* HISTORIAS PARALELAS: lo que ocultó el funeral de Gardel - Luciano Londoño López

UNA INTERPRETACIÓN

Por Luciano Londoño López 

En 1827 las autoridades de la Universidad de Cervera le escribían a Fernando VII para dar fe de su patriotismo: “Lejos de nosotros la peligrosa novedad de discurrir”.  Lo importante era repetir, no pensar, no arriesgarse.

Con esta nota queremos arriesgarnos y discurrir haciendo una interpretación sobre lo que ocultó el funeral de Gardel y está enmarcada dentro de los lineamientos propuestos por la Academia Porteña del Lunfardo: “Rescatar a Gardel del anecdotario”.

La crisis de 1929 - 1930 había provocado en todos los países un estado de alarma que se tradujo en la adopción de medidas proteccionistas.  A este movimiento no había sido ajeno el Imperio Británico.  La conferencia de Ottawa, celebrada a medidos de 1932, fue una expresión de esa tendencia y en ella se votó una resolución en la que se manifestaba la voluntad de que Inglaterra realizara preferentemente sus compras en sus mismos dominios, excluyendo a los países ajenos a su órbita política.

Esta perspectiva produjo pánico en el gobierno Argentino y en la clase ganadera de ese país, vendedora tradicional de Inglaterra.  Por ello, en 1933, se decidió a mandar una embajada especial que devolviera la visita realizada años antes por el Príncipe de Gales y llegase a la concertación de un convenio entre ambos países, el cual asegurase el mantenimiento de su comercio.

Fue el encargado de presidir la misión el vicepresidente Julio A. Roca.  Lo acompañaba con categoría de embajador (¡para defender los intereses argentinos!) Guillermo Legizamón, quien era el abogado jefe de todos los ferrocarriles británicos en Argentina y quien ostentaba el título de Sir, otorgado por la Corona Británica.

Esta comisión llegó a la negociación del tratado  Roca - Runciman.  Del espíritu que había precedido las negociaciones dio muestras el discurso que el jefe de la misión argentina pronunció en el banquete con el que lo agasajaron en Londres.  Dijo con satisfacción que la Argentina “era como un gran dominio británico”.  Y esta afirmación no fue desautorizada por el Presidente Justo, pero si provocó la indignación de los patriotas.

Pronto hubo de trascender que, bajo la apariencia de un mero convenio de negociación de carnes, se escondían otros compromisos mucho más graves para Argentina y cuyas consecuencias se verían pronto.

La consecuencia más importante de la visita de Roca a  Londres consistió en la llamada “Coordinación de Transportes”.  Mediante el Tratado Roca - Runciman se  limitó al 15% el cupo que podía ser manejado por los frigoríficos argentinos, lo cual significaba una gran victoria para los británicos, puesto que a cambio de la participación argentina en el mercado de carnes (un negocio en que los empresarios británicos eran el socio principal) se aseguraba el cobro de partes significativas de un mercado interno amenazado.

El “tratamiento benévolo” apuntaba a salvar empresas británicas en dificultades: los ferrocarriles y los tranvías de transporte urbano.  Contra éstas competían desde 1928, ante la sistemática construcción de caminos, los camiones y los colectivos en poder de pequeños empresarios particulares.  El monopolio británico logró su expropiación legal y su manejo por medio de una corporación en la que retenía la mayor parte de las acciones.

En 1935 el senador por la Provincia de Santa Fe, del Partido Demócrata Progresista, Lisandro de la Torre, quien ya había manifestado reservas ante el Tratado Roca - Runciman, solicitó una investigación sobre el comercio de las carnes en Argentina, mostrando a las claras el sostenimiento del gobierno a los intereses concordantes de los grandes ganaderos y el trust frigorífico inglés y norteamericano.  Y denunció, además, que los frigoríficos no pagaban impuestos, ocultaban sus ganancias y daba trato preferencial a algunos ganaderos influyentes, como el propio Ministro de Agricultura Luis Duhau, quien había sido presidente de la Sociedad Rural.

En el debate de la carne Lisandro de la Torre asumió con notable eficacia y relieve oratorio las causas de los pequeños productores del litoral, esquilmados y postergados por el reducido y glotón sector bonaerense.  Fue una  intervención espectacular, que duró varios días y atrajo la opinión pública.  La tensión general era tan grande y los intereses ganaderos tan preeminentes,  en esos días oscuros, que el grupo de estancieros dirigidos por el Ministro de Agricultura Luis Duhau y por el Ministro de Hacienda Federico Pinedo, planeó el asesinato de Lisandro de la Torre para interrumpir la intervención parlamentaria sobre las carnes.  Un matón al servicio de los conservadores, ex-comisario y guardaespaldas de Duhau, Ramón Valdés Cora dispara en pleno Senado, el 23 de julio de 1935, tres balazos que no alcanzaron a De la Torre, sino a su compañero de partido, el senador electo Enzo Bordabehere.

El escándalo estremeció a toda Argentina y le hizo perder mucho al gobierno ante la opinión pública.  Por ello, para distraer la atención del pueblo y lograr que se enfriaran los ánimos,  el presidente Agustín P. Justo con la complicidad de Natalio Botana, director - propietario de “Crítica”, inició en este diario una campaña para desviar la atención pública haciendo aparecer artículos relacionados con el cantor: La madre de Gardel”, “La infancia de Gardel”,  “Los amigos de Gardel”, “Los amores de Gardel”, etc.  Y se dio comienzo al plan de repatriación Argentina de los restos mortales del cantor.  Este episodio es evocado por Helvio Botana, hijo de Natalio, en el capítulo “La manito que da Gardel después de muerto” de su libro: “Memorias.  Tras los dientes del perro”. 

Se dio a conocer ampliamente sobre la partida el 14 de septiembre de 1935 de Armando Defino (apoderado de Gardel) rumbo a Colombia, sobre la exhumación de los restos en Medellín el 17 de diciembre, la partida de Buenaventura el 28 de diciembre y la llegada a New York el 7 de enero de 1936, la salida para Buenos Aires el 18 de enero, la llegada a Montevideo el 4 de febrero, el desembarco final en Buenos Aires el día siguiente y el depósito de los restos en el Cementerio de la Chacarita, el 6 de febrero de 1936.

Fue en realidad un velorio de cerca de siete meses, mediante el cual el cadáver de Gardel sirvió para que se olvidara el negociado de las carnes y el asesinato del diputado Bordabehere.

FUENTES CONSULTADAS:

AGUINIS, Marcos.  "El atroz encanto de ser argentinos".  Editorial Planeta, 17a. edición, Buenos Aires, junio/2002.

LUNA, Félix.  "Breve Historia de los Argentinos".  Editorial Planeta, quinta edición, Buenos Aires, junio/1994.

MORENA, Miguel Angel.  “Historia artística de Carlos Gardel.  Estudio Cronológico”.  Ediciones Corregidor, tercera edición, Buenos Aires, 1990.

NOEL, Martín Alberto.  “Si, juro.  Agustín P. Justo y su tiempo”.  Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1996.

PALACIO, Ernesto.  “Historia de la Argentina”.  A. Peña Lillo Editor.  Sexta Edición, Buenos Aires, octubre de 1973.

RAMOS, Jorge Abelardo.  “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”.  Editorial Plus Ultra, quinta edición, Buenos Aires, enero de 1973.

ROMERO, Luis Alberto.  “Breve Historia Contemporánea de la Argentina”.  Fondo de Cultura Económica, sexta reimpresión, Buenos Aires, 1998.