Microrrelato
LAS CORTINAS VERDES contribuían al aire coqueto del reducido salón. Muebles empotrados de caoba y óleos con colores pastel rodeaban aquella atmósfera nocturna de luces amarillentas. Y encarado al flanco izquierdo de la estancia, el sofá de dos plazas vigilaba la imagen del televisor: las ráfagas de la pantalla salpicaban el cristal de la mesita de centro, presidida por una copa roja y un manuscrito… Las ramas de una planta, recuperada con toques de púrpura ornamental, recibían ondulantes caricias; quizá impulsadas a través de alguna ventana abierta, oculta por el cortinaje…
En el ritual femenino de ginebra y humo, varias lágrimas caían sobre el papel; gotas que velaban el escueto mensaje: «He de emprender un largo viaje; así lo has querido. Tu protector. Adiós.»
La joven dirigía su perdida mirada hacia aquellas escenas en blanco y negro; hacia los ignorados subtítulos para sordomudos, mientras las cortinas incrementaban el movimiento.
De súbito, las ramas se agitaron con el roce de otro tejido. Unos pasos avanzaron despacio, hasta quedar reflejado un rostro de pelo crespo y canoso sobre el cristal. Giró ella entonces la cabeza con respiración agitada…