Microrrelato
EL SOL SE DESLIZABA sin prisa; como si contemplara el propio ocaso dorado. Unos susurros marinos interrumpieron la calma; me incliné sobre las aguas ámbar. Me caí y la orilla desapareció tras un muro acristalado; ahora, entre senderos de corales, los murmullos sonaban más cercanos.
Un caballito de mar con ojos grises sonrió. ¿Cuánto tiempo sin encontrarme aquella mirada de la infancia?... Me condujo hasta un barco cubierto de caracolas. En el puente iluminado, unas voces con eco me llamaban. Surgieron, entonces, esas figuras añoradas que las lágrimas difuminaban. Las abracé con fuerza… ¡Oh, cielos! Les hablé como nunca me atreví cuando aún vivían…
Cerré los párpados, y al abrirlos me hallaba de nuevo al otro lado del cristal en forma de copa: el mar afrutado, con aroma a barrica, bailaba solemne en mis manos. Al fin pude saborear con placer el Brandy de Jerez.