El obsequio o la gratitud generalmente son considerados como un acto cívico y cortés en sí mismo, que honra a quien lo realiza porque significa que sabe corresponder a favores, servicios o bienes recibidos.
Pero la definición de obsequiar o gratificar no distingue qué tipo de favores o servicios son el motivo que causa el agasajo, por lo que el civismo y la cortesía no están reñidos con el engaño, la ignominia o la perversidad.
Observando esta estampa que, junto con algunas otras de Goya, tiene como finalidad la denuncia de la utilización de niños en las sesiones de brujería y aquelarres, se puede apreciar la abominable degradación de lo que significa ser agradecido en su noble sentido. Unos abyectos y rastreros personajes agradecen a su maestro las lecciones de brujería recibidas ofreciéndole un niño como regalo para satisfacer sus infames y aberrantes actos.
Por lo tanto, la verdadera esencia de un obsequio no es el objeto regalado sino el motivo que lo causa, pues no es lo mismo agradecer una ayuda desinteresada y bienintencionada que los intercambios de favores derivados de actividades corruptas, delictivas, o favoritismos políticos.
Es muy justo: serían discípulos ingratos si no invitaran a su catedrático a quien deben todo lo que saben en su diabólica facultad.