Uno de los actos que se ejecutaban en las sesiones de brujería o hechicería era el soplo, esto es, que un “experto” realizaba un soplido de aire sobre alguien con la intención de expulsar maleficios, espíritus malignos, distintas dolencias, o bien el caso contrario, que es echar una especie de maldición, como parece que sucede en esta imagen. Lógicamente, estos actos no tenían más efecto que el autoengaño.
Goya utiliza este hecho del soplido como metáfora para criticar cualquier acto o acción de pretendida calidad profesional, pero que en realidad es banal y superficial, que sólo se queda en una vistosa ceremonia, sin aportar nada de verdadero interés.
En esta escena los personajes centrales representan la sensatez y la serenidad, pero son rehenes de la sinrazón y el desatino, y aunque se tapan los oídos, no pueden esquivar la algarabía, agresividad y grosería que los rodea y los acosa con intención de reprimirles cualquier indicio de cordura y buenos modales.
Algún aspecto de nuestra actualidad bien podría verse reflejado en esta escena, pues la velocidad a la que se difunden los mensajes, así como la forma agresiva de estimular emociones y exacerbar pasiones, que se promueven y potencian a través de determinados medios de comunicación actuales, crean una considerable confusión que impide distinguir lo realmente valioso de lo mediocre y zafio, así como dificultar una reflexión reposada sobre lo que verdaderamente importa.
Los Brujos soplones son los mas fastidiosos de toda la brujería y los menos inteligentes en aquel arte. Si supieran.