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¿No es acaso lo onírico sino una realidad incontrolable?
Álamo
Inglaterra, 1950
EL TIMBRE HABÍA INTERRUMPIDO el silencio reinante en la casa del profesor John Baker. Este se dirigió hacia la puerta; y al abrirla, el murmullo gélido de la niebla penetró en el salón.
—Profesor… —exclamó Christian, uno de los periodistas recién llegados.
—Buenas noches. Les esperaba con gran impaciencia… Pasen. Pasen. Este tiempo es horrible.
—Gracias. La verdad es que hace una noche de perros.
Christian echó una rápida ojeada a las viejas estanterías, atiborradas de libros. En seguida hizo un gesto con la mano.
—Le presento a Lucy.
—Encantado de conocerla —John Baker sonrió—. Ha de saber que su compañero le augura un gran futuro como reportera, y nunca se equivoca.
—¡Oh! —La joven hizo equilibrios con la cámara para poder saludarle, antes de apostillar—: La verdad; con Christian siempre se aprende, aun estando detrás—señalaba la máquina.
—Bonita profesión. Yo siempre he dicho que tras los visores ustedes contemplan realidades paralelas.
El profesor chascó los dedos, y prosiguió:
—Resulta curioso. Lo que nos ocupa esta noche guarda cierta relación… Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, pueden sentarse en aquellas butacas. Sería una buena idea tomar una copa para entrar en calor, si lo desean. Tengo un excelente Brandy.
Miraba a Lucy con expresión interrogante; ella asintió.
Sin mayor dilación sacó unas galletas y sirvió la bebida.
—En realidad, creo que les irá muy bien tomar la copa; y no solo para combatir este frío tan intenso. El asunto que les ha traído hasta aquí va a suponer una gran prueba de madurez emocional, sin duda imprescindible para quien se dedica al periodismo de investigación.
Después de carraspear con el primer sorbo, Lucy oteó la estancia como si tuviera que pronunciar un dictamen.
—Todavía ignoro de qué se trata. Reconozco que todos los elementos se unen para darle un aire de misterio: el salón, tan antiguo y espacioso, recargado de libros; lo intempestivo de la hora y el hecho de que la reunión deba celebrarse justamente hoy, 17 de diciembre.
—En cuanto a la fecha, hay una explicación que ya se revelará… Y no le falta razón. Esta casa, a las diez y media de la noche, nos vigila y envuelve con sus recias paredes; aunque… yo estoy acostumbrado a vivir en medio de semejante soledad. Si les hubiera citado más temprano, me habría arriesgado a recibir visitas inoportunas.
—Sin duda, es una hora apropiada —intervino Christian. Después cambió de interlocutor—: Te recuerdo, Lucy, que tampoco sé nada sobre el experimento del profesor.
—Estoy segura de que nos encontramos ante algo sorprendente. —La joven concluyó, jovial—: Nuestro reportaje despertará las envidias de los compañeros de profesión.
—Bueno —el profesor chasqueó la lengua tras ingerir un poco de brandy—. Ha llegado el momento de ponerles en antecedentes; de prepararles para que sean testigos de algo, como bien decía Lucy, sorprendente.
Se levantó de la butaca y deambuló, copa en mano, rodeando la mesa de centro.
—Debo advertirles que van a encontrarse con una dura prueba: el increíble viaje al interior del espíritu humano, sometido a un especial estado de conciencia; si podemos definirlo así.
Se había situado frente a los periodistas. Les dedicaba ahora una mirada escudriñadora.
—Este experimento no obedece a un capricho mío, ni busco en él ninguna gloria particular. Se trata de algo más importante, de cuyo éxito depende la salvación o la condena de una persona muy especial.
—¿Salvación o condena? —interrumpió Christian— ¿De quién profesor?
—Usted quizá me haya oído mencionarlo en alguna ocasión. No es otro que mi querido amigo, Lázaro Beltrán; un intelectual español afincado en nuestro país.
—¿Lázaro…? ¡Ah, sí! Ya recuerdo.
—¿Qué le sucede a su amigo, profesor Baker? —preguntó Lucy con tono prudente.
El anfitrión echó otro pequeño trago antes de responder:
—Permítame introducir el problema con una reflexión: la vida está repleta de elementos tangibles. Los tocamos y vemos; creemos en ellos por el simple hecho de percibirlos con nuestros sentidos convencionales. En cambio, nos cuesta aceptar lo que otras personas experimentan, mediante una percepción desconocida para nosotros… Ya habrá deducido, Lucy, que en mí se da una circunstancia paradójica: además de científico, ejerzo la investigación en el ámbito de la parasicología. Resulta muy difícil encontrar a un erudito que compatibilice ambas materias; por lo general, bastante reñidas; y en este caso, aprovechadas para un provecho mutuo... Existen personas que podrían declarar la curación de un extraño mal, después de habérseles practicado una especie de exorcismo; de limpiar su atormentada alma.
—¡Vaya! Tengo la impresión de que, efectivamente, mi entereza anímica y profesional va a ponerse a prueba —manifestó la joven antes de tomar un poco más de brandy.
—Lo paranormal suele atribuirse a la sugestión, a invenciones; incluso a fraudes cometidos por el hombre. Pero les aseguro que si solo existiera lo racional, al amparo de la ciencia, el mundo no podría ni siquiera existir. La física, la biología y todo lo relacionado con la lógica no bastan, por sí solas, para llenar un universo inmenso, repleto también de elementos etéreos. Las emociones, premoniciones y fenómenos extraños forman parte de ese entorno que rodea al ser humano y lo condiciona.
»Así, inmerso en los latentes peligros de un espacio cósmico del que formamos parte, se encuentra mi amigo; víctima de una maldición, de la cual debo liberarlo antes de la medianoche; hoy, festividad de san Lázaro; fecha de su santo en el calendario español. Después…, cualquier protección sería estéril.
Dibujó un mohín de resignación, leve y fugaz, antes de proseguir:
—El problema no radica, al menos hasta ahora, en su conciencia despierta de día; cuando sale a la calle y se entremezcla con el mundo que nos rodea. Todo comienza en el temido momento en que los sueños se apoderan de él. Es entonces cuando se sumerge en una segunda vida, tan real como la primera, a la que regresa una y otra vez. En realidad, eso es algo que… nos sucede a todos, pero que desconocemos. Sí —afirmó tras observar la extrañeza reflejada en los rostros de los periodistas—. Nuestros espíritus viven en dos o, incluso, en más planos diferentes. Y avanzan inmersos en las respectivas realidades, de las que solo guardamos un recuerdo atribuido, de forma errónea, a una simple experiencia onírica.
Dejó caer la mirada por un instante.
—La diferencia radica en que esa segunda realidad, en el caso de Lázaro, está amenazada por la fatalidad. Mientras navega en dicho plano, su cuerpo se mantiene dormido en nuestro mundo; pero muestra la palidez propia de un fallecido. Después, al despertarse, recupera el aspecto normal; consciente de que su otro «yo» sigue expuesto al peligro.
»Y ahora, apuremos las bebidas. A pesar de que todo está bajo control, no debemos descuidarnos; el plazo para salvar a Lázaro se va estrechando con el paso de los minutos.
—Entonces, comencemos cuanto antes, profesor —profirió Christian.
Dejaron las copas sobre la pequeña mesa de centro.
—Bien. Cogeré un candelabro; lo vamos a necesitar.
Se aproximó a un mueble y encendió las velas.
—Vengan. Es por aquí. Conduce al sótano.
Traspasaron el umbral de la puerta; un muro de madera gruesa que se cerró implacable.
—Cuidado —les advirtió el profesor—. Hay una escalera de caracol; no tropiecen.
Descendieron con sigilo hasta el último peldaño, lleno de herrumbre; después caminaron sobre suelo empedrado.
—¡Qué humedad hay en este lugar! —la voz de Lucy sonaba con eco—. El pasadizo es algo siniestro.
—La verdad —secundó Christian—, uno se encuentra aquí bastante aislado del mundo…
—Ya llegamos —indicó el John frente a otra puerta, casi al final del pasillo—. No se dejen impresionar por el aspecto del paciente.
La abrió y dio al interruptor.
—Pasen. —el eco había desaparecido—. Como ven dispongo de un laboratorio espacioso.
Varias alacenas, pintadas en blanco, dibujaban parte del perímetro de la estancia. Algunos libros y hojas sueltas se alineaban, entre recipientes de cristal. En una mesa reposaban varias jaulas que contenían conejillos de indias, impertérritos ante la inesperada irrupción de los periodistas.
—¿Dónde se encuentra el paciente? —preguntó Christian.
El profesor señaló unas cortinas echadas, situadas al fondo. Se aproximaron.
—Ahora mismo duerme bajo los efectos de la sustancia que le he suministrado. Su cerebro está conectado a un generador de impulsos eléctricos; de tal forma que la energía producida quede reflejada en su propia voz. Así, ustedes podrán escuchar lo que siente en esta desagradable alter-vivencia; una imperiosa comunicación para conocer de cerca las raíces de sus males. Por desgracia no hay mucho margen de error, y todo dependerá de la influencia positiva que ciertas entidades de luz puedan ejercer en esta arriesgada misión.
—¿Entidades de luz? —se extrañó Lucy.
—En efecto. Y volvemos a la misma cuestión: el discernir si nos encontramos ante algo difícil de creer. Pero déjenme mostrarle que no se trata de una elucubración; que hay algo más allá de este aparente estado de reposo…; o de sufrimiento. Prepárense.
Descorrió las cortinas con un movimiento rápido.
La joven dio un respingo.
—Cierto. Parece un cadáver —reconoció Christian.
—Ya les advertí…
—Nadie afirmaría de antemano que fuera a curarse; a recobrar la vida.
—¡No es posible! Tan rígido... —De forma instintiva, Lucy agarraba con fuerza la cámara.
Después de guardar un efímero silencio para concentrarse, el profesor sugirió que se iniciara el experimento.
Los tres intercambiaron gestos; ahora estaban algo distanciados del paciente, a modo de perspectiva inicial.
—Pongámonos manos a la obra. Lucy, empieza a filmar cuando quieras...
—Buenas noches —dijo el periodista, mirando a la cámara—. Con ustedes, Christian White, del programa Galaxia por descubrir...
Tras la presentación, el profesor pronunció un breve preámbulo a los invisibles espectadores. Al finalizar, se aproximó sin mayor dilación a Lázaro.
Lucy hizo lo propio. Enfocó después la camilla; las sabanas que cubrían parte del cuerpo de Lázaro; su cara pálida.
—Debo conectar ya el generador para que los electrodos que rodean la cabeza hagan su función —informó el profesor.
Accionó varias teclas. Una pantalla reflejaba dos líneas que aparecían y desaparecían hasta formar un trazo único y regular. Luego se produjo un sonido silbante; y al cesar, el científico clavó la mirada en Lázaro:
—Que los seres de luz te guíen hacia tu liberación. ¡Así sea!
Cogió un incensario.
—Contiene caléndula, eneldo, mandrágora, además de incienso.
Quemó su contenido. Cuando el humo desprendía una amalgama de olores, agitó el brazo, esparciéndolos junto al rostro del inmóvil amigo.
Se produjo una calma de incertidumbre, hasta que repentinos gorjeos y susurros la rompieron, cual extraños lamentos venidos de ultratumba.
—¿Me escuchas, Lázaro?
De esos extraños sonidos surgió una débil respuesta afirmativa.
—Bien lo sabes —manifestó el profesor—. Vas a compartir conmigo esta pesadilla que tanto has padecido. Un último escollo para tu definitiva liberación.
La respiración del paciente sonó con mayor brío, y al emitir un leve suspiro daba la sensación de que fuera a despertarse, a pesar de su lividez y de mantener los ojos cerrados. «Una reacción normal», según el profesor; antesala del primer deseo, vital e irrenunciable, pronunciado con dificultad:
«Ayúdame».
—Lázaro, viaja hacia tu último sueño maligno, pues todo está preparado. Regresa al origen de tus males. Las puertas están abiertas. Traspásalas.
Se produjeron nuevos balbuceos. Y de ellos emergió por segunda vez la voz ronca de Lázaro:
«Amigo…, acompáñame por favor».
El profesor le cogió la mano.
«¡Pobre madre…! —prosiguió Lázaro—. Los médicos no pueden curarla… ¡No! Veo a esa vieja mujer; de aspecto desaliñado… Su mirada… “¡Madre, no tome sus pócimas!”, trato de advertirla. “Calla, Lázaro. Ella me curará. Ten fe”, me dice... ¡Maldita sea! La fe no nos protege ante lo desconocido».
Hizo una pausa, como si hubiera reflexionado; y continuó:
«Es una hechicera; practica la magia negra… “Escúcheme, madre; ella terminará por destruirla. No se agarre a ese clavo falaz, pues se clavará en lo más profundo de su alma”».
La respiración agitada se manifestaba ya con mayor vehemencia.
«La veo de nuevo acercarse… Entra en casa. “¡Échela de aquí, se lo suplico!” ¡No…! Le da a probar un brebaje. “¡No lo tome, por todos los cielos!”».
Lucy había apartado la cámara: se reflejaba en sus ojos la zozobra ajena. Christian la animó con un gestó rápido a seguir filmando.
«“¡No se vaya, madre! ¡No me deje! ¡No me deje! ¡No! ¡En el nombre del cielo!”
Las palabras se fueron ahogando en la resignación:
«¿Dónde está, madre? Ya no la siento cerca de mí… ¡Dios mío! ¡Se lo advertí! Usted me ha dejado sin amparo...” La maldita vieja se la ha llevado para siempre».
Las mejillas de Lázaro reflejaron el llanto repentino, ajeno a las palabras de urgente consuelo que el profesor le dedicaba. Y tan pronto como había aparecido, se esfumó el sollozo. Nuevos resuellos se entrelazaron con su voz, cual pájaro atribulado que volara sobre la camilla:
«La hechicera camina, con su repugnante figura y el rostro intimidatorio; le intercepto el paso para zarandearla. “¡Vieja asquerosa, usted la mató!” Pero vuelvo a dormirme, y en esa otra vida la veo de lejos; me recuerda, con risas terroríficas y distantes, la reacción que tuve al abordarla, y amaga con volcar su maleficio sobre mí cuando me despierte para regresar al primer sueño. Me da una nueva e inquietante pista sobre la indefinida sentencia que ha dictado. Cita una fecha…una hora ¡Oh, no!, una fecha muy cercana. No es posible. La noche de mi santo… La noche de san Lázaro, a medianoche. Ahora me despierto y vuelvo a la pesadilla inicial. La veo de forma irremediable pasar delante de mí. Se ríe, se marcha y regresa; y ahora vuelve a marcharse, cuando me encuentro postrado en una terrible soledad pensando que aparecerá de nuevo…
»Mi amigo trata de salvarme; hoy es el día señalado. Aunque el cielo se oscurece y la noche va pesando como una oscura losa. Llevo horas en un extraño estado, inmóvil, mientras busco a esos seres de luz; a esos espíritus que han de auxiliarme. ¡John! ¡John!, ¿dónde se encuentran ellos? No puedo verlos. Estoy solo, ante unas fuerzas negativas que van y vienen, como un desfile que intuyo cada vez más cercano. Ayúdame a contactar con los entes bienhechores. La hora fatídica se acerca. Mi alma está en peligro».
—Querido Lázaro, no desesperes —el profesor le colocó su mano sobre la frente—. Te ayudaré a salir de ese plano inferior; del nido infernal donde te encuentras.
El profesor cerró los párpados para invocar con energía la aparición de espíritus benignos; y agitó una vez más el incensario.
—Seres de luz. Con más fuerza que nunca vierto esta poderosa unión de aromas, para que se introduzca en tan decisivo sueño y la percibáis entre vosotros. Contactad ya con Lázaro y sacadle de este peligroso plano astral antes de que la hora señalada venza.
Abrió los ojos, y añadió con énfasis:
—Lázaro, dependemos de tu entereza. No mires hacia atrás. Ignora cualquier palabra amenazante de la hechicera. Sigue con paso firme. Todo está en tus manos. Amigo… Amigo, no te dejes vencer.
Vertió más incienso sobre la cara de Lázaro. El paciente no tardó en reflejar su ansiedad:
«¡Sí…! ¡Ahí está. Veo al fondo una nueva claridad; es diferente... Quiero dirigirme hacia ella; es… como el final de un largo túnel. No he de mirar hacia atrás. El trayecto se me hace largo, lleno de obstáculos. ¡Lo intento! ¡Lo intento! Seres de luz, ayudadme por favor… La hechicera aparece de repente, acompañada por una silueta. No quiero mirarla, pero sé que me observa. ¿Qué es…? ¡Esa sombra! ¡No, por Dios! Es mi difunta madre, con el alma transformada en infernal presencia».
Los sollozos de Lázaro se entremezclaban con sus lamentos:
«¿Qué ha sido de ella? ¡Cuánto estará sufriendo! Quiero huir de este sueño. He de salir de aquí».
—Lázaro, no caigas en su trampa. Todo es un espejismo urdido por la vieja; una ilusión óptica. Tu madre vive y está protegida por los seres benignos. ¡Corre! Dirígete hacia la luz, deprisa.
«Deseo creerte, amigo. Intentas devolverme el aliento y la esperanza... Madre, que la providencia evite un despertar sin ti… Pero he de rehuir la mirada de esa maldita mujer que intenta intimidarme; trato de no cruzarme con ella. Intento correr. Busco la luz… He de tener fe. ¿Dónde estáis? ¿Dónde…?».
Lázaro se calló de forma brusca.
Lucy dejó de filmar ante el rostro desconcertado del profesor.
—No podemos perder el contacto, Lázaro. Te lo suplico, escúchame. ¿Qué te sucede? ¡Maldita sea, haz un esfuerzo por contestarme!
El paciente amagó unos espasmos, entre débiles balbuceos.
—¡Qué diablos ocurre, Lázaro!
«Esos precipicios… —se le escuchó otra vez, con gran esfuerzo— son muy profundos. He de saltarlos y padezco vértigo… Ahí están los seres de luz, al otro lado. Inamovibles, me esperan, sin salir a mi encuentro todavía. ¡Ayudadme!».
—La fe es tu fuerza, Lázaro —el profesor alzó la voz.
«Me encuentro al borde del cielo, pero el infierno está a un paso. Rozo el aura de los ángeles, pero también el abismo».
—No te hundas. Salta con todas las fuerzas.
«La hechicera se acerca. No quiero escucharla. ¡Es horrible! Dice… que mi madre está condenada y que me espera al fondo de ese precipicio… Me recuerda la fecha y la hora en la que me encuentro… No comprendo… Quiere que acepte un trato».
—Es una trampa, Lázaro.
«Me ofrece una macabra oportunidad».
—¡No, Lázaro! ¡Salta!
«Solo puede condenarme más y más. He de escapar de tan negativa influencia. Me faltan las fuerzas».
—Debemos hacer algo... —intervino Christian, indeciso.
—Por lo que más quieras. Lázaro, reacciona… Espíritus del bien, actuad. Me encomiendo a vosotros. Protegedlo, os lo ruego.
Se sucedieron unos quejidos del paciente. Pero poco a poco estos se diluyeron y en el rostro asomó una inopinada mueca.
—Lázaro, háblame. ¿Por qué sonríes?
Este tardó unos segundos en responder. La voz rezumaba ahora un desconocido sosiego.
«¡Vienen hacia mí…! Por fin se aproximan. Van deslizándose sobre la grieta para rescatarme… ¿Y el precipicio…? ¡Ha desaparecido! No he necesitado saltarlo. El rumbo de la pesadilla ha cambiado de forma inesperada… Oigo ya unas voces celestiales, mientras todo se ilumina. No hay rastro alguno de la hechicera. Amigo, ¡la hemos vencido!».
—Sí, Lázaro. Las fuerzas del bien y tu fe han logrado aniquilar la maldición. —El profesor miró a los periodistas con esperanzadora expresión.
«Me hablan… Son voces suaves, brillantes y protectoras. Y en estos momentos susurran: “Lázaro, ven. Te tendemos la mano para llevarte a un hermoso lugar. Allí se encuentra tu madre, que te espera. Desde hoy, el día de san Lázaro será una fecha feliz para ti. Despierta ya. Despierta tranquilo”».
—¡Se mueve! —observó Christian.
—¡Y parpadea! —farfullaba Lucy.
—Ya está fuera de peligro. —el profesor Baker inspiró aire con fuerza—. Es libre.
—Profesor, le doy la enhorabuena. Nunca había visto algo semejante —celebró el periodista.
—Lázaro, hemos vencido. Hemos vencido —el profesor junto con fuerza las palmas de las manos.
Sin abandonar la sonrisa, el paciente abrió sus ojos marrones. John lo ayudó a incorporarse.
—Querido amigo, me has rescatado de este infierno —afirmó Lázaro nada más superar el aparente aturdimiento.
Ambos se abrazaron, risueños; unas risas que, poco a poco, se tornaron burlonas.
—Querido Lázaro, ya te comenté que vendrían a filmar el proceso de tu sueño… Pero… sigan grabando. El final todavía no ha llegado.
—No le entiendo, profesor. ¿A qué final se refiere? —inquirió Christian.
—¿Por qué se ríen? ¿Qué está sucediendo? —Lucy se había apartado de la cámara.
Lázaro los contempló complacido.
—Sí. Ustedes dos me han liberado. El profesor ha interpretado muy bien el papel. Cuando los invitó a esta sesión, ya sabía que la vieja mujer, la terrible hechicera, iba a ofrecerme un trato…
—¿El trato? ¿Qué sucede con el trato? —Christian intercambió una fugaz mirada con Lucy.
—Consiste en mi redención, a cambio del sacrificio de dos almas inocentes.
—¡Pobres! Lo sentimos tanto por ustedes —movió el profesor la cabeza con forzada expresión de lamento.
—Esto es una broma de mal gusto. —Christian se aproximó a Lucy.
—Me temo que no —concluyó Lázaro.
—¡Huyamos de aquí! —profirió la joven con trémula voz.
—No les servirá de nada. Les espera un… siniestro pasadizo. ¿No lo definió así, Lucy?...
—¡La puerta de la calle! —gritó Christian, mientras cogía la mano de la joven.
Sin obstáculo físico, la abrieron; pero nada más atravesar el vano, se dieron cuenta de que no había niebla, ni luces borrosas de las farolas. El eco de las pisadas y sus azoradas voces tropezaban en la oscuridad con ignoto rumbo…
Podría tratarse del salón comedor en una casa cualquiera, a media luz. Allí, una señora mayor, de piel fina y ojos claros, daba palmadas a Lázaro.
—Despierta ya, hijo.
El joven, que estaba tendido en un sofá, bostezó con los brazos extendidos.
—Me había dormido.
—Te movías mucho. Debes de haber tenido un mal sueño.
—Sí, madre… Algo terrible. Gracias a Dios solo se trataba de eso: una pesadilla.
—Será mejor que te levantes —ella le acariciaba el pelo—. Te he preparado una gran fiesta.
—¿Una fiesta?
—¿Te has olvidado del día que es?
—No sé…
—Si hasta han venido unos invitados especiales. Quieren conocerte.
La madre caminó con lentitud y dio la espalda a su hijo. Luego permaneció inmóvil.
—¿Por qué se ha girado?
Con voz solemne y posición rígida ella respondió:
—Tengo algo especial para ti. Un regalo.
—Pero… ¿qué se celebra? Trato de acordarme y no…
—Te has olvidado, hijo. ¿Verdad?
—Gírese ya, madre. Me estoy preocupando por usted. ¿Qué tiene de particular esta fecha?
—¿No te acuerdas? —inquirió ella, sin moverse.
La señora dejó que transcurrieran unos segundos de silencio. Tomó aire con fuerza, antes de ordenar:
—Entren. Entren. Hace una noche de perros.
Se escucharon pasos.
—¿Quiénes son, madre?
Varias sombras deambulaban ya en la penumbra del salón.
—Desean entrevistarte. Sus rostros están pálidos, algo demacrados, pero han podido venir.
—¡Por Dios! ¿Qué sucede?
Las dos figuras avanzaron con lento ritmo. Sus rostros reflejaban las huellas del sufrimiento.
—¡Los periodistas! —Lázaro se tapó la boca.
Se escuchó una voz joven, femenina, fría y maquinal.
—Queríamos darle una sorpresa; también se la dimos a su amigo de la infancia, el profesor; en otro sueño; en otra vida.
—¡Lucy!, ¿qué broma es esta? ¿Quién dirige de forma tan perversa mi conciencia? ¡Otra pesadilla!
—No temas, hijo. Tan solo quieren felicitarte —repuso la madre.
—Madre, gírese. Explíqueme… Me hace sufrir. ¿Qué clase de celebración es esta?
Christian respondió por ella:
Una sorpresa como la que usted y el profesor prepararon para nosotros. ¿Se acuerda?
—¡Yo no lo hice! Era… era un simple sueño.
—También nuestra pesadilla, Lázaro.
—Queridos invitados, la fiesta debe comenzar.
—¡Su voz! ¿Qué le sucede, madre? No me dé la espalda. ¡Ayúdeme! ¡Ayúdeme, se lo suplico!
—Ha llegado la hora.
—¡Se le ha cambiado el habla!
—Que comience la fiesta. Hijo, te deseo muchas felicidades.
—¿Por qué me felicita?
—Querido. Es el día de tu santo… Esta es la noche de san Lázaro.
La madre se dio la vuelta. Él apenas mantuvo las fuerzas para reconocer aquel terrible aspecto; para afrontar las risas sarcásticas de la vieja maldita que envolvían el cuerpo de la madre. Una vieja en cuyos ojos reconoció un atisbo de desesperación al contemplar la triste mirada de su amigo John Baker.