Paco contemplaba las lágrimas de Rosa; la misma mirada lánguida y derrotada tras escuchar las recientes palabras del Juez. Sus dos hijos deambulaban por el pasillo, como si huyeran, sin aún saberlo, de una cruel sentencia.
Había llegado el momento; Rosa avisó a su madre. Aquellos rostros infantiles y cautelosos se acercaron, guiados por la abuela.
—¿Quiénes son esos señores, mamá? ¿Y esa maleta…? —preguntó el pequeño Jaime.
—¿Por qué estáis tristes, como la yaya? No nos lo ha dicho. —se lamentaba Cristinita.
—He de marcharme un tiempo —confesó el padre mientras les acariciaba—. Debo realizar unos trabajos. Pero pronto regresaré —la mentira piadosa sonó con voz apagada.
—Debemos marcharnos —sugirió uno de los dos señores, mostrando unos billetes—. En cuanto vuestro papá cumpla la condena, regresará.
En el epílogo de las despedidas emotivas, Paco y Rosa intentaron darse ánimos bajo aquella procelosa realidad.
—Cuídate mucho, cariño —balbuceó Rosa.
—Tú también, cielo. Seguro que los niños estarán muy cambiados cuando regrese —apostilló Paco…
En medio del llanto general, los dos funcionarios del Ministerio de Transportes se lo llevaban del brazo, billetes y maleta en mano, rumbo a Atocha para cumplir la condena: Viaje en AVE, ida y vuelta, Madrid-Sevila y Sevilla-Madrid.