Microrrelato
SENTADA EN LA entada en la pequeña estancia, frotaba la ceniza del cigarro. ¿Por qué tardaba tanto? Le había prometido que no estaría sola. Pero los minutos trascurrían desafiantes y el corazón se movía inquieto. Vigiló un espejo que delataba el ligero vaivén de unas cortinas. De repente, creyó escuchar el cerrojo. ¡Carlos!, exclamó, aliviada. Pero fue en balde. El silencio y la soledad se erigieron en procelosos acompañantes, hasta que las cortinas se agitaron con vehemencia en esa noche sin viento.