Microrrelato
Sin servir de precedente,
habrá en el escrito mío
un maldito neologismo;
de los que tan mal ocultan
el brillar de voces ricas
suplantadas hoy en día.
Ultraje de mil palabras,
en la fiel lengua de España,
ocultas bajo las ciénagas.
¿Por qué utilizar influencer
si existe, pues, « influyente?»
Cristina Porto no cabe en sí de alegría. Acaba de lograr la destacable cifra de 240 millones de seguidores en Instagram. Sin duda, las dos últimas publicaciones han disparado la popularidad de dicha influencer. Por un lado, las fotos relacionadas con el nuevo color de esmalte en las uñas de sus dedos índice y anular, acompañadas por la frase: «Mirad, qué chachi piruli me quedan», han ocasionado un enorme revuelo entre las jóvenes y una avalancha en las ventas; tanto es así que los dueños de muchas perfumerías van a jubilarse de forma anticipada y asegurar el futuro de los propios empleados —se nota que no pertenecen al gobierno—. Pero la guinda del pastel se ha producido tan solo un día después, con nuevas fotos de la joven posando con su perro en el césped de un parque público, donde el can huele el cagarro que acaba de soltar. «Os presento a mi mascota Yoni», escribía Cristinita en el móvil mientras un trabajador del ayuntamiento lo barría con cara de mal humor. La respuesta no se ha hecho esperar: todos los espacios verdes se han llenado de mierda chachi piruli.