Para que el ser humano tenga una vida razonablemente confortable y placentera no necesita hacer grandes excesos ni dispendios, que llegan a ser incompatibles con una existencia interesante y equilibrada.
En la época de Goya esos excesos eran muy limitados y sólo se los podían permitir escasos individuos o gremios, entre ellos estos frailes, que por pura gula no pueden esperar a que se enfríe la sopa y se la tragan hirviendo, sin saborearla porque están ansiosos y ávidos de las siguientes viandas, que ya vienen de camino.
Se puede identificar cierta analogía entre la imagen de esta estampa y la gran oferta actual de productos de consumo de todo tipo, lo que puede provocar una necesidad ficticia de adquirir sin demora los artículos ofrecidos en cuanto se tiene la ocasión.
El impulso de satisfacer deseos que no provienen del pensamiento cabal y razonado provoca situaciones en las que en lugar de sacar verdadero provecho de los bienes que se tienen a mano, lo que se consigue es atragantarse, como en el caso de esta imagen, o bien alimentar un anhelo enfermizo que nunca se llega a colmar porque siempre habrá otra apetencia que saciar.
Tal prisa tienen de engullir que se las tragan hirviendo. Hasta en el uso de los placeres son necesarias la templanza y la moderación.