El 2 de enero de 1833 la fragata inglesa "Clio" está en Puerto Soledad y J. J. Onslow expone al Comandante de la "Sarandi" una serie de condiciones que exhibe por orden del Almirantazgo Británico al tomar posesión de las islas en nombre del rey de Inglaterra. A la mañana siguiente se baja a tierra y enarbola la bandera inglesa, arriando luego la argentina. Por momentos, el mismo viento movió los dos símbolos. !Qué sentimientos encontrados en los habitantes de las lejanas islas!
Rivero y sus compañeros estaban ahí. Han sido testigos impotentes del despojo.
Voces que vienen de distintas partes corren y hablan de una posible reacción de los peones contra los hombres fuertes, de los que no pueden liberarse. Así llega el 26 de agosto de 1833, cuando se desarrolla un hecho que, no debidamente aclarado en el tiempo, cargado por la intencionalidad y las pasiones, nos presenta un drama de acción, visto y narrado desde distintos ángulos, que antagónicas, no permiten dibujar aún el perfil de uno de sus protagonistas, el del Gaucho Antonio Rivero, es sometido todavía al juicio que lo inscribirá en la historia como un héroe o como un bandido.
Aquel día de agosto, Brisbane, Dickson, Simón, Ventura Pazos y Antonio Vehingar son los muertos. Los victimarios: Antonio Rivero, Juan Brasido, José María Luna; y cuatro indios: Manuel González, Luciano Godoy, Felipe Zalazar y Manuel Latorre. La persecución es obstinada, Luna y Brasido se apartan del grupo rebelde toda colaboración a Rivero y sus compañeros será tomada por el gobernador Henry Smith como agresión al gobierno británico.
Apresados en marzo de 1834, Rivero y sus compañeros, engrillados son embarcados en el "Spartiate" y conducidos a Río de Janeiro para ser juzgados por el Contralmirante G.E. Hammod, jefe de la flota surta en el puerto. De allí se los envía como prisioneros a Londres en las sentinas del "Shake". Sin defensa, sin atención física o espiritual alguna, soportan un juicio sin garantías, sin respuestas, y después de malvivir en las bodegas de distintos barcos, son devueltos a América, y bajados en costas de la Banda Oriental del Uruguay, en 1835. Sin condena, sin absolución, sólo ellos y su infortunado pasado toman caminos que se pierden sin dejar huella.
A Antonio Rivero algún historiador lo muestra volviendo a su tierra e incorporándose en el Ejército para luchar en la batalla de la Vuelta de Obligado. Sus compañeros perdieron su historia en el polvo que levantaron sus pasos.