Surge a veces en el llano,
y en la loma a veces brota,
susurrando mansamente,
como de una arteria rota
cristalino manantial.
Manantial inagotable
cuya linfa fresca y pura
se desliza, misteriosa
bajo arcadas de verdura,
como sierpe de cristal.
Dante sombra con sus ramas
los arbustos de la orilla,
y desplega ante sus plantas,
la balsámica gramilla
su magnífico tapiz.
Ya se vuelca en un ribazo,
ya se arrastra en una hondura,
ya parece, desde lejos,
en la faz de la llanura
misteriosa cicatriz.
Pero avanza, siempre avanza,
deja el llano, cruza el monte,
y, al murmullo de sus pasos,
se va abriendo el horizonte
como el velo de un altar.
Lo saluda el ave errante,
con dulcísimos gorjeos,
y le cuenta el aura tímida
sus amantes devaneos,
a la luz crepuscular.
La onda leve se agiganta,
su rumor se torna en grito,
como el pecho en que fermenta
la ansiedad del infinito,
la inquietud del porvenir.
Y creciendo y avanzando
el raudal se torna en río,
y va el río tumultuoso,
imperterrito y sombrío
con el mar a combatir.
Así nacen las ideas
manantiales de onda pura;
las ideas, que no tienen
más escudo ni armadura
que escudo de la fe.
Pero avanzan silenciosas,
se retuercen, forcejean,
y se allanan las montañas,
y los páramos chispean
a los golpes de su pie.
(Olegario V. Andrade)