HONESTO Y TRABAJADOR
A los niños se les inculcaba, básicamente, valores morales. Si se analizan las respuestas, se encuentra una coincidencia en palabras como honestidad, respeto y trabajo.
Ser una persona respetuosa, honrada y trabajadora era el objetivo que se inculcaba para la larga aventura de la vida que nacía.
En este punto, cabe preguntarse si no fue cambiando el mundo a partir de una suerte de desplazamiento de aquellos valores que se repetían sin cesar entre las paredes de la casa, esa escuela que no puede fallar.
Casualmente o no tanto, hasta los años ‘80 en la Argentina los candidatos políticos se presentaban con un slogan de dos palabras: “honesto y trabajador”. Así, en términos generales, eran las cosas más de medio siglo atrás.
Sin televisión, sin tantos cuestionamientos, con planchas a carbón. No existía la birome. En ese contexto, por ejemplo, el rulero significaría una revolución-y un alivio para los sábados de las chicas.
Para quienes peinan algunas canas, seguramente tantos recuerdos traen de la mano aquello de Tejada Gómez: “Demórate aquí, en la luz mayor de este mediodía, donde encontrarás el pan al sol y la mesa tendida”.
Había más tiempo y la vida no corría, transitaba. Las sociedades aún no habían enloquecido tras la búsqueda del confort. La mujer no trabajaba fuera de su casa y ocupaba, indiscutiblemente, un segundo plano social.
Si aquello era mejor o peor, merecería un extenso análisis. Cierto es que cada época guarda su encanto y algunas bellas costumbres sin reemplazo.
Que el tiempo -un niño que juega, diría Heráclito- siga correteando traviesamente, vaya y vuelva en una rayuela sin almanaques, como un trompo loco, como una ronda que no termina más, como esa cuerda que castiga dulcemente y agiganta la belleza casera del patio. La única condición es la que puso “Trapito” que no nos roben la ilusión.
Para los mayores, lógicamente, el asunto no merece discusión: “Seguro que aquellos tiempos eran mejores m'hijo, déjeme que le cuente cuando la nona hacia el pan, cuando el abuelo volvía del puerto, cuando nos pasábamos las tardes armando los caballitos de palo…”
Es que el sueño de volar se tornaba posible en ese Superman que se trepaba a la cima del árbol y en ese barrilete que rozaba el cielo.