Microrrelato
ACODADO SOBRE LA BALAUSTRADA me situé, junto al mar nocturno. La luna iluminaba aquellas aguas, como el deseo mis pensamientos. Solo debía dejar que transcurrieran las horas, hasta que el horizonte de levante anunciara el alba.
Dieron las dos... Sopló una brisa lánguida; tal como yo me sentía, ante el capricho de las manecillas del reloj. El tiempo se había ralentizado, y con él cualquier impulso de esperanza. Unos seres imaginarios me turbaron; temí que me arrastraran sobre la arena, con destino a las invisibles olas. Me agarré a la barandilla, en una pugna entre el anhelo y el temor. Luché contra los recuerdos confusos; me aferré a los diáfanos y amables, para llevarlos conmigo hacia el nuevo día.
Un impulso ignoto condujo mi vista hacia las constelaciones; y me di cuenta de que estas sonreían. Rogué a la Osa Mayor y a Casiopea que circularan con mayor celeridad, y al universo que así lo permitiera. Cerré los trémulos párpados, dando una oportunidad a la fe. Dejaron los ojos de temblar, cuando una voz sideral surgió como respuesta. Al abrirlos, fui testigo del veredicto celeste: dieron las tres, las cuatro, las cinco. Respiré hondo: la noche se deslizaba ante mis prerrogativas. Dieron entonces las seis; la claridad asomó, repentina. Una sonrisa me invadió el rostro, testigo del lucero del alba y los rojizos cirros precursores de viento; y así me hallé: con fuerza y libre, como las gaviotas que celebraban el amanecer.