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COMO CORRESPONDÍA a las leyes físicas, había sido formado por la unión de varios cristales, dentro de la matriz de unas nubes plomizas. Poco después me encontraba ya inmerso en la lenta caída de siempre, y divisaba las luces que intentaban mostrar aquella difuminada ciudad de almas heterogéneas, iniciada la cuenta atrás hacia el nuevo año.
A lo largo de anteriores existencias había acumulado el acervo de la humanidad; recuerdos y conocimientos interrumpidos por los avatares de respectivos deshielos... Consciente de tan extraordinaria facultad, ignoraba si a alguno de mis compañeros les sucedía lo mismo; o si, por el contrario, todos se limitaban a flotar inertes.
Y en esa atmósfera de la que formaba parte, donde tejados y parques se cubrían de blanco, un viento suave, horizontal, me desplazaba a lo largo de la urbe y ralentizaba aún más la trayectoria inicial. En el coqueteo flotante ante ventanas iluminadas de algarabías, silencios, tristezas y esperanzas, sentí también el bullicio callejero, acompasado en el repicar de las campanadas de medianoche; tránsito entre lo vivido y el año que entraba por la puerta invisible del tiempo; brindis trajeados de salón, mangas andrajosas compartiendo vinos de cartón sin techo; bailes y hospitales… Todo ello alimentaba mi frío pensamiento durante una hora de silencioso deambular; tan solo guiado por el espíritu de la naturaleza.
Ahora, transcurridos dos días desde aquella noche, percibo de cerca los rayos del sol mientras comienzo, una vez más, a fundirme; igual que estos compañeros tan cercanos, también apelmazados en las ramas de un álamo donde fuimos a posarnos. Otro fin se aproxima, después de haber dado un paso más hacia mi particular sabiduría. Quizá en una próxima nevisca se me presente la oportunidad de comprender por fin las reglas que rigen la humanidad.