Microrrelato
ANA MURIÓ JOVEN y dotada de un hermoso cuerpo; con largos cabellos castaños, ojos de miel y labios carnosos…
Su ánima vagaba en el cementerio a modo de ronda rutinaria, cuando una inesperada ceremonia le llamó la atención. Observó desde la distancia el cortejo y la fosa del nuevo inquilino.
Se aproximó expectante. «¡Qué apuesto!», pensó alterada ante ese nuevo espíritu fornido que ya se elevaba y atravesaba la tierra desplomada sobre el ataúd.
Y ajeno a su ceremonia, él también la descubrió. A partir de entonces ambos se contemplaron, impactados por el intenso flujo etéreo.
Ya en la soledad fatua de la noche, un coro de sirenas acompasó aquella unión. Sus almas se deslizaron, una sobre la otra, anhelando el fulgor del contacto carnal.