Cuaderno Nº 173

Índice Temático


GUALEGUAYCHÚ, Domingo 5 de diciembre de 1999CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 173
VIEJAS PLACAS DE METAL- Las placas viejas- ESQUINA SEÑALADA- CUANDO SE HACE EL BIEN- UNA EXPERIENCIA VÁLIDADe los cuentos de LUIS GUDIÑO KRAMER: DON JUAN FOX

VIEJAS PLACAS DE METAL…

Testimoniando vida

En CVADERNOS 171 decíamos que, al nominar PEDRO JURADO al tramo del bulevar Oeste (después, Antonio Daneri) que, naciendo en Urquiza en dirección sur alcanza a la calle de las Tropas, recorrimos; y nos encontramos, como olvidadas, placas antiguas de metal enlozado con el nombre anterior, aunque ya han corrido treinta y ocho años de aquel rebautizo. Simplemente están ahí sin un detalle que nos diga que ese nombre, fue. 

Tomamos fotos para conservar el testimonio, precisamente sobre la pared de la esquina sudoeste de Urquiza y Jurado. La actual señalización, pintada muy al alcance de la mano (círculo azul con símbolos blancos: nombre, número de calle, flechas indicadoras de dirección), bastante atacada por la generalizada costumbre de dejar mensajes de lo más diversos a la lectura del transeúnte, empalidece, en cuanto a integridad y claridad, comparada con la vieja placa que hace alarde, casi dos metros arriba, de material y nitidez gráfica envidiables.

La suerte nos había colocado frente a algo que movió nuestra atención hacia otras esquinas de nuestra ciudad que, caprichosamente, guardan los nombres viejos en lo alto de añosos muros, como pregonando aún la anterior denominación, la misma que exhibían los sobres de las cartas que llegaban en manos de aquél que, con su bolsa de cuero muy grueso y pesado colgada de un hombro, que el oficio y el tiempo volvían más bajo, nos mostraba la fatal adaptación del físico de "un servidor público": El Cartero. 

También el cartero con la carga emocional de su arribo, con el tiempo desvaneció en su influjo con el uso del teléfono y las comunicaciones automáticas. Pero esto no es nuestro tema de hoy. Nos concentramos en:

Las placas viejas

La esquina de Jurado y Urquiza guarda un lapso de historia de la que hablaremos aparte. Ahora seguiremos viendo otros testimonios de anteriores nombres con los que se designaba a muchas calles de la ciudad, nombres bastante mutables en el tiempo y no siempre en acción sopesada a través del juicio sereno resultante del tamiz del tiempo y el análisis.

Aunque la intención del rebautizo se concretara en Ordenanza correspondiente y se llevara o no a cabo alguna ceremonia de imposición, no se tomó la medida de retirar las anteriores y es posible hallar, en paredes de esquinas que no fueron remodeladas luego, las severas placas enlozadas relucientes o cachadas por la pedrada de algún buen tirador, o simplemente veladas por una mano de cal o pintura.

No se ha agregado a las viejas placas, algo que las distinga. En algunas ciudades se las ha remarcado simplemente y hasta la de las calles que conservan la antigua nominación como Bartolomé Mitre merecerían el mismo tratamiento, evidenciando con las dos señalizaciones que esa vía continúa llamándose igual que a principios de siglo. (en Mitre, altura de Bolívar, se resaltaría, cómodo en toda su extensión el nombre que, por Ordenanza del 1-1-1906, el Departamento Ejecutivo Municipal, a cargo de C. Santiago Díaz, impusiera a la ex calle Comercio. 

José Lino Churruarín, notable hombre del Derecho de Gualeguaychú fallecido en Paraná en 1906, dio su nombre a la ex Centro América en el mismo año; Luis N. Palma se lo dio a la del Plata en 1895, la que se bautizara Arroyo Grande a mediados del 1800.

Nos decía un profesional, recién venido a Gualeguaychú hace más de veinte años, lo que le costó encontrar la casa de un paciente (de Colombo abajo), pues las placas le indicaban que transitaba por la calle Francia.

Las importantes y claras placas de metal enlozado aparecieron a principios del 1900 y los tramos de calles de la planta urbana no abiertas aún para ese tiempo, sólo pudieron merecerlas después de 1906 cuando el gobierno municipal ordena la delineación y apertura de todas las comprendidas en la planta urbana, dando plazo para proceder, el 31 de diciembre de dicho año con penas de 25 pesos a los incumplidores y el doble si llegaren a reincidir. Ordenanza de julio anterior. El tiempo demostró cuánto se descuidó en el cumplimiento de la medida.

ESQUINA SEÑALADA

La casa de la esquina de Pedro Jurado y Urquiza, a la que fuimos buscando el testimonio de la doble señalización de algunas calles, nos proporcionó un reencuentro con una parte de la historia lugareña, de la que fuimos coetáneos e intentaremos señalar para que no se nos escape junto al trajinar cada más veloz de lo cotidiano.

De la pequeña puerta (sobre Jurado), salió una señora previniéndonos que no tomáramos en serio la señal de placa porque estaba equivocada. Esto sirvió para que iniciáramos una charla, previa presentación personal. Ella pregonaba orgullosa sus ochenta y tres años, que ciertamente no parecen más de sesenta. Respondió a nuestra pregunta, diciendo que era hija de D. Juan Soria, viejo ocupante de la casa y esa fue la llave para abrir el relato que fuimos armando y que nos resulta de valor trasmitir a los lectores de Cuadernos.

CUANDO SE HACE EL BIEN

Don Juan Soria vivió con el peso que ciertos predestinados sienten sobre su conciencia y espaldas. (Falleció cumplidos los ochenta años y había nacido casi con el siglo). Decimos predestinado porque Don Soria tenía la misión de Curar y la ejercía con seriedad, sin empaque ni poses, sin más palabras que las estrictamente precisas, que pronunciaba en voz baja, condensando en su mensaje, el diagnóstico, luego de haber observado las manos y más detenidamente el plano de las uñas como quien pudiera pasarlas y ver más adentro de ellas, el parásito atacante, si se hallaba enquistado, si notaba anemia, etc.

Bajo, delgado, como ajustado en su masa muscular, vestido prolijamente. Como en su casa, nada más y nada menos. Su familia estaba allí con él, sin aparecer ni hacer ruidos que pudieran interceptar una comunicación extraña y agradable que se estableciera.

La informante nos dice que no fue cómoda a su madre, la práctica de la misión "sanadora" de su marido, más que por la alteración de los hábitos caseros, porque se pudiera estar violando con ella preceptos cristianos, ya que era una ferviente practicante católica. Esa inquietud la llevó a consultar a su confesor, el Padre Marcos Panozzo, quién la tranquilizó diciéndole que su marido no cometía pecado, sólo era un intermediario entre Dios y los enfermos, para ayudarlos a mejor vivir.

UNA EXPERIENCIA VÁLIDA

En la década de 1960, acompañamos a una mujer llegada de Buenos Aires, con excelente actuación en el arte de curar. Terminaba de someterse a análisis y manifestó su voluntad de entrevistar a D. Juan Soria.

La llevamos hasta la esquina de Jurado y Urquiza. Pudimos mirar a D. Soria, pequeño en estatura al lado de la paciente. Luego de observarle las manos, puestas las palmas hacia abajo y, detenido después en las uñas, opinó algo sobre el color y cuidado de la piel que no alcanzamos a comprender y luego, sin dudar dijo: tiene "giardas enquistadas" y algo de anemia.

Al salir, mientras volvíamos al centro, la amiga nos comentó como complacida, la coincidencia plena con el resultado del análisis de laboratorio.

De los cuentos de

LUIS GUDIÑO KRAMER

DON JUAN FOX

Cuando llegamos a media mañana y no vimos chicos jugando ni sillones en la galería de la sombra, nos dimos cuenta de que en esa estancia no había patrona, que era una estancia de hombre solo.

Al ruido de nuestro camión se asomó a la puerta de la cocina una mujer grande. La cocinera.

-¿El patrón?

-Y, ha de andar en el campo.

Por la monografía (1) sabíamos que la estancia era de Duggan, y su mayordomo, don Juan Fox, vivía en el campo: Oveland. 

-Bueno, hágame el favor de decirle cuando venga que los ingenieros van a acampar en la torre (2). En el bajo.

- Si, señor. Pase nomás.

Y esa misma tarde nos voló el campamento una terrible tormenta del pampero. Pasamos mal la noche, debajo de la carpa caída. Y a la mañana temprano nos guarecimos en las casas. Ocupé una piecita, con mi mujer. Los muchachos levantaron de nuevo las carpas. Nosotros hacíamos mediciones geodésicas. Ajá. Y tirábamos luces (3), de noche.

- Nación... Y don Juan me arrojaba el diario por la puerta entreabierta, antes de salir al campo. Después yo me ponía a dibujar, y por la noche media. De manera de que no nos velamos nunca. 

La cocinera hacía las mentas del hombre. La sala de billar la había transformado en un museo de aperos criollos. Bastos, tiendas, pasadores de metal y de plata y de oro, rebenques, lazos, boleadoras, relucían, en el salón señorial. El gran comedor tampoco se usaba. Don Juan comía en la cocina, con los mensuales. Después jugaba una partida a las bochas, tomaba su café en jarro, en un jarro grande que la cocinera mezquinaba mucho. Sestiaba, y a la sobretarde ya estaba a caballo, recorriendo.

Un domingo a la mañana, temprano, salí a oler el campo. No había podido medir el sábado a la noche, así que madrugué. Tenía hambre de ver la madrugada en Oveland, oler el rocío, ver la niebla de la madrugada y la ceja del monte a lo lejos, desvaneciéndose en grises y nácares.

En el palenque estaba bailando en una pata un hermoso caballo negro retinto. Un basto cortón, de sobrepuesto de terciopelo con las puntas bordadas con seda, las riendas cortas, brillando los pasadores de plata, marlo al tronco (4), y los estribos cruzados. Liviano ha de ser, pensé, el que monte sin estribos tan grande, hermoso y ligero animal. Y al rato, de la cocina salió don Juan, hamacando su corpacho y acomodándose la boina sobre su cabeza entrecana.

Se arrimó de lleno al oscuro y se le acomodó de un salto, sin arrugar ni un chiquito el sobrepuesto. Medio quiso amagar un corcovo el hermoso animal, pero don Juan lo serenó de un lonjazo a lo ancho, que sonó en la mañana dormida como un toque de tambor. Abarajando el freno salió el caballo al campo, como despejando sombras y abriéndolo un trillo al día por venir, y don Juan, arriba como una estatua, sereno, grande, tranquilo, solitario, mirando sin ver ese mundo de su ámbito, pero respirándolo por todos sus poros.

Hombre y caballo concluyeron por diluirse armoniosamente en esa bruma del amanecer del domingo. El campo comenzó como a abrirse. Y yo me quedé triste, a pie.

Referencias:


(1) Cada punto geodésico tiene una monografía descriptiva. 
(2) Torre topográfica de madera, de algunos metros, desde donde se observa y mide con un teodolito. 
(3) Luces deben gala 
(4) Marlo al tronco: cola cortada muy corta.
INVESTIGACIÓN Y TEXTOS. Nati SarrotJEFE DE REDACCIÓN: Marco Aurelio RODRIGUEZ OTEROREDACTOR INVITADO: Fabián MAGNOTTACOLUMNISTAS: Silvia Razzetto de Broggi - Carlos M. CASTIGLIONEAurelio GOMEZ HERNANDEZ
Digitalización: Museo "Casa de Haedo" :  Natalia Derudi - Danilo Praderio - Pilar Piana - Marianela Muñoz.Edición y OCR del texto: Patricio Alvarez DaneriTRANSCRIPCIÓN Y ACTUALIZACIÓN Silvia RAZZETTO DE BROGGI - DISEÑO Y DESARROLLO WEB: PATRICIO ALVAREZ DANERI
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