Microrrelato
CAUTIVADO POR EL SABOR de la leyenda, decidí adentrarme en el jardín de la nueva casa. Aún salpicada por los últimos destellos de sol, la enigmática y centenaria rosa me esperaba con los pétalos abiertos de perfume intenso; de flor lozana, junto a otras ya marchitas. Me senté muy cerca de ella y aguardé cualquier señal hasta que me dormí.
Avanzaba el crepúsculo cuando me desperté. El aturdimiento desapareció de súbito al comprobar que giraba lentamente sobre sí misma, mientras se agrandaba y alteraba su armonía. ¡Oh! ¡De qué forma se transformaban!: los pétalos, en finas hojas blancas, escritas con letras góticas; el cáliz, en tapas con textura de cuero. Había imaginado toda suerte de situaciones, pero jamás que yo percibiera semejante aroma a incunable.
Precipitado, hurgué en el bolsillo. Saqué unas gafas y un cigarro; necesitaba fumar para asimilar lo que en realidad sucedía…
Al anochecer mis trémulas manos cerraron el libro, breve y revelador, unido al mismo tallo de incompresible flujo. Imposible olvidar aquellas palabras que brillaban como luciérnagas impresas; y el epílogo, broche de oro que rezaba: «Aquí, bajo esta rosa, Gloria y Teodoro viven un amor eterno.»
Mas con el alba había recobrado la flor el rojo brillo del rocío.