue el editor, Marco Tulio o su hermano Quinto. Una vez Lucrecio es mencionado por el orador en una carta escrita desde Roma a su hermano Quinto,1 en enero del 54 a.C., cuatro meses después de la muerte del poeta; pero desafortunadamente el texto del pasaje está corrupto y no arroja luz sobre ninguna de estas cuestiones; incluso es imposible deducir hasta qué punto admiraba el poema y por qué motivos.

Estos escasos e insatisfactorios detalles son todo lo que los escritores de la Antigüedad nos dicen sobre la historia personal de Lucrecio. Ocasionalmente él es mencionado tanto por poetas como escritores en prosa, a veces citado y a veces criticado; pero ningún detalle de su vida o muerte es registrado en ninguna otra parte. Es posible agregar muy poco a este magro resumen a partir de la evidencia interna de su poema, aunque algunos de sus editores han llevado las conjeturas más allá de los límites razonables.

En primer lugar es tolerablemente cierto que fue un romano de buena familia y fortuna. El nombre de su gens es el de una muy antigua casa patricia; y los términos de absoluta igualdad con los que se dirige a Memmio, una figura muy distinguida en la Roma de aquellos días, apunta a la misma conclusión. Un escritor actual ha llamado a Lucrecio “el aristócrata con una misión”;2 y es verdad que el entero tono de su poema es el de un hombre de buena posición y familiarizado con el lujo que él desaprueba.

Todavía es más certero que su vida fue la de un recluso. La actividad política siempre fue desagradable para los epicúreos; y en Roma precisamente en esta época la guerra civil era inminente, y el panorama político era verdaderamente oscuro. Lucrecio nunca está más inspirado que cuando denuncia la ambición. Ni la inmensa actividad literaria de la época podía ofrecerle [p. xi] contacto con otros hombres, pues la literatura que amaba pertenecía enteramente al pasado. Él fue por encima de todo un estudiante. Debe haber gastado mucho de su tiempo en estudiar los filósofos y poetas griegos: él mismo nos dice que el absorbente propósito de su vida, que carga a través de “las claras noches” y que le persigue incluso en el sueño,3 fue el estudio de los filósofos y la exposición en su poema de sus “gloriosos descubrimientos”. Según la tradición, su maestro Epicuro dejó trescientos rollos, “máximas doradas”, dice Lucrecio, “en las que me alimento como una abeja entre las flores”.4 Y además de Epicuro hay muchos otros abstrusos y voluminosos escritores cuya autoridad él reconoce o cuyos dogmas él refuta; Empédocles y Demócrito son frecuentes en el primer grupo, Heráclito y Anaxágoras en el segundo. También traduce o imita a los siguientes autores griegos: Homero, Hesíodo, Eurípides, Tucídides, Hipócrates y quizás Aristófanes y Platón. Entre los escritores latinos podemos hallar imitaciones de Ennio y su sobrino Pacovio, el principal poeta épico y el principal trágico de la temprana literatura latina.

Finalmente, a partir del auténtico y evidente placer con el que describe toda la variedad de seres de la naturaleza e ilustra sus argumentos con ellos, podemos deducir que su vida transcurrió en gran parte en el campo. Podríamos imaginar a Lucrecio en un lugar tranquilo, lejos del “humo, riqueza y alboroto de Roma”; lo queremos contemplando las nubes sobre los montes o las olas en la playa con el deleite de un poeta y el penetrante interés de un filósofo, o analizando los escritos de Epicuro, y estudiando cómo podría transferir mejor su precioso contenido a su inmortal poema.


II. El Poema de Lucrecio


Docti furor arduus Lucreti

Statius, Silvae, II, 7, 76


El De rerum naturam es un poema didáctico, consagrado a exponer sistemáticamente un tema específico. Los trabajos [p. xii] y los días de Hesíodo, las Geórgicas de Virgilio, el Ensayo sobre el hombre de Pope, todos ellos pertenecen a esta clase de poesía. El tema que el poema de Lucrecio quiere explicar es el sistema filosófico de Epicuro o parte de él. Una breve explicación es dada más debajo de las doctrinas de Epicuro tal como son explicadas o aludidas en el quinto libro de Lucrecio.

La forma y título del poema deriva de Empédocles de Agrigento, que vivió en el s. V a. C. y escribió un famoso tratado en versos hexámetros, “peri physeos”, del cual han sobrevivido algunos fragmentos. El poema está dedicado a Gaio Memmio, destacado como orador y político del partido senatorial, pero hombre indigno y sin principios; nosotros no podemos decir porqué Lucrecio lo consideró merecedor de tal distinción. Ningún otro contemporáneo es mencionado en el poema, aunque algunos editores han creído encontrar alusiones a Clodio y a César.

Los primeros dos libros están dedicados a una explicación muy completa de los átomos y el vacío, siendo éstos según Demócrito y Epicuro, los dos grandes elementos del universo; aquí también se exponen y refutan los sistemas rivales de otros filósofos. Hay menos evidencia de estar inacabados estos libros que los otros. El tercer libro se ocupa principalmente en mostrar que el alma es una parte material del hombre, formada de átomos como el cuerpo y que muere con él. Esta teoría es de la más alta importancia para Lucrecio y se extiende largamente. El cuarto libro explica la teoría epicúrea de la vista y los otros sentidos; el quinto ofrece una explicación sobre los orígenes del mundo, de la vida y la sociedad humana; de este libro se da un análisis más completo a continuación. El último libro es una miscelánea. Comienza discutiendo la naturaleza del trueno y el relámpago y otros fenómenos celestiales; luego se ocupa de varias curiosidades naturales tales como la atracción magnética, y finaliza con una descripción tomada de Tucídides, de la peste de Atenas. Obviamente es más confuso y menos acabado que los otros libros.

Entonces se ve que Lucrecio comienza colocando los primeros principios de la filosofía atómica, y luego discute [p. xiii] en sus últimos cuatro libros algunas aplicaciones específicas de esa doctrina, que forma parte del sistema de Epicuro. El objetivo del poeta no es tanto puramente científico como práctico y moral. Su principal objetivo, tal como nos lo dice una y otra vez, es liberar la mente de los hombres del yugo de los temores supersticiosos mostrándoles la naturaleza y sus leyes; y es por eso que él argumenta con tanta pasión contra la inmortalidad del alma y la interferencia de los dioses en los asuntos humanos. Entonces el propósito del quinto libro es mostrar que el mundo y todo lo que contiene no fueron creados por el poder divino, y que todo progreso es resultado de la experiencia natural, no de una guía divina. Y en conjunto parece que Lucrecio vivió bastante para completar en líneas generales toda la tarea que se había propuesto, aunque la última parte del poema está lejos de haber alcanzado un acabado artístico y arreglo de los materiales.

Respecto a la dicción y metro del poema, Lucrecio deliberadamente adoptó un estilo que debe haber parecido arcaico a sus contemporáneos. Esto puede apreciarse comparando el De rerum natura con el Peleo y Tetis de Catulo, la cual ciertamente fue escrita casi por la misma época. Lo mismo que el verso épico griego continuó hasta el final a imitar las formas y vocabulario de Homero, así también Lucrecio pensó hacer tomando como modelo los Anales de Ennio, el único gran épico que había en latín, aunque habían pasado dos siglos desde que él escribió. Al inicio de su poema hace una honorable mención de Ennio,5 y constantemente le imita incluso en sus pocos cientos de líneas de fragmentos que poseemos. También es probable que su arcaísmo fuese entendido como una protesta contra la tendencia de la literatura contemporánea latina. Pues justo en esta época hubo una gran actividad literaria entre los romanos. Cualquier hombre educado podía, como dice Mommsen, escribir quinientos hexámetros de un tirón: Quinto Cicerón escribió cuatro tragedias en una noche para dulcificar la monotonía de los cuarteles de invierno en la Galia. Pero todos estos poemas fueron indignas imitaciones de malos modelos, de Calímaco y los otros poetas eruditos de [xiv] Alejandría. El gusto fino de Lucrecio se revuelve ante la moda dominante y se apega a Ennio, y a través de él, a la literatura clásica griega. Así su credo filosófico y su gusto literario le llevan a descartar todas las tradiciones anticuadas y mitológicas tal como vemos en el Coma Berenices de Catulo, traducido de Calímaco. Resueltamente rechaza creer en la mitología, y el único conocimiento que valora es el que tiene poder para purificar los corazones de los hombres y hacerlos vivir felices.

Su arcaísmo aparece tanto en el lenguaje como en el estilo. Usa muchas palabras y formas antiguas, de las cuales Virgilio selecciona con discriminación; y también acuña muchas palabras nuevas, que ningún escritor había usado antes de él. Prefiere usar una palabra griega significativa en lugar de un débil u oscuro equivalente latino. Le encanta los artificios de aliteración y asonancia, las cuales parecen congeniar mucho con el temprano latín y ocurre tan constantemente en Ennio y todavía más en Plauto; aquí de nuevo Virgilio decide restringir la práctica de sus predecesores. Sus frases a menudo son excesivamente largas y construidas libremente; es indiferente a la ambigüedad que sus sucesores de la era augusta no tolerarían; y su colocación de las palabras es a menudo desconcertantes para los que no están familiarizados con su estilo. Su metro, aunque más refinado que el de Ennio, está necesitado de armonía y especialmente de variedad, cuando se compara con l perfecto ritmo de Virgilio.

La dificultad de Lucrecio, la cual incluso los antiguos experimentaron,6 parcialmente se debe a su gusto por el arcaísmo, pero también a lo inadecuado del lenguaje como instrumento para expresar ideas abstrusas. Ennio había sido capaz de dibujar con rudo vigor la antigua historia de Roma, estableciendo un modelo de verso heroico para sus sucesores, y legándoles un vocabulario considerable. Pero el lenguaje todavía era, tal como Lucrecio lamenta tres veces,7 un vehículo muy imperfecto para la discusión de ideas políticas, morales y metafísicas. El alto grado de éxito que consigue debe haber sido resultado de un trabajo inmenso. [p. xv]

Muchos han pensado que Lucrecio fue singularmente desafortunado en la elección del tema. Un gran poeta ha dicho que la poesía debería ser simple, sensual, apasionada; y sería difícil para cualquier poema, consistente principalmente en la exposición de un sistema filosófico, satisfacer esas condiciones. Esto es especialmente cierto en la filosofía epicúrea, la cual, al menos en su aspecto metafísico, es de todos los sistemas el menos elevado y el menos profundo.

Incluso, a pesar de su tema no atractivo, su arcaísmo y su verso monótono, el poema de Lucrecio es inmortal. La grandeza está en el hombre más que en el tema. En la doctrina de los átomos hay mucho que es maravilloso y llamativo para la imaginación; pero después de todo es la personalidad y el poder poético de Lucrecio que convierte su obra en un legado para siempre: su noble entusiasmo, su profundo pathos, su seriedad intelectual y su genio descriptivo. En nuestro propio tiempo su poema excita peculiar interés por su espíritu científico, y porque discute los mismos problemas de religión, ciencia y antropología que nosotros estamos enzarzados en discutir una y otra vez. Sobre sus grandes cualidades no han faltado testimonios. Pocos han conocido la literatura antigua y moderna como Macaulay; y él dice de Lucrecio: “En energía, perspicacia, variedad de ilustración, conocimiento de la vida, talento para la descripción, sentido de la belleza del mundo externo, y elevación y dignidad del sentimiento moral, difícilmente Lucrecio ha tenido jamás alguien igual”.8 También Munro, competente como juez mejor que ningún otro, resumió su opinión así: “Quizás difícilmente haría violencia al gusto de la época actual llamar a Lucrecio el más grande de los poetas latinos existentes. Como el resto de sus conciudadanos, él no es un gran genio creativo; encontramos en él muchos ecos incluso de los escasos fragmentos que poseemos de los antiguos poetas trágicos y épicos, Accius, Pacovio, y sobre todo, Ennio. Todavía debe más a los griegos, especialmente a Empédocles, respecto a la forma del poema ….. Del esplendido elogio que en su primer libro dedica a Ennio y Empédocles, podemos estar seguros que él no deseaba eludir sus obligaciones, [p. xvi] pero, como otros poetas latinos, pensaba que tenía derecho de usar a voluntad a sus predecesores griegos y romanos. Y él tiene méritos por sí mismo no sobrepasados en todo el conjunto de la poesía latina. A menudo me ha parecido que su genio es como el de Milton. Él despliega una maravillosa profundidad y fervor de ideas, expresado en un lenguaje de singular fuerza y belleza; una admirable facultad de claridad y un vigoroso y bien sostenido razonamiento filosófico; y un estilo igual en su pureza y corrección como aquel de Terencio, Cesar o Cicerón, y superior al de cualquier escritor de la era de Augusto”. 9


III. Lucrecio y Virgilio


Non verba autem sola sed versus prope totos et locos

quoque Lucreti plurimos sectatum esse Vergilium videmus.

Aulus Gellius, I, 21, 7


Cuando el poema de Lucrecio fue publicado, Virgilio tenía quince años de edad. “A tal edad el estilo y maneras de Lucrecio pudieron impresionar la mente susceptible del joven poeta; y quizás el más alto elogio que jamás se ha dedicado a un predecesor es la constante imitación de su lenguaje e ideas que invade las obras de Virgilio de un extremo a otro”.10 Podría añadirse que esta influencia fue en la época cuando fueron escritas las Geórgicas, y especialmente las segundas.

Virgilio nunca menciona directamente a Lucrecio; pero esto no es sorprendente si recordamos que él no menciona ni una vez a Teócrito en la Églogas, ni a Hesíodo en las Geórgicas, ni a Homero en la Eneida. Sin embargo hay un pasaje que inconfundiblemente debe entenderse que conlleva una alusión a Lucrecio. El pasaje es el siguiente:

Felix, qui potuit rerum cognoscere causas,

atque metus omnes et inexorabile fatum

subiecit pedibus strepitumque Acherontis avari.

Fortunatus et ille, deos qui novit agrestes,

panaque Slivanumque senem Nymphasque sorores.11

Es evidente que en éstas y en las precedentes líneas Virgilio está estableciendo una comparación, a su propia desventaja, entre Lucrecio, que se ha aventurado a explicar las leyes de la naturaleza, y él mismo, que se ha contentado con amar y describir sus aspectos externos. Podríamos comparar el similar contraste esbozado por Matthew Arnold entre Göethe y Wordsworth, en la que las palabras de Virgilio son aplicadas así a Göethe:

Y él fue feliz, si conocer las causas de las cosas,

y ver bajo sus pies el horrible flujo de terror e insana aflicción,

y el destino inminente, es felicidad.

Virgilio fue un hombre muy modesto y no dudo que sinceramente creía que Lucrecio era un genio más grande que él mismo. Pero si fue así, él estuvo casi solo entre sus conciudadanos. El arma virumque, como los poetas romanos gustaban llamar a la Eneida,12 eclipsó totalmente la Aeneadum genetrix ante el público romano, si realmente éste último estuvo de moda alguna vez; incluso los pocos, que se atrevieron despreciar a Virgilio,13 no parece que hayan puesto a Lucrecio como objeto rival de admiración. Estaba reservado a nuestra época ensalzar al antiguo poeta a expensas del posterior. Con su habitual vigor Johnson sostiene contra Burke la superioridad de Homero sobre Virgilio; pero si algún imprudente miembro del Club hubiese sustituido a Lucrecio por Homero, es probable que Johnson y Burke hubiesen hecho causa común contra tan novedosa paradoja. Sin embargo, durante el presente siglo, la comparación se ha hecho a menudo; y el veredicto de los eruditos ha sido, en conjunto, a favor de Lucrecio. Éste no es el lugar para entrar en una discusión de tan amplio alcance y dudoso valor; pero, si se admite que una nación es competente para juzgar su propia literatura, también debería recordarse [p. xviii] que los romanos fueron prácticamente unánimes en considerar a Virgilio como el par de Homero y bastante por encima de todos los otros poetas latinos.14 Es muy improbable que ellos siquiera hubiesen concedido los proximi honores a Lucrecio. No tenemos derecho a resolver esta cuestión en absoluto, según nuestros medidas y nuestras propias preferencias; ¿cómo nos sentiríamos si un hindú bien educado nos pidiese considerar su opinión, que Marlowe fue mejor poeta que Shakespeare, o Wordsworth que Milton?

Es interesante advertir que la relación entre los dos poetas de ningún modo es de pura simpatía. Cuando consideramos el temperamento religioso y casi místico de Virgilio, su respeto por la tradición, y la diferencia de sus entornos políticos y sociales, no podemos asombrarnos que él sea repelido y atraído por el genio por quien él manifiesta una admiración casi desesperada. “Virgilio no es un mero discípulo de Lucrecio, ni respecto a su filosofía ni a su arte. Aunque su imaginación rinde homenaje a la del pota más antiguo; aunque él conoce su contemplativa elevación; aunque tiene una fuerte afinidad con la honda humanidad de su naturaleza; incluso en sus más profundas convicciones y aspiraciones proclama su revuelta contra aquél”.15

Se observará que en muchos pasajes de Virgilio donde encontramos un eco de Lucrecio, el sentido es bastante diferente aunque las palabras son semejantes o incluso idénticas. Esto se explica fácilmente, suponiendo que su mente estaba tan saturada con los escritos de su predecesor, que él reproduce las cadencias o incluso las palabras sin ser consciente de ello. Un ejemplo podría tomarse de otro par de poetas latinos. Cualquier lector de Marcial se impresiona por la cantidad de alusiones a Catulo e imitaciones de él. Pero también hay semejanzas de un tipo más sutil. Por ejemplo, Catulo en uno de sus poemas reprocha a Calvus por enviarle como regalo una mala poesía, y promete tomar revancha enviándole un regalo similar de vuelta: [p. xix]

Nam si luxerit, ad librariorum

curram scrinia ….16

Ahora Marcial, en su cuarto libro, aconseja ganar la aprobación de Apolinario, y dice que, si se es condenado, irse con los artesanos de baúles:

Si damnaverit, ad salariorum

curras scrinia protinus licebit.17

La siguiente es una lista de pasajes en las Églogas y Geórgicas que están más obviamente imitados del quinto libro de Lucrecio.

Lucr. V, 8 : deus ille fuit, deus, inclyte Memmi.

Egl. V, 64 : deus, deus ille, Menalca.

Lucr. V, 30: equi spirantes naribus ignem.

Georg. II, 140: tauri spirantes naribus ignem.

Lucr. V, 33: asper, acerba tuens.

Georg. III, 149: asper, acerba sonans.

Lucr. V, 97: nec me animi fallit quam res nova miraque menti accidat ….

et quam difficile id mihi sit pervincere dictis.

Georg. III, 289: nec sum animi dubius, verbis ea vincere magnum quam sit …

Lucr. V, 202: possedere, tenet rupes vastaeque paludes.

Georg. II, 144: implevere, tenent oleae armentaque laeta.

[N.T.: siguen los ejemplos en p. xx-xxi]

……. [p. xxii]

IV. Algunas doctrinas de Epicuro


Philosophus nobilis, a quo non solum Graecia et Italia

sed etiam omnis barbaria commota est.

Cicerón, De finibus, II, 49.


Epicuro nació en Samos, el año 342 a.C. Fue a Atenas cuando tenía 35 años y allí fundó su propia escuela, en la cual enseñó hasta su muerte el año 270 a.C. Él fue casi adorado por sus discípulos y fue bajo todos los aspectos un hombre amable y excelente, y de ningún modo un epicúreo en nuestro sentido del término. Antes del 200 a.C. su sistema había encontrado muchos seguidores en Roma, aunque no congeniaba tanto con la gravitas del carácter romano como el sistema rival de los estoicos. Las doctrinas de Epicuro, que son explicadas o mencionadas por Lucrecio en su Libro Quinto, deben ser brevemente mencionadas aquí. Éstas son:

1) la teoría de los átomos y el vacío;

2) la naturaleza del alma;

3) la naturaleza del conocimiento;

4) la existencia y naturaleza de los dioses;

5) la teoría de los fenómenos celestiales.

1) ÁTOMOS Y VACÍO. Epicuro adoptó en su totalidad la teoría atómica de Demócrito, nacido el año 460 a.C. Según esta teoría el universo entero consiste en dos cosas: cuerpos (soma, corpus) y vacío (to kenon, inane). La existencia del cuerpo o materia es dada por la evidencia de nuestros sentidos, la existencia del vacío parcialmente por la posibilidad del movimiento, pues los cuerpos no podría moverse si no hubiese vacío o espacio vacío por los cuales moverse, y parcialmente por el peso desigual de cuerpos iguales en volumen: una bola de plomo es más pesada que una bola de lana solamente porque contiene menos vacío. Todos los cuerpos, que podemos llamar materia, están compuestos de átomos, a los cuales Lucrecio da los nombres de principia, primordia rerum, corpora materiae. Estos átomos difieren [p. xxiii] en tamaño, forma y peso, y son de número ilimitado. Ellos han existido desde siempre y nunca pueden ser divididos o destruidos en modo alguno, pues ellos son sólidos e indivisibles, no conteniendo vacío. Ellos están en constante movimiento, siendo impulsados hacia abajo por su propio peso y hacia los lados por los golpes de otros átomos; son tan pequeños que nuestra vista no puede percibirlos. El vacío también es ilimitado en extensión; y entonces también el universo, el cual está hecho de estos dos constituyentes, también es ilimitado. Un mundo finito como el nuestro, incluyendo tierra, mar y cielo, está formado cuando un concurso de átomos, después de muchos experimentos infructuosos, ha asumido posicione que les capacita para moverse por un tiempo sin separarse uno del otro. Pero un mundo así formado, puesto que ha tenido un principio, también tendrá un final; y los átomos liberados continuarán su carrera por el vacío y tomarán parte en combinaciones futuras. Todas estas operaciones son el resultado del azar, no de un designio.

Ciertamente fue una feliz intuición lo que indujo a Epicuro, indiferente como fue a la ciencia en general, a adoptar esta teoría científica. Sus contemporáneos la consideraron ridícula, pero la ciencia moderna la ha aceptado como verdadera en lo esencial. “Las proposiciones en las que Lucrecio ha establecido su teoría atómica anticipa algunos recientes descubrimientos en química y física de modo maravilloso. Actualmente la ciencia ha probado que sus afirmaciones sobre la constitución de la materia o son verdaderas o si no prefiguraban la verdad”.18

2) EL ALMA. La psicología de Epicuro es estrictamente materialista, y no admite diferencia entre el alma y la materia. Así como el cuerpo está hecho de átomos, así también el alma o principio vital (psiche, anima), y la mente o principio racional (logos, animus). La única diferencia es que el alma y la mente consiste de los átomos más pequeños y ligeros; esto es probado por la velocidad del pensamiento y por el hecho que el cuerpo cuando la vida ha cesado, no disminuye en tamaño ni peso. El principio vital está difuso por todo el cuerpo; el principio racional tiene su sede en el pecho. El alma, bajo el cual tanto anima y animus podría incluirse, no puede existir separada [p. xxiv] del cuerpo; nació junto con él y morirá con él. La muerte entonces es nada para nosotros, ya que una sensación no puede sobrevivir ni por un momento la separación de cuerpo y alma.

Lucrecio ofrece nada menos que 27 argumentos contra la inmortalidad del alma. Está ansioso por no dejar dudas sobre este punto, pues cree que la infelicidad de los hombres se debe principalmente a su miedo al castigo en una vida futura.

3) PERCEPCIÓN Y CONCEPCIÓN. Todo conocimiento, según Epicuro, depende de los sentidos. Su evidencia es irrecusable: cuando tenemos una impresión errónea de algún objeto que vemos, la culpa no es de nuestra sensación, sino de nuestro juicio de la sensación, o sea, de la mente, no de los ojos. Por la repetición de una misma percepción surge una concepción o noción (prolepsis), la cual es llamada por Lucrecio notities, y más acertadamente por Cicerón anticipatio. Esta noción es una imagen general, retenida en la mente, de lo que ha sido percibido. El origen de la percepción es explicado del siguiente modo. Finas partículas excedentes (eidola, simulacra) son descargadas constantemente de la superficie de todos los cuerpos, portando una exacta semejanza del cuerpo mismo. Estas películas se mueven con infinita velocidad por el vacío y son llevadas al alma por los varios órganos sensoriales. Cuando vemos un caballo, un imagen ha venido desde el caballo y pasado a través de nuestros ojos hasta el alma. Tacto, oído y gusto son explicados del mismo modo; los átomos del gusto se mueven más lento que los del sonido, y los del sonido más lento que los átomos de las cosas visibles. El pensamiento también es provocado enteramente por imágenes materiales; si pensamos en un centauro, nuestra idea se debe a la imagen de un caballo que se ha mezclado con la imagen de un hombre. Lucrecio va más lejos cuando dice que cuando soñamos con nuestros conocidos difuntos, nuestros sueños se deben a una imagen material de ellos; pero parece imposible de explicar como algo que ya no existe puede proyectar una imagen. Finalmente a las imágenes debe atribuirse el origen de la creencia en los dioses; pero aquí también es algo inconsistente.19 [p. xxv]

4) LOS DIOSES. Epicuro enseñó que los dioses eran inmortales y perfectamente felices. Pero su felicidad sería perturbada si ellos simpatizaban con los pesares de los hombres. Entonces sostuvo que ellos eran absolutamente ajenos a los asuntos humanos e indiferentes a nuestros méritos o deméritos. Sus cuerpos consisten de átomos tan finos que son invisibles a nuestros sentidos; ellos viven en espacios entre los mundos (metakosma, intermundia), donde jamás llegan tormentas. Y a partir del mal en el mundo está claro que los dioses no intervinieron en su formación.

Esta teoría esta acosada por dificultades, las cuales quizás podrían haber sido resueltas si Lucrecio hubiese cumplido su intención de explicar esto por extenso.20 Pero de hecho los dioses están bastante fuera de lugar en el sistema de Epicuro. Su lugar es ocupado por la Naturaleza, la cual es concebida, en todo caso por Lucrecio, como una fuerza omnipotente y omnipresente, gobernando el universo por leyes fijas. Si los dioses epicúreos están incluidos en el universo y están formados por átomos, tal como hemos dicho, ¿cómo pueden ellos escapar a la ley general que todas las combinaciones de átomos tienen un principio y deben tener un fin? Para dar una respuesta satisfactoria, Epicuro tendría que haber sacrificado la unidad del sistema.

5) LOS CUERPOS CELESTIALES. Su teoría del conocimiento condujo a Epicuro a extrañas conclusiones en su astronomía. Todo, dice, lo que pueden ser probado por los sentidos y confirmado por ellos, es verdadero; por el contrario, las opiniones que no pueden ser sometidas a esta prueba y al mismo tiempo no son contradictorias con ella, son todas igualmente verdaderas. Así es una verdad cierta que el sol es realmente casi del mismo tamaño como nos parece que es, pues un fuego en la tierra, mientras es visible, no disminuye de tamaño.21 Pero decir que las estrellas y el sol deben moverse a partir de alguna causa que las controla, o que los eclipses admiten una sola explicación, es una vana asunción no filosófica. Para estas cosas que están más allá de nuestro poder de observación, hay muchos modos de explicarlos, ninguno de los cuales es contradicho por la evidencia de los sentidos, y cualquiera de ellos podría ser verdadero, si no para nuestro mundo, para alguno de los incontables mundos contenidos en el universo. [p. xxvi]

Se advertirá que Lucrecio a menudo ofrece la explicación correcta junto con varias erróneas, en relación con estos asuntos. Los astrónomos de su tiempo no comprendían la naturaleza de la atracción; y puesto que ellos creían que el sol giraba alrededor de la tierra, entonces ellos tomaban sus movimientos aparentes como reales; pero ellos tenían alguna idea del tamaño de los cuerpos celestes, y explicaron correctamente el movimiento de la luna alrededor de la tierra y la causa de los eclipses.

V. La esfera celestial

Nec, si rationem siderum ignores, poetas intellegas.

Quintiliano, Institutio oratoria, I, 4.

El globo celestial común es un artefacto para trazar un mapa del aparente lugar de las estrellas en el cielo, tal como colocados sobre la tierra se muestran sobre el globo terrestre; con la diferencia, que para ver las constelaciones tal como realmente aparece, el observador debe [p. xxvii] imaginarse en el centro O de la esfera. En la figura adjunta, que representa la esfera celestial tal como se ve en la latitud 60° N., los lugares de las estrellas no se muestran, sino solo algunos imaginarios círculos a los cuales se refieren sus posiciones.

El horizonte del observador es representado por el círculo NESW. La mitad, NLP’S, bajo el horizonte, es por supuesto invisible al observador.

El eje, POP’, es la dirección del eje de rotación de la tierra, alrededor del cual, a consecuencia de la rotación de la tierra, parecen girar las esferas estelares. Los antiguos creían que la tierra estaba realmente quieta en el centro del universo y que las estrellas estaban fijadas a un armazón invisible que giraba alrededor de la tierra.

Los polos P, P’, son los puntos en que los ejes se encuentran con la esfera; ellos son llamado Polo Norte y Sur respectivamente.

El Ecuador EQWR es un círculo imaginario a mitad entre los polos. Encuentra el horizonte en los puntos Este y Oeste, E y W.

El sol tiene dos movimientos aparentes, que en realidad se deben al movimiento de la tierra. La rotación de la tierra sobre su eje da la sensación que el sol se levanta y se oculta cada día; mientras que la revolución de la tierra en su órbita alrededor del sol hace parecer que viaje a través del cielo una vez al año.

La Eclíptica, ECWL, es el aparente recorrido anual del sol entre las estrellas. La esfera celestial aparenta girar de Este a Oeste; pero el sol en su camino anual, aparenta ir en sentido contrario.

El Zodíaco. Así llamado por los animales (zodia) con los cuales se representaban las constelaciones, es una estrecha faja de cielo en ambos lados de la eclíptica. Se dividía en doce partes iguales llamados los signos del zodíaco, que eran llamados según las constelaciones que contenían.

Los nudos o Equinoccios son los puntos en los que la eclíptica corta el ecuador. El sol en su curso a lo largo de la eclíptica de Oeste a Este cruza el Ecuador de Sur a Norte en el equinoccio de primavera (21 de marzo) en el signo de Aries (véase 1, 687). Entonces su curso diario por el cielo coincide exactamente [p. xxviii] con el Ecuador EQWR, exactamente la mitad del cual está sobre el horizonte, de modo que la duración del día y de la noche son iguales. En la figura el nudo o punto de intersección por conveniencia está representado como justamente puesto en W; la eclíptica se muestra en la posición que ocuparía a las 6 p.m. del 21 de marzo. El sol cruza el Ecuador de nuevo de Norte a Sur en la época del equinoccio otoñal, bajo el signo de Libra, saliendo por E a las 6 a.m. el 23 de setiembre.

Los Solsticios son los puntos son los puntos C y L del curso anual del sol en los que se encuentra más lejano del Ecuador. El sol está en C y bastante al sur a mediodía del 22 de junio. Ese día su curso diario es el círculo CG, la mitad más grande del cual está sobre el horizonte, de modo que el día es más largo que la noche. El sol está en L a medianoche del 21 de diciembre; la mitad más grande de su curso diario LK, es entonces bajo el horizonte (véase II, 682-686).

Estos puntos son llamados Solsticios porque el sol, después de alejarse del Ecuador, parece detenerse y volver atrás. También son llamados Trópicos, es decir, punto de retorno. El solsticio de verano C está bajo el signo de Cáncer (el cangrejo), el solsticio de invierno L en el signo de Capricornio (la cabra), véase II, 615-617.

Eclipses. La luna completa el circuito del zodíaco una vez al mes. Su orbita está ligeramente inclinada respecto a la eclíptica; si coincidiese con la eclíptica, es evidente que la luna pasaría entre la tierra y el sol cada mes, provocando un eclipse. En realidad, los eclipses sólo pueden ocurrir cuando se da el caso que la luna está cerca de uno de los nudos de su órbita, o sea, aquellos puntos donde su órbita corta la eclíptica. Un eclipse de sol sólo puede ocurrir en la luna nueva, cuando la luna está entre el sol y la tierra; un eclipse de luna, en luna llena, cuando la luna está en el lado de la tierra opuesto al del sol, y pasa por el cono de sombra de la tierra (véase I, 764).


Traducción al castellano: Pedro E. León Mescua

Valencia, Mayo 2011

Traducción de la Introducción de J. Duff al libro V de Lucrecio por Pedro E. León Mescua se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.

Basada en una obra en www.archive.org.

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1 ad Quintum Fratrem, II.

2 F. W. Myers, Classical Essays, p. 216.

3 I, 142; IV, 969.

4 III, 9-13.

5 I, 117

6 Quintiliano, Institutio oratoria, X, I, 87.

7 I, 136, I, 830, III, 258.

8 Life, vol. I, p. 468.

9 Journal of Sacred and Classical Philology, I, p. 21.

10 Munro, II, p. 19.

11 Geórgicas, II, 490-494.

12 Ovidio, Tristia, II, 534. Marcial, Epigrammata, VIII, 56, 19.

13 Ovidio, Remedia, 367; Suetonius Gaius, 34.

14 Quintiliano, Institutio oratoria, XI, 85.

15 William Sellar, Virgil, p. 197.

16 XIV, 17.

17 Epigrammata, IV, 86, 9.

18 Masson, Atomic Theory of Lucretius, n. 1.

19 Véase nota a 1170.

20 V, 155.

21 Véase nota anterior a 564.