Microrrelato
TEMÍA ABRIR LOS OJOS, sin la certeza de que aún los poseía. Las imágenes recientes me turbaban la mente: el jinete, de siniestra figura, que galopaba sobre un corcel negro, en aquel lecho de hojarasca, polvo y angustia. Yo olía aún el roce de los arbustos y las heridas de romero, convertido en espino, mientras los relinches se aproximaban.
Celebrar la vida o lamentar la muerte pendían de un hilo. Mas prefería morir, liberado de tan ignoto rostro, que sobrevivir atrapado por el yugo de esa lívida sonrisa, privado de acudir a mi primera cita con Elva.
Respiré hondo y un perfume conocido me reconfortó. Separé los párpados, aunque con cautela. Di entonces gracias al cielo. Ignoraba cómo, pero me encontraba junto a ella.
Estaba de espaldas, y se giró poco a poco, complaciente. El frío me paralizó entonces los sentidos.