Los disfraces y las máscaras son la particular característica de este grupo, cuyos protagonistas participan de lo que parece ser una fiesta de carnaval, aunque no es de esta fiesta ni de este tipo de máscaras de las que Goya nos quiere hablar, ya que utiliza esta escena como metáfora de lo que hay detrás de lo que consideramos nuestra “vida real”
Esta clase de indumentaria se viene utilizando desde tiempo inmemorial por todo tipo de culturas, posiblemente motivado por un íntimo deseo de ocultar, disimular o transformar la particular circunstancia o condición personal.
No obstante, para encubrir conductas o intenciones no hace falta el uso de atavíos, pues basta con aliñar nuestros actos o nuestras palabras con el engaño, la hipocresía o el cinismo. Este tipo de comportamiento, en su sentido nocivo, es el que Goya nos sugiere en esta estampa.
Sin embargo, además del planteamiento anterior y debido a que no suele gustar o no se suelen encajar bien las opiniones contrarias al propio parecer o que pueden considerarse molestas u ofensivas, utilizamos el silencio, el disimulo o el fingimiento para evitar malentendidos que harían embarazosas y difíciles las relaciones o incluso llegar a ser insoportables. Esta forma de actuar no daña directamente, pero impide mejorar.
El mundo es una máscara; el rostro, el traje y la voz, todo es fingido. Todos quieren aparentar lo que no son, todos engañan y nadie se conoce.