A través de esta graciosa estampa Goya nos introduce en el mundo de la seducción en el sentido de ofuscación, dirigida más bien hacia el hombre seducido. Lo ilustra con este caballero petimetre y narcisista al que se le “cae la baba” con la menor carantoña sin darse cuenta de la mofa que suscita a las compañeras de la bella cortesana.
Se ridiculiza el comportamiento que hoy llamaríamos “pijo” adoptado por la corte de entonces, que imitaba los refinados modales parisinos y que impedían ser consciente de la vida real y estar vinculado con el pueblo llano, y por lo tanto carecer de herramientas para defenderse de un posible engaño. Además la gente se reía de esta forma de comportarse.
Por mucho que este personaje lo intente, con la lente no va a ver más allá de las apariencias, puesto que las personas no podemos conocernos a través de instrumentos y aparatos por muy modernos, sofisticados y seductores que éstos sean.
¿Cómo ha de distinguirla? Para conocer lo que ella es no basta el anteojo se necesita juicio y práctica de mundo y esto es precisamente lo que le falta al pobre caballero.