Cuando el contexto lo requiere, Goya representa a la mujer con una delicadeza, calidez y sensibilidad exquisitas, pero también la fustiga cuando quiere censurar su conducta.
A primera vista de esta imagen, dos hombres están raptando a la fuerza a una joven, pero aunque su cara exterioriza aspavientos, el lenguaje que transmite su cuerpo nos indica otra actitud: va abrazada a uno de los raptores y junto con las piernas relajadas más bien demuestra que no está haciendo nada realmente por liberarse, incluso parece ir cómoda en esa situación.
En este caso el clérigo y su cómplice han intuido cierta predisposición en la mujer, y que sin demasiadas dificultades podían dar rienda suelta a sus instintos más primarios.
Cuando una conducta deja bastante que desear y uno se pierde el respeto a sí mismo, la consecuencia que se consigue es que los demás tampoco te tengan respeto ni consideración, sirviendo de poco ya después las lamentaciones.
La mujer que no se sabe guardar es del primero que la pilla y cuando ya no tiene remedio se admiran de que se la llevaron.