La impactante impresión y el desasosiego que puede causar la contemplación del plano central de esta imagen no debe ocultar la verdadera intención de la escena, que no es la de tratar un caso de ajusticiamiento.
Dentro de la variedad de acciones, objetos o conjuros que en los tiempos de Goya se utilizaban durante los episodios de hechicería, existía la irracional creencia de que para la preparación de las pócimas que empleaban los hechiceros eran eficaces los dientes de un ahorcado, siendo eso lo que la refinada dama pretende conseguir en esta acción tan repelente.
Observando la indumentaria de los dos personajes, por una parte el delicado vestido de la dama y por otra los harapos del ajusticiado, podemos deducir que la creencia en necedades y majaderías no distingue de clases sociales y que las desgracias y los infortunios se suelen ensañar más con los desdichados.
Por otra parte, el acto tan repugnante que podemos contemplar aquí puede servir de ejemplo de lo que cualquier persona es capaz de hacer cuando en su mente se ha inculcado y arraigado una idea absurda, fanática e irracional.
Los dientes de ahorcado son eficacísimos para los hechizos; sin ese ingrediente no se hace cosa de provecho. Lástima que el vulgo crea tales desatinos.