Hasta la invención de los modernos sistemas de reproducción gráfica, el método utilizado para realizar réplicas idénticas de una imagen era el grabado en sus diferentes formatos.
En la época de Francisco de Goya el procedimiento habitual era el grabado sobre planchas de cobre, siendo éste el que él utilizó para dejarnos soberbias muestras de su arte en varias series de estampas con diferentes temáticas, entre las que se encuentra la que aquí se expone: Los Caprichos.
Entre las diferentes técnicas empleadas para realizar este tipo de grabado, Goya utilizó principalmente el aguafuerte y el aguatinta, además de punta seca, escoplo y bruñido, combinando varias de ellas en la elaboración de estos grabados. Goya fue autodidacta en el aprendizaje de esta técnica, experimentando con ella y elevándola a la cima de la perfección.
Después de configurar el motivo en la plancha de cobre, la huella o incisión formada se rellena de tinta para que la figura quede impresa en papel por medio de presión, tarea que ocupó a Goya hasta imprimir un total de 300 tomos, cada uno con las 80 estampas de la serie. El proceso incluía las pruebas de estado para comprobar, rectificar o añadir detalles, lo que da como resultado una cantidad que sobrepasa las 24.000 estampaciones. Se desconoce si esta compleja e impresionante labor la hizo solo o con ayuda de alguien.
El 6 de febrero de 1799 puso un anuncio en el Diario de Madrid para la venta de los ejemplares que finalizaba así:
“…Se vende en la calle de Desengaño, n°. 1, tienda de perfumes y licores, pagando
por cada colección de a 80 estampas 320 reales de vellón."
A pesar de sus buenas relaciones con algunas personalidades del Gobierno, Goya publicó la serie con intencionado desorden y sirviéndose de la ironía, el aforismo y frases con doble sentido para dar título a las estampas. Le preocupaba y quería evitar la censura y las represalias, debido a la mordaz crítica que realizaba a ciertas instituciones y a determinados comportamientos personales.
Un cambio inesperado en la política hizo que dos semanas más tarde del anuncio de venta retirara las ediciones que le quedaban (unas 240), ante el temor de que fueran requisadas y destruidas. En julio de 1803 Goya cedió al rey Carlos IV los ejemplares que todavía conservaba y las 80 láminas de cobre, quien las depositó en la Calcografía Nacional. El rey le compensó con una pensión para que su hijo estudiara pintura.
Después del fallecimiento de Goya, en 1828, se han realizado varias ediciones de las estampas, se calcula que unas 20, pues no están todas documentadas. Este proceso ha hecho que las planchas se hayan ido desgastando y perdiendo algunos detalles originales, sobre todo las partes grabadas al aguatinta, por lo que ya se han prohibido más ediciones. Ahora están precintadas y siguen depositadas en la Calcografía Nacional, perteneciente a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, donde se exponen periódicamente para su contemplación.
Las técnicas actuales han dejado obsoleto el sistema de reproducción del grabado, aunque éste mantiene su halo de prestigio como forma de expresión artística en sí misma.