Respetemos el Derecho a la Identidad de Carlos Gardel
Tomado del libro "REPATRIACIÓN DE GARDEL"
NOTA 5, corresponde al CAPITULO XV
"Gardel fue un producto del ambiente y de la época" dice Isabel M. del Campo (ob. cit.).
Por mi parte prefiero invertir las premisas y sostener que tal vez no hubiera sido Gardel
fuera de ese ambiente y de esa época."
Ricardo Ostuni
Resulta interesante rescatar el perfil de la ciudad en el último decenio del siglo XIX cuando, presumiblemente, Gardel comenzaba a descubrir sus calles.
"En un principio fue el desorden, en aquellos barrios caóticos que el paso de un siglo al otro le van agregando a la Gran Aldea ya francamentemente encaminada hacia su ambicioso destino de urbe a la europea. Ambas centurias se unen en un eslabón proteico que trae, de arrastre, el peso de su aire colonial para insertarse en un futuro social, económica, política y culturalmente conmovido de plano a plano por la marea de la inmigración..." (Orlando Mario Punzi, La Argentina en la Epoca de Gardel, Fundación Banco de la Prov. de Bs.As. 1986).
Por ley 1029 del 20 de septiembre de 1880 se había declarado al municipio de la ciudad de Buenos Aires, Capital de la República Argentina. En ese decenio postrero, el país salía de la crisis producida en 1890 (bancarrota, revolución, renuncia del presidente Juárez Celman, asunción del vicepresidente Carlos Pellegrini) y tras el salvataje realizado en los dos años de gobierno de Pellegrini, era presidido, desde el 12 de octubre de 1892, por el Dr. Luis Saenz Peña, surgido de las hábiles maniobras políticas del General Roca para neutralizar la candidatura de Roque Saenz Peña, hijo de aquél y representante de las corrientes progresistas del país.
La Argentina y de modo particular Buenos Aires, comenzaba a experimentar los primeros grandes cambios políticos que ponían en riesgo a la oligarquía paternalista dominante del poder. El propio Carlos Pellegrini, advertía en la colación de grados de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales el 24 de mayo de 1892: "La popularidad en las masas tiene halagos de sirena...." (C. Pellegrini, Obras Completas editadas por el Jockey Club de Bs. As.), sin dudas en obvia referencia a las prédicas de Alem y Del Valle contra el desenfado del régimen gobernante. El pueblo reclamaba su protagonismo. Bartolomé Mitre señalaba en el mitin del Jardín de la Florida el 13 de abril del 1890 que falseado el voto público y cerrado por el fraude los comicios electorates, da por resultado la complotación de los poderes oficiales contra la soberanía popular" (El National edición del 14-4-890).
La lucha contra el régimen carecía de pausa. Precisamente el 30 de julio de 1893 con la rigurosidad de un simulacro se cumplió la consigna y estalló una nueva revolución acaudillada por la recién fundada Unión Cívica Radical."Fue tan popular aquel estallido que en 80 pronunciamientos distintos, con que cada pueblo derrocó su comuna, laprovincia (de Bs. As.) recuperó así su soberanía" (Horacio B. Oyhanarte - El Hombre Bs. As. 1916 pág. 81/86).
El alzamiento era encabezado por Hipólito Yrigoyen junto a Marcelo T. de Alvear y otros conspicuos radicales. La revolución, triunfante en principio, fue derrocada luego por los batallones de línea del ejército oficial. Pero la provincia resultó intervenida y en los nuevos comicios triunfó la Unión Cívica Radical, el partido que encarnaba la causa del pueblo y de las reivindicaciones nacionales.
El censo de población realizado en 1895 "-tras 26 años de gobierno oligárquico-paternalista- arroja una población de 4.044.911 habitantes, sin territorios ignotos ni indios incensables (...) Buenos Aires tiene 663.854 habitantes; Rosario más de noventa mil (...). La población nativa sumaba 2.950.384; el resto 1.094.527 era inmigrante (casi la mitad de los inmigrantes eran italianos: 492.636).." (A. J. Perez Amuchástegui / Mentalidades Argentinas 1860-1930 Eudeba cuarta edición 1977).
El mismo censo mostró que por cada mil habitantes mayores de 6 años, 729 sabían leer y escribir en la Capital Federal, pero la relación general del país era apenas de 456 alfabetos por cada millar censado.
En 1884 Lucio Vicente López había publicado "La Gran Aldea" obra de gran resonancia en su tiempo y sobre la cual Ricardo Rojas emitió el siguiente juicio: "La Buenos Aires que precedió a la opulenta cosmópolis actual, quedó en ese libro pintada con rasgos inconfundibles y eso lo convierte para nosotros, los argentinos, en un documento perdurable porque no hay otro mejor en nuestra literatura" (cf. Enrique H. Puccia - Intimidades de Buenos Aires - Corregidor 1990).
En ese mismo año el Congreso de la Nación sancionaba la ley 1583 por la que se ordenaba la apertura de la Avenida de Mayo, iniciando una transformación ya pregonada y alentada por Sarmiento que apostrofaba contra la ciudad colonial: "la casa de azotea pierde su autoridad y empieza a ser indigna de la morada de un pueblo libre" ( Los Cafés de la Avda. de Mayo - R. A. Ostuni / O. B. Himchoot).
La ciudad crecía bajo el impulso y la preferencia de los distintos gobiernos que no advertían, como dice Martínez Estrada, que esa exaltación desmedida traería graves consecuencias para el país. Pero aún quedaban dejos del romántico influjo colonial. Precisamente el 28 de diciembre de 1894 moría en un duelo con el coronel Carlos Sarmiento, aquel Lucio Vicente López cronista impar del apacible Buenos Aires del siglo XIX.
Allá por 1894 la noche de Buenos Aires contaba con algunas casas de baile, clandestinas o autorizadas, cuyos puntos de ubicación como el nombre de quienes las regenteaban, han venido figurando -si con chispas de verdad, con florones de inventivas- en las numerosas crónicas historiales del mundialmente reconocido tango porteño" (Ricardo M. Llanes - Los Tres Salieron del Barrio de San Cristóbal - La Prensa 20 de abril de 1969).
A esas casas se concurría a bailar y por lo común - sigue diciendo Llanes- en grupos convenidos para rematar la velada juvenil con un bien movido fin de fiesta. El tango comenzaba a ser dueño y señor de los burdeles. (Además de los salones, donde se realizaban bailes, especialmente los fines de semana y las fechas patrias, también se organizaban reuniones bailables y tertulias en casas particulares, que en realidad eran prostíbulos encubiertos. A título de ejemplo recordemos lo de María la Vasca en Europa -hoy Carlos Calvo-2721; lo de Madame Blanche en Montevideo 775; lo de Mamita -Concepción Amaya- en Lavalle al 2100 donde el Pibe Ernesto habría estrenado su famoso tango Don Juan, etc.). A partir del 7 de junio de 1879 regía un Reglamento Policial firmado por el teniente coronel Domingo Viejobueno -jefe de la institución desde el 2 de junio de 1877- que reglaba el funcionamiento de las "Academias de Baile", penando con fuertes multas y arresto toda trasgresión.
Pero también era en tiempos de auspicio para el Circo Criollo. Uno de los primeros, nacido en Buenos Aires, fue creado en 1860 por Sebastián Suarez (cf. Livio Ponce - El Circo Criollo -C.E. de América Latina N273 Colección La Historia Popular / 1972). Llegarían después Frank Brown, los Podestá, los hermanos Carlo, Anselmi, Raffetto, Scotti y muchísimos otros nombres perdurables en la arena de los picaderos. (Cuando el levantamiento radical de 1893 el grupo que acaudillaba Marcelo T. de Alvear acampado en Temperley, recibió la visita y las simpatías de Frank Brown).
El 2 de julio de 1884 Pepe Podestá estrenaba la primera pantomima circense de carácter criol1o sobre el folletín de Eduardo Gutiérrez titulado Juan Moreira. Inauguraba así, sin saberlo, la verdadera esencia del circo criollo y asentaba las bases de lo que más tarde sería el teatro nacional. A partir de entonces las representaciones fueron infaltables como segunda parte de la función circense.
Bajo la lona del circo actuaban también los mejores payadores rioplatenses. Dice Amalia Sanchez Sívori (Muerte y Resurrecci6n de la Payada - La Prensa 23 de octubre de 1977) que la predilección del público por la payada lo(s) acercó al teatro".
Época de nombres de la talla de Pablo Vazquez, Higinio Cazón, Luis García, Gabino Ezeiza, Nemesio Trejo, Arturo de Nava en que los payadores nacionales como se los Ilamaba a los nuestros eran consagrados ídolos por la popularidad". (Elías Carpena - El Payador - La Nación 24 de abril de 1977).
Era, sin Lugar a dudas, el gran momento de la transformación del país caracterizado por el predominio que comenzaban a tener las manifestaciones populares tanto en el campo de la política como del arte. Pero también era el tiempo en que el país despertaba de su letargo colonial para sumirse en el sueño de las grandes realizaciones.
Las consecuencias de la inmigración "sin capital y sin trabajo" parecieron darle la razón a José Hernández quien sostenía que a la postre habría de ser un elemento de conflicto. Entre 1891 y 1900 -lapso que nos interesa en esta nota- ingresaron al país 648.326 inmigrantes. Por supuesto Buenos Aires también crecía a un ritmo vertiginoso debiendo, en pocos años triplicar, su capacidad habitacional para dar cabida a los nuevos contingentes inmigratorios. Así se improvisó el hacinamiento de personas, ocasionando la aparición de las llamadas "casas de inquilinato" conocidas vulgarmente como "conventillos".
"A mediados de 1890 el número de éstos decrece a 2.249 pero la relación habitaciones-habitantes continúa siendo alarmante: 37.603 habitaciones para 94.743 inquilinos..." (Jorge Paez - El Conventillo - C. E. de América Latina Colección Historia Popular 1970).
Obvio es señalar que en estas casas convivían, sin las mínimas condiciones de higiene, contingentes humanos de los más diversos orígenes. Una verdadera babel de lenguas, dialectos, razas, costumbres y culturas, que en su amalgama con el habla y la sensibilidad del porteño, generarían ese argot local que con feliz impropiedad llamamos lunfardo. (José Gobello, Discurso de Bienvenida al Académico Don Horacio Ferrer, ACPL, 1992).
También se ocuparon del conventillo en sus ribetes más sórdidos y calamitosos, Roberto J. Payró (Antígona); Silverio Domínguez (Palomas y Gavilanes); Eugenio Cambaceres (En la Sangre) y muchos escritores más, interesados en escudriñar en la perspectiva social de este fenómeno. El guapo, el malevo, el compadrito, convivían por estos años como tipos sociales más cercanos al lumpen que a las clases bajas. (Disiento -con el mayor de los respetos- de don Andrés M. Carretero -El Compadrito y el Tango, Ediciones Pampa y Cielo, 1964- ´cuando sostiene que en el compadrito se resumen las cualidades de los trabajadores sin descanso. Pero ésto es materia ajena al presente trabajo).
El nuevo siglo deslumbraba porque seguramente venía acompañado por la fórmula mágica del progreso: El progreso se toca con las manos; la electricidad y el teléfono están cambiando la manera de vivir; múltiples construcciones públicas han comenzado a invadir la ciudad, levantándose en lugares cedidos por viejos edificios arrasados (Edmundo Eichelbaum ob. cit).
En este contexto político, social y cultural, creció Gardel y no sería extraño, como lo sostienen algunos autores, que su infancia fuese un catálogo de diversas ocupaciones -incluídas las que orillaban los bordes de la ley-, ni causaría asombro que se descubriesen otros aspectos oscuros en su biografía personal.
Presumo que, como tantos muchachos de su clase y origen, debió de conocer la pobreza, el hambre, la marginalidad y quizás la cárcel. Gardel fue un producto del ambiente y de la época" dice Isabel M. del Campo (ob. cit.). Por mi parte prefiero invertir las premisas y sostener que tal vez no hubiera sido Gardel fuera de ese ambiente y de esa época.