ISABEL DEL VALLE - TIEMPO ARGENTINO-

Suplemento NUESTRO TIEMPO - 15 de julio de 1984

INDICE GENERAL 

Yo fui la única

En Tiempo Argentino, en el suplemento Nuestro Tiempo del domingo 15 de julio de 1984, se publicó el reportaje ("Yo fui la única") que le hizo a Isabel Martínez del Valle el periodista Osvaldo Ardizzone. Esta es la reproducción textual.

Sé que viajé a Pergamino y que estoy en esta casa para tener un encuentro con la novia de Gardel por eso de la curiosidad periodística, por eso de la eternidad de Gardel, por eso de los amores... Son las once de la mañana cuando digo quién soy. La novia de Gardel me está esperando denunciando una preocupada y esmerada toilette. Advierto que fue coqueta y que lo sigue siendo a despecho de los años. ¿Cuántos? En esta etapa de su vida, doña Isabel Martínez del Valle siente hasta vanidad en relacionar sus setenta y siete años con esa otoñal lozanía. Vestido negro y una capa echada sobre los hombros con gracia y buen gusto. Un discreto toque de rouge en los labios, largos pendientes y esa llamativa desenvoltura en el ademán que identifica a las personas que frecuentan una actividad que supera el perímetro de lo domestico. Cuando se despoja de los anteojos advierto en la mirada los testimonios de esa calidez que deja la vida cuando se anduvo muy del brazo con ella. ¿Fue hermosa? Si el tiempo nunca se lleva todo. La belleza nunca es sólo un fenómeno exterior, es como la elegancia que permanece erguida en la señora Isabel...

¿De qué otro modo puedo llamarla? ¿Qué otro trato puedo utilizar? Hasta experimento cierto embarazo cuando pretendo abordar el tema que me trajo hasta Pergamino... ¿Cómo le pregunto? ¿Cómo fueron sus amores con Gardel, con Carlos, con Don Carlos? ¿Cómo era Carlos en esas cuestiones de la conquista, de la seducción, del amor? "Usted sabrá disculparme, señora, pero si usted me autoriza...". No, de ninguna manera puedo incursionar en el hecho más íntimo sin violar el recato que impone su condición de señora... Me cautiva la señora Isabel porque no es remilgada y menos para el lenguaje. "Diga usted, señora", la invito, "no espere mis preguntas". 

Y me cuenta que nació en el barrio de Constitución un 16 de marzo de 1907, hace justamente setenta y siete años. ¿Dónde se educó? En el colegio religioso de Santa Catalina, el que todavía continúa erguido en la calle Brasil antes de llegar a Perú. El papá era jefe de una sección del Ferrocarril Sud, como se llamaba antes de ser Roca ... Las costumbres sobrias de entonces, mucho más las que imponían la educación religiosa y mucho más todavía en el caso de las niñas. Cuando la señora Isabel cumplía los seis años, murió el papá y, por razones económicas, toda la familia Martínez del Valle se mudó al centro, a la calle Sarmiento esquina Carlos Pellegrini. Y fue justamente en esa esquina donde se conocieron con Gardel, donde se inauguró el romance cuando ella apenas había alcanzado los catorce años...

-Carlos iba con Martino, una especie de secretario que conocía a mi hermano... Y apenas nos tropezamos, Carlos se me quedó mirando con los ojos asombrados mientras le comentaba a Martino... "Che, viejo, ¿esta papusa quién es?". Entonces, Martino nos presentó y al otro día mismo, Carlos, por invitación iría con y el consentimiento de mamá, fue a casa a comer un arroz a la valenciana...

En el relato, la señora Isabel no puede ocultar su vanidad femenina cuando usa ese vocablo papusa... ¿Cuánto hace que yo no lo escuchaba? ¡Papusa! Lunfardismo en desuso que alguna vez usé, pero que ahora me exhuma doña Isabel evocando cuando todavía era casi adolescente receptora del piropo gardeliano... "Che, papusa, oí los acordes melodiosos..." ¡Catorce años! ¿Y cuántos Gardel?, le pregunto.

-Treinta y cuatro, me llevaba veinte años justitos, pero yo era ya una mujer en mi figura. Además, ¿qué importaban los veinte años de diferencia? Le confieso que nunca reparé en esos aspectos. Me enamoré perdidamente de Carlos por la figura, por la ternura, por esa manera de ser.. Y sé que Carlos me amó también mucho, que fui el único amor de su vida a pesar de todos los amoríos que le adjudican...

-¿Cuánto duró la relación?

-Hasta que tuvo el accidente. Doce años, ¿qué le parece? ¿Usted puede creer que un hombre mundano como Carlos, que vivía en el espectáculo rodeado de elogios, de aplausos, de celebridad, podría mantener una relación de tantos años conmigo si no me hubiese querido? Cuando él murió yo tenía veintiséis años y créame que me resistí a admitir su muerte hasta que me convencieron Gardel con Isabel los amigos...

Yo siento pudor en invadir su gaveta íntima con los recuerdos, con las cartas de amor, con las fotos que perpetúan los años felices de aquella juventud, pero doña Isabel parece rejuvenecerse con la evocación. Experimenta el mismo deleite de los actores que alguna vez fueron célebres cuando evocan sus veladas del gran aplauso; cuando muestran las notas de los críticos, las fotografías de las más festejadas creaciones... Doña Isabel habla de su hombre como si viviese, más allá de la muerte, más allá de la leyenda...

-Y puedo decirle que fuimos muy felices. Todo, todo me lo confiaba, todo me lo consultaba... Mi gorda, me decía, también mi nena, y yo me sentía protegida, dichosa de compartir la vida con un artista tan popular, tan querido por la gente... Cuando él viajaba por sus compromisos, yo le hacía compañía a doña Berta, la mamá de Carlos, con la que fui muy compañera. 

De noche salíamos a comer por ahí, por todo ese Buenos Aires de los restaurantes, de los cabarets, como el Chantecler, el que estaba en Paraná, y ese otro que estaba en Corrientes en el que se podía bailar en los palcos. El Tabarís, ¿no? Pero no crea mucho en eso de la vida noctámbula de Carlos ... Ni siquiera bebía. El único vicio que más lo preocupaba por la voz era el cigarrillo... "Gorda, el faso me va a fundir la gola", me decía cada vez que sentía alguna molestia...

Tengo una pregunta que me cuesta formulársela. Necesito otra vez el rodeo de los pretextos, de las disculpas...

-¿Le puedo preguntar por qué no se casaron, señora?

-¿Por qué? Porque ni siquiera lo pensé. Lo charlamos alguna vez con Carlos, pero no nos preocupaba porque nos sentíamos muy bien en la relación...

Carlos me presentó sus amistades más íntimas, como lo eran Razzano, Leguisamo, Maschio. La gente que él más quería. Cenábamos en El Tropezón, en La Emiliana, en Sonámbula... En la comida le gustaba el champaña y no el vino. En cambio, cuando iba a visitarme en la casa que mi familia alquilaba en Palermo en los veranos, bebíamos sidra helada...

-Entonces.. ¿no es cierto todo ese comentario referido a su vida de porteño calavera, de los amigos, de la noche, de tantos amoríos que le adjudicaron?

-Créame que nadie puede opinar sobre ese tema como yo... Carlos era el hombre más bueno y más afectuoso que nadie pudo conocer... ¿Sabe cuál era su más grande berretín? Los caballos de carrera.. Ah, en eso se perdía... Salíamos a pasear y las vísperas de carreras lo primero que hacía era comprar la Verde. Y si yo le rezongaba porque a mí no me gustaba ir a Palermo, me contestaba siempre con lo mismo: -"¿Qué querés, gorda? Si yo no vengo, no abre Palermo ......"

-¿Al fútbol no iban nunca?

-No, al boxeo sí... íbamos al Luna en los tiempos de Kid Charol, de Justo Suárez... Ahí se entusiasmaba mucho, pero más en los burros... Cuando salíamos del hipódromo, nos íbamos a la casa de Palermo, que le dije, que era como un castillo en la arquitectura, y me decía, refiriéndose a los caballos y a los datos: "¿Qué querés que haga, mi Negra, si no me dan un mango esos matungos ...?".

Doña Isabel le pide al sobrino, el periodista Luján Del Valle, que está en la casa de él, todos los testimonios del tiempo querido... Del interior de los sobres asoman fotos, alguna carta..."Era un poco abundante, ¿vio?", opinando sobre sus antiguas bellezas, pero era atractiva y a Carlos le gustaba. Me decía "sos llenita". Y le pregunto por esa foto en Milano, por esa otra del tapado de armiño, en esa otra en la cubierta de un barco de ultramar según me dijo.

¿Esa del barco? Fue en 1931 ... ¿Sabe por qué fue ese viaje? Resulta que a mí me gustaba cantar. Tenía una voz agradable de soprano y, entonces, coincidiendo con el viaje de Carlos a Francia, un día me propone bruscamente, porque era así, muy espontáneo y sobre todo muy generoso, mucho más si se trataba de ni: "¿Por qué no aprovechás, Negra, y te vas a Italia a perfeccionarte en la voz?". Y no me pude negar... Así que partí hacia Italia y estudié un tiempo largo canto con la Gianina Russ, muy conocida entonces, hasta que me volví...

-¿ Y le sirvió profesionalmente el estudio, señora?

-No, muy poco... En el teatro Nacional interpreté Silencio, el tema que Carlos grabó con Canaro. Y después, con Narciso Ibáñez Menta, intervine en El fantasma de la ópera y en la interpretación de Las joyas de Fausto, en 1934. También canté en Bahía Blanca y en Rosario, pero abandoné pronto y mucho más cuando la muerte de Carlos...

-¿ Y la historia de ese tapado de la fotografía?

-¿Este? Era de armiño legítimo y era mi orgullo cuando Carlos me lo regaló... También me trajo otro de nutria. Pero, una vez que él se murió, ¿para qué quería el armiño si ya no iba a ninguna parte, si no iba a fiestas ni a teatros? Mucho tiempo después de la muerte de Carlos se lo vendí a Magnasco, el fabricante de quesos, porque, además, el dinero me hacía falta...

-Noviando con un personaje tan famoso y tan pintón como Gardel que, además, viajaba y disponía de tantas admiradoras, ¿nunca tuvo celos pensando en alguna aventura?

-¿Celos? No, nunca. La mujer que ama a un hombre como yo a Carlos nunca puede albergar un sentimiento tan mezquino y tan egoísta como los celos. ¿Sabe cuántas mujeres se adjudicaron amoríos con Carlos? Igual que la cantidad de amigos que comenzaron a aparecer después de la muerte... Todos eran amigos y yo sí que conocía a los verdaderos, no a los oportunistas... Y respondiendo a su pregunta, le voy a contar él caso de una mujer que, según llegó a mis oídos mantenía una re1ación con Carlos ... Se llamaba Ritana, o le decían así. Dueña de una pensión en el Centro, y así fue que decidí ir a verla para comprobar qué había de cierto... No le dije nada a Carlos y me largué. La tal Ritana era francesa y lo denunciaba en su castellano entreverado... Me admitió que sí, que ella era la amante de Carlos a quien le había regalado una perra pekinesa. La Ritana, con su fonética afrancesada, parecía decir perla en vez de perra... Hasta que me di cuenta, porque Carlos me había regalado la pekinesa a mí... Era la perra, no la perla.

¿Y cómo terminó, cómo reaccionó usted, porque me imagino que le habrá exigido cuentas a Carlos con una evidencia como la perra? -No, con la Ritana no pasó nada. Le dije que ella era nada más que una aventura en la vida de Carlos, que a quien él amaba era a mí, de manera que poco me importaba... Pero cuando Carlos fue a casa, le exigí que decidiese entre la Ritana y yo, que no le iba a tolerar ninguna infidelidad... él admitió que había sido una aventura sin trascendencia, que me quería a mí, me juró como hacía siempre cuando me decía: "Vos sabés, gorda, que este grone sólo te quiere a vos y nunca te olvidará ni te cambiará por otra'". Eso sí: le exigí que se llevase la perra.

-¿Y usted se conformaba con esas justificaciones, no se sentía humillada? ¿O le admitía su vida mundana?

-Mire, lo mismo pasó con Mona Maris... Me cansó con sus declaraciones titulándose a sí misma el amor de Carlos... ¿Y qué respondí yo? Que había sido nada más que una aventura de Carlos, que ella se le había ofrecido y Carlos era muy hombre, y además, no era tonto... Ella lo había provocado y Carlos la había usado como hubiese hecho cualquier hombre. Extraña manera de amar la de doña Isabel... Lo comento en voz alta para que me explique ese amor tan excesivamente antifemenino,... ¿Se puede amar así, sin celos, sin sentirse postergada por el hombre con quien convivía desde los catorce años .. ?

-Para mí ésa es la única manera de querer. Pelear por el hombre, luchar por reconquistarlo o retenerlo antes que resignarse a perderlo definitivamente...

-Pero, perdóneme... ¿ No me dijo usted al comienzo que se casó con otro festejante... ? Usted no fue tan fiel a su memoria...

-Sí, me casé después de haberlo dudado mucho... la vida me enfrentó a un hombre que se me acercó como amigo. Yo sabía que estaba enamorado de mí, como lo adivina cualquier mujer, pero admití su amistad... Así comencé a frecuentarlo. Era cantante lírico que había actuado en el Metropolitan, de Nueva York, interpretando obras que había protagonizado un cantante como Tita Ruffo y de mucho prestigio en el ambiente... Se llamaba Mario Fattori y en Montevideo tenía dos fábricas de pastas. Era muy bueno como persona y después de hablar mucho del tema y confesarle que mi gran amor siempre sería Carlos, decidimos casarnos y trabajar juntos... Como usted debe comprender, le estuve siempre agradecida porque me ayudó a reconstruir mi vida. Y sé que me amaba mucho.

-¿Y se fue a vivir a Montevideo?

-Al Uruguay, sí, pero a Punta del Este, donde sigo viviendo ... ¡Ah, si usted supiese cómo trabajamos los dos! Perdimos todo, porque las fábricas quebraron y, entonces, con lo que salvamos adquirimos un restaurante llamado Canario. Hasta tuve que aprender a amasar... Después arrendamos el hotel British House, hasta que explotamos, siempre juntos, La Barra Hotel, en Maldonado, que seguramente usted habrá conocido. También el Arco Baleno, todos muy famosos y muy frecuentados por la gente del ambiente artístico y político. Por eso me conocen tanto. Mi marido murió hace siete años.

Me cuenta que Carlos la abrumaba de requiebros con ese lunfardo que a ella tanto la conquistaba... Mi Gaucha, mi Gorda, mi Negra...

-Era un hombre muy alegre, con muchas ganas de vivir. Una vida que contagiaba ¿Sabe que digo siempre yo? Que era un predestinado, un elegido. Por eso, nunca necesitó un maestro de canto. Decían que había sido Bonessi, lo conoce? Pero Bonessi fue de Razzano. En un momento Carlos quiso abandonar el canto y ponerse a productor de espectáculos. Vivir de la voz lo angustiaba por la inseguridad, porque no se olvide usted que entonces no existía el sonido. Y fíjese que hasta comentan que por eso de la voz tuvo un incidente con Le Pera. No sé, yo le repito lo que me contó Aguilar, que fue el único sobreviviente de Medellín, aunque murió después. Aguilar decía que Le Pera -que era el productor- lo hizo cantar a Carlos en un estadio al aire libre y, claro, sin sonido el público que no escuchaba bien hizo sentir sus protestas ... Eso a Carlos lo dejó muy mal de ánimo y decidió separarse de Le Pera.. Yo le repito lo que escuché de boca de Aguilar... Que Le Pera y Carlos discutieron en el avión y que sacó un arma y le disparó un balazo que, en vez de pegarle a Carlos le dio en la nuca al piloto, un tal Samper, y así el avión quedó sin gobierno... Yo no lo puedo asegurar, pero me lo dijo a mí, Aguilar, que fue el único que sobrevivió...

-Señora Isabel.. Usted perdone... pero, ¿cómo sale usted a hablar de su amor por Gardel después de su matrimonio, de su estado actual en la vida, de su hijo, de sus nietos .. ?

-Mire, yo tengo una hermana que fue una bailarina muy famosa en danza clásica, como que bailó en el Colón. Ella está en muy buena posición, con casas, campos. No sabe usted cómo me quiere y cómo lo quería a Carlos, pero cuando lea esta nota sé que se enojará mucho conmigo. Ella dice siempre que lo que pasó y está muerto no debe ser exhumado. Pero ¿qué quiere? Yo sentía la necesidad de que sepan todos mi amor por Carlos. ¿Porqué ser cínica conmigo misma? A mi marido lo respeté y lo quise mucho, pero mi amor, mi gran amor fue Carlos. Y quiero que se sepa porque no es nada pecaminoso para mantenerlo oculto. Las mujeres deben enorgullecerse del gran amor que han tenido en su vida. Mucho más si se trata de un hombre como Carlos.

Conservo por ahí un poema de Santos Chocano referido a las proposiciones efectuadas por un marchand al célebre galanteador de la corte inglesa Brummel, para comprarle sus cartas de amor. Y dice Chocano que, ya decrépito y en la miseria, sin pan para su mesa ni vino para su copa, el Don Juan más codiciado por las damas cortesanas hurgó de la gaveta las cartas perfumadas, con blasones ducales y las arrojó al fuego antes que "vender" la discreción de sus amantes.

"¡Ah, Brummel, qué gesto el que tuviste/ a la tristeza alegre preferiste el amor triste", canta Chocano en su admiración con Brummel.

La señora Isabel tampoco vende su amor a los marchands. Sólo pretende que el mundo conozca su pasión por Carlos Gardel, como la única que amo el eterno ídolo de los argentinos...

Cuando me despedí de la señora Isabel eran las dos de la tarde. Me pareció que era más joven...


Nota : Isabel del Valle nació 16 de marzo de 1907 y murió 4 de mayo de 1990 a los 83 años de edad.