CIPRIANO JOSÉ de URQUIZA

Nati Sarrot

Estaba hecho con la moderación del estadista pero le tocó vivir y morir en los tiempos de guerra .

DESPUÉS DEL ASESINATO 

Los biógrafos de Cipriano José de Urquiza opinan que al  asesinato no siguió una prolija investigación. Se sospechaba de  los adictos a Pascual Echagüe en conspiración contra los Urquiza como los hermanos Madariaga, Ferré,  Pedro Martínez (a) Rodas... entre otros. 

Cipriano de Urquiza fue sepultado al día siguiente de su muerte en la Iglesia Parroquial de Nogoyá. Siete meses después la villa se conmocionó con el fusilamiento en la Plaza pública de José Antúnez, Quintín Niz y José Higueritas. Estos tres hombres pagaron con sus vidas la necesidad de satisfacer el deseo de justicia: no se probó que tuvieran la última y total responsabilidad en la causa por la que se los había condenado.  

En tanto, el 31 de enero se inició un exhaustivo inventario de los bienes del extinto de su casa en Paraná. Hasta allá viajaron los  notarios, algunos se excusaron.

INVENTARIO E INVESTIGACIÓN SUMARIA 

Antonio Crespo, nuevo Gobernador Delegado, ordenó inventariar lo existente en la residencia de Paraná.  El asiduo asistente de Cipriano de Urquiza, don Pedro Rodríguez, debía presenciar el acto y declarar qué objetos faltaban por estar en préstamo, en reparación, cuáles eran ajenos y el nombre de sus dueños.

El expediente resultó un documento valioso e interesante. (2) 

Con motivo de arreglos constructivos en la Iglesia de la Inmaculada Concepción,  la urna con los restos del Gobernador Delegado, desapareció. Fue hallada tiempo después, vacía, en el campanario. Más tarde se localizó el cráneo… (4) La Comisión de Lugares y Monumentos Históricos – Filial Uruguay- apoyó la gestión de Eduardo de Urquiza, nieto de Cipriano José, que consiguió su entrega.  El 2 de septiembre de 1963 fue llevado al Panteón que en el Cementerio de Concepción del Uruguay posee  la familia del doctor Martín Ruiz Moreno, yerno de Cipriano de Urquiza.  

CIPRIANO JOSÉ, EL PRIMER URQUIZA ENTRERRIANO 

Cipriano José, hijo de don Josef Narciso de Urquiza y Álzaga y de doña María Cándida García, había nacido el 25 de enero de 1789 en la estancia La Centella, en el Partido de Gualeguaychú. Fue bautizado en la Iglesia San José de Gualeguaychú, por el Párroco Fortunato J. Gordillo.

Acompañó a Ricardo López Jordán (el viejo) en la revolución que depuso al gobernador León Sola en 1830. Fue hacendado y  Jefe Político de Concepción del Uruguay. Allí, en el centro fundacional estaba su casa, donde vivió con sus padres y con su propia familia. Tras el fallecimiento de su esposa Teresa en 1838, Cipriano se casó con Isidora Miró Sanabria. De esta unión nació José Antonio que contrajo matrimonio en Gualeguaychú con Vicenta Tudury. Ellos fueron los padres de Eduardo de Urquiza, autor de valiosos trabajos de investigación histórica.

Identificado con el ideario federal, don Cipriano José de Urquiza mantuvo comunicación personal y por correo con el Coronel don Eduardo Villagra. En enero de 1844, poco antes de su muerte, escribió  a su amigo y Jefe Político de Gualeguaychú, comunicando que marcharía sobre Nogoyá para combatir el avance unitario desde Corrientes; en su puesto, Villagra elaboró estrategias para perseguir a los desertores, incorporarlos a sus fuerzas, detener las invasiones enemigas, sobre todo las riveristas que desde Montevideo ingresaban por el río Uruguay. La estabilidad del gobierno entrerriano se hallaba en peligro. 

Cipriano José de Urquiza, hijo de Gualeguaychú, hombre que jugó un papel muy importante en la vida de la Provincia, cuyo consejo fue primordial en las decisiones de su hermano Justo José, fue asesinado en Nogoyá a los cincuenta y cuatro años por un grupo de forajidos comandados por Pedro Rodas, en aquel caluroso enero de 1844.

 LOS CUENTOS DE LUIS GUDIÑO KRAMER

NOCHE DE REYES

El camino de San Justo a La Brava es largo, pero su ansiedad por volver a ver a los suyos era incontenible, así que salió a pie, no más, confiando, en la suerte. 

Antes de llegar a Ramayón consiguió que un camionero lo alzara y así siguió sentado sobre unas bolsas, castigado por el sol de enero, pero cada vez más contento porque el aire parecía impregnarse, a medida que se iba aproximando, de ese olor a pastos fuertes, a espartillo duro y cortadera, que llevaba en su memoria desde la niñez. 

Mientras toman mate él piensa en el abandono en que vive su madre, y con más razón ahora que el viejo está preso. No suele ser casero el viejo, pero ella sabe que alguien traerá los vicios, la carne, a veces una botella de vino. Son compañeros, aunque él a veces, perdido por la bebida, intente pegarle. Pero no es por maldad, piensa ella. Los hombres son así. 

El único hijo se les fue al pueblo un fin de año. Ellos siguieron tirando, pobreando, sembrando unos zapallos, un poco de maíz, criando unas gallinas. Temprano ella asea su rancho, riega los malvones, da de comer a las gallinas. Lava, cocina, trae leña del monte. Nunca ha ido al pueblo y su único paseo es al cementerio y al almacén, desde que no tiene al hijo, de vez en cuando. Pasaron así los años hasta que ocurrió esta desgracia. 

Mira al hijo mozo y se alegra de verlo gordo, bien arreglado, con bombachas limpias y botas. 

- Todos festejan a los reyes, dijo él -y me dentraron ganas de verlos. 

Si, pues. Los Reyes -dice ella. Los Reyes Magos... Es cuando maduran las sándias. 

Ya estaba entrando el sol, colorado de seca. Se aquietaba el aire y el fresco crepuscular devolvía el ánimo a las gentes fatigadas por el bochorno del día. La madre regó el patio con agua que él baldeó del pozo y luego hizo humo para ahuyentar a los mosquitos. 

Por el camino real pasó un auto levantando nubes de polvo y del monte cercano empezó a oírse el coro de los bichos del campo. Las gallinas treparon al raquítico espinillo donde dormían y ella le preguntó si estaba bien en el pueblo. 

El no supo contestarle. No sabía qué era estar bien. Trabajaba, con calor en el verano, con frío en el invierno. Era peón de patio de un almacén. Hambre no pasaba, no. Pero era siempre lo mismo. Una gran apatía, un no saber que podría ser feliz. Ni siquiera desearlo mucho. Ni interesarse por nada. Esta madrugada, recién, tuvo esa angustiosa necesidad de volver. Y sin saber por qué. Estaba, tal vez, contento ahora. Había alguien más solo y abandonado que él, alguien que confiaba naturalmente en él, y hacia quien se sentía atraído... 

Viá trair unas latas de sardina del boliche y una botella de vino, dijo, y preguntó: ¿tiene galleta? 

Y festejaron así a los Reyes la madre y el hijo, en La Brava, cerca del camino real que va hacia San Javier.

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