Cuaderno Nº 85

Índice Temático


GUALEGUAYCHÚ, Domingo 7 de abril de 1996 CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 85
LUDOVICO BRUDAGLIO. EL BAUTISTERIO DE LA CATEDRAL (Nati Sarrot)MIGUEL FERNÁNDEZ, “EL MÉDICO DE LOS POBRES” (Nati Sarrot)“CALANDRIA” SEGÚN FRAY MOCHOLAS ÚLTIMAS FOTOS DE EVITA EN LA INTIMIDAD LOS HABITANTES DE LA MANSIÓN IV (Edición Impresa)- Entre Letras y Pinturas (Carlos María Castiglione)- Platería. Un culto universal – Hanap – (Aurelio Gómez Hernández)- Entretenimiento (Leonardo Etchart)

LUDOVICO BRUDAGLIO. EL BAUTISTERIO DE LA CATEDRAL

Nati Sarrot

Soy yo el que necesita ser Bautizado por ti, y, ¿tú vienes a mí?

Jesús respondió: Déjate ahora, pues conviene que se cumpla así toda justicia.

Entonces lo dejó hacer…

(Evangelio de San Mateo).

Con la reproducción de la escena del Bautismo de Jesús en la orilla del río Jordán, se ambienta y se hace fondo a la Pila Bautismal situada en la nave izquierda, de entrada a la Catedral San José. La tela está firmada por Brudaglio en el rincón inferior derecho.

Ludovico Brudaglio

LA PINTURA Y SU AUTOR

Ludovico Brudaglio llegó a Gualeguaychú a principios del año 1930 con la función de Inspector Seccional de Escuelas Nacionales. Venía de General Pico, provincia de La Pampa. Su familia llegaría más tarde, cuando él rentara una casa para residir en el nuevo destino.

Mientras tanto, fue recibido como pensionista en la casa de doña Emilia Brath de Almeida, en Gervasio Méndez 627. En esa casona compartió la vida familiar y expresó su deseo de ornamentar la pared del Bautisterio del templo parroquial. Para ello, realizó al óleo sobre madera la copia de una vieja estampa, en tamaño de 36 por 23 cm.

Así presentó su proyecto al Párroco Pbro. Pedro Blasón y fue aceptado. Habían pasado varios meses desde su radicación en la localidad; ya era persona conocida y había fijado residencia en calle Rivadavia, casi Rosario.

Cuenta nuestro informante (1) que Brudaglio trasladó la imagen a la tela con la técnica de copia de la cuadrícula (2). En su casa fue llevando con suma paciencia y didáctica, valido de tirantes de madera, que arrollaba o desplegaba según la marcha de la obra y colgaba en una pared.

A fines del verano de 1932, don Ludovico dio fin a su tarea. La colocó en la Iglesia con su marco de madera al que rodeó de figuras alegóricas a modo de guarda circundante y friso del Bautisterio.

El tiempo ha dañado en parte el conjunto, pero es dable apreciarlo.

En agradecimiento a la recepción y a la amistad que le brindara doña Emilia Brath, Ludovico Brudaglio le obsequió el boceto en cuyo reverso se lee “A mi buena amiga, Ludovico, 2 de marzo de 1932”. En la actualidad, es propiedad de Berta Almeida de Sciannamea.

Referencias:

(1) Informante, Profesor Manuel Salvador Almeida Brath, hijo de doña Emilia. Conoció al pintor y presenció el desarrollo del trabajo. Doña Emilia era hija del pintor Brath, el que en EL NOTICIERO ofrecía sus servicios en casa Repetto, 25 de Mayo y Chile, hoy Chalup. Hasta hace unos años, en la pared oeste de la entrada al Comité de la Unión Cívica Radical de Gualeguaychú, se veía una marina realizada por Brath.
(2) Cuadrícula, técnica que consiste en cuadricular la figura a copiar y el plano donde se va a trasladar, en tamaño de cuadros de mayor o menor lado según se desee ampliar o achicar el motivo. Luego, se van llevando, cuadrado por cuadrado, las líneas, sombras o colores del modelo a la cuadratura definitiva.

MIGUEL FERNÁNDEZ. “EL MÉDICO DE LOS POBRES”

Nati Sarrot

El 12 de febrero de 1887 Gualeguaychú fue sacudido por la noticia del fallecimiento del “Médico de los pobres”, el Doctor Miguel E. Fernández.

No tenía aún cincuenta años, había nacido el 7 de mayo de 1837, pero su clara inteligencia y su férrea voluntad supliendo el tiempo que su magra salud le quitara, le permitieron ejercer la profesión que eligió en servicio de los enfermos.

Oriundo de Gualeguaychú, por vía materna arraigó en los orígenes de la Villa. Pasó su infancia en la estancia de los Borrajo, en Costa Uruguay Sur.

Cursó estudios elementales en la Escuela del Estado y sus condiciones determinaron el ingreso al Colegio del Uruguay. De allí, partió a Buenos Aires para inscribirse en la Facultad de Medicina.

Sus estudios se vieron interrumpidos en varias oportunidades por la precaria salud; siendo estudiante y practicante en el Hospital de Hombres de la Capital, fue un paciente que debió apelar a la ciencia para realizar su intensa actividad.

La guerra con el Paraguay brindó a los médicos cirujanos un campo propicio para realizar operaciones quirúrgicas en auxilio de los heridos en tan cruenta y larga lucha.

En ese campo se desenvolvió como practicante. Miguel Fernández obtuvo el título de Doctor en Medicina y Cirugía el 25 de agosto de 1868.

Ya radicado en Gualeguaychú, ejerció la profesión en el Hospital Militar. (1)

Instaló consultorio particular en calle San José (en una casa actualmente incorporada a la Escuela Rawson, a mitad de cuadra, entre Luis N Palma y Rivadavia).

En 1870, cuando las invasiones a Gualeguaychú por las fuerzas de Ricardo López Jordán, el cirujano debió resolver situaciones graves que atendió con la ayuda de grupos de mujeres de su pueblo. La acción lo mostró vigorizado por la vocación de servicio y entrega. Se casó en 1873 con María Martínez, quien fue su dedicada colaboradora.

Hacia 1886 la salud del Dr. Miguel Fernández se resintió y falleció el 2 de febrero de 1887. Fue sepultado en el Cementerio del Norte.

Una calle de la necrópolis lleva el nombre del primer gualeguaychuense que se graduó como médico.

NOTAS:

1) Para 1868, Gualeguaychú se vio azotada por el Cólera Morbus. El Presbítero Vicente Martínez, Párroco de la Iglesia San José y Presidente de la Comisión de Ayuda formada al efecto, recibió del Dr. Fernández una carta ofreciendo sus servicios profesionales. El ofrecimiento fue aceptado. Trabajó en el Hospital Militar, en la edificación levantada en 1857 por el Estado provincial, situado en la manzana rodeada por las calles 9 de Julio- Ituzaingó- Roca- Colombo. En 1875 el nosocomio pasó a ser administrado por la Sociedad de Beneficencia de Gualeguaychú. Funcionó allí hasta que se inauguró el Hospital Centenario el 30 de agosto de 1913. En 1948 fue provincializado.

FRAY MOCHO OPINA SOBRE “CALANDRIA” 

Al fin ha subido a escena una verdadera producción nacional en que se ha caracterizado, con precisión y verdad, al gaucho matrero, exhibiéndolo en el medio ambiente que le corresponde. CALANDRIA de Martiniano Leguizamón, no es el peleador de policías de Hernández, tan bien retratado en Martín Fierro, ni es el tipo convencional con que Eduardo Gutiérrez llamó la atención de Buenos Aires, presentando su Juan Moreira y todos sus derivados; es un tipo especial, mezcla de gaucho filósofo de Ricardo Gutiérrez y del agudo y decidor de Estanislao del Campo, vaciado en un molde verdadero, preparado a fuerza de estudio y de observación por un hombre que tiene cerebro de poeta y siente, tal como es, la vida de nuestros hombres del campo.

La producción de Leguizamón no deja en el espíritu ningún sabor amargo, ni despierta pasiones que la cultura acalla; no es el hálito de la vida salvaje; es una fotografía instantánea que reproduce paisajes y costumbres y perfila caracteres cuyos lineamientos dibuja el mismo espectador.

Calandria: Foto de alternativateatral.com/obra42802-calandria

El protagonista es un personaje histórico y casi todos los entrerrianos de cierta edad, residentes en Buenos Aires –Montes, Spangenberg, Sobral (Enrique, Domingo y Manuel), Cigorraga, Peyret, Grané, Barroetaveña y Berduc, sus colegas, Fernando mi hermano, Naveira y cien otros que andan ahí–, lo han conocido y si lo vieran en el teatro, barajándose con el comisario Mazacote, con el Boyero y con ño Damasio, el trenzador, les parecería hallarse allá en las quebradas de Entre Ríos, en aquellos tiempos en que en los grandes centros agrícolas de hoy, había todavía gauchos y ranchos, y en que se cantaban tristes y se tocaban pericones en la guitarra.

El Teatro de la Victoria… era anoche un pedazo de Entre Ríos… Aquél era el gaucho de su tierra, aquél era CALANDRIA, el travieso, el alegre, el que no mataba ni robaba, sino que, vagando de rancho en rancho, gemía sus penas en la guitarra y enamoraba muchachas en los bailecitos…


LA TRIBUNA

 23 de mayo de 1896

LAS ÚLTIMAS FOTOS DE EVITA EN LA INTIMIDAD

Me hubiera gustado verla a la mujer de mi pueblo.

Peteco Carabajal.

 

Las últimas fotos que quedaron de Eva Perón en la intimidad de la residencia presidencial, la muestran con algunos chicos, para los cuales ella siempre tuvo sensibilidad especial. Uno de esos chicos, que hoy tiene más de cincuenta años, era de Gualeguaychú.

Eva Perón y Juancito Mangucio 

Se dice que los niños saben llegar donde nadie llega. Acaso por su inocencia, por su pura audacia o porque ese precioso tiempo de la vida encierra un montón de cosas especiales que los grandes ya no pueden entender.

JUANCITO MANGUCIO, hijo de una familia de Gualeguaychú, tenía doce años cuando quiso cumplir un sueño que aparecía poco menos que imposible: llegar a conocer a Evita.

Así como alguna vez su ilusión fuera un juguete de madera, ahora quería hacer realidad la esperanza de conocer a Evita. Y de nada valdrían los lógicos intentos de sus padres para que desistiera del descabellado intento.

¿Qué perdía si lo intentaba?, se preguntaría una y otra vez Juancito mientras disfrutaba de su niñez en Gualeguaychú.

Y le escribió una carta.

Le dijo que no le pedía una bicicleta, ni juguetes, ni una pelota de fútbol.

 Quisiera conocerlos a Perón y a Ud. Evita, escribiría con su letra. 

Llegaba de la mano el otoño del ‘52 y también de la inolvidable mujer cuando la carta tuvo respuesta: dos pasajes y una cita.

Fue una mañana de abril. Voy a ver a Evita…”, repetía el niño cuando junto a su madre entró en la residencia presidencial.

Evita recibió a Juancito, quien seguía obstinado en su sueño: “no quiero pedirle nada. Verlo a Perón. Verla a usted…”.

Luego, Eva le preguntaría si necesitaba algo, pero el chico insistiría hasta el cansancio: quería conocerla a ella y a Perón.

—¿Qué querés que te dé, Juancito?

—Nada, Evita.

—¿Te hace falta algo?

—Nada, Evita.

—Pero yo deseo darte algo. Tenés que pedirme algo…

El pibe titubeó un momento.

—Sí, señora, quiero ver al General Perón.

A la mañana siguiente, presenciaría en primera fila un acto en el que el gobierno de Brasil condecoró a Evita. En esa ocasión, pudo cumplir también el sueño de ver a Perón.

La revista “Mundo Peronista”, una verdadera e indisimulada tribuna de doctrina, reflejaría en septiembre de ese año la anécdota de Juancito el entrerriano, como lo llamarían. 

Acaso Juancito Mangucio no sepa que él representa en aquel momento el cariño de todos los pibes de la Patria linda que ahora tenemos…, que venía a consolar el dolor de Evita. Él, providencialmente, asumió esa responsabilidad”, decía Mundo Peronista.

Han pasado más de cuarenta años. Aquel niño de la inocente irreverencia es ya un hombre, un vecino de Concepción del Uruguay.

Sin saberlo, acercaría una mágica ternura que por un momento hizo olvidar a Evita lo que comprobaba hora a hora: que en poco tiempo llegaría el final.

En medio de la alegría del encuentro que no podrían borrar los años, seguramente no sospechaba la trascendencia que tendría para él aquella mañana otoñal, cuando la crónica periodística recogió las últimas notas gráficas de Evita en la intimidad de su casa.

MUNDO PERONISTA, 1952

INVESTIGACIÓN Y TEXTOS. Nati SarrotCarpetas de Andrea SAMEGHINIJEFE DE REDACCIÓN: Marco Aurelio RODRIGUEZ OTEROREDACTOR INVITADO: Fabián MAGNOTTACOLUMNISTAS: Carlos M. CASTIGLIONEAurelio GOMEZ HERNANDEZ
Colaboración tipeo de texto: Rita MartínezTRANSCRIPCIÓN Y ACTUALIZACIÓN Silvia RAZZETTO DE BROGGI – Octubre 2020- DISEÑO Y DESARROLLO WEB: PATRICIO ALVAREZ DANERI
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