Microrrelato
ALICIA se consideraba una Cenicienta redimida al contemplar las facciones pálidas de tía Carmen. La señora yacía silenciosa, sin que se vislumbrara réplica alguna en aquellos afilados labios; ahora incapaces de escupir improperios humillantes durante el discurso que su sobrina pronunciaba.
La voz solemne, que recordaba las miserias sufridas desde la infancia, dejó de revolotear entre el flamear de las velas. Alicia dio un respingo: dos policías irrumpieron en la estancia acompañados por el infame primo Luis. Este la observó con el mismo desdén y cautela cobarde de siempre.
—Alicia Uría, queda detenida por intento de asesinato —manifestó el inspector Ramírez; un hombre bajo, delgado, con bigote de ratoncillo.
Y en semejante desconcierto, la palabra «intento» golpeaba los atónitos oídos de Alicia. El inspector le acercó ese frasco con veneno que Carmen no llegó a tomar gracias a la disimulada intervención del hijo. Después, le mostró el micrófono delator que había aireado su monólogo íntimo, de resarcimiento, en el velatorio-trampa.
Los ojos derrotados de Alicia se clavaron en los párpados de Carmen, que ya se abrían bajo el blanquecino maquillaje, ante la sardónica sonrisa de Luis.
El inspector, pensativo, esbozó un inopinado gesto de indulgencia.