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 Cubrieron sus cabezas con pañuelos estampados, y armados con garrotes y varas se dirigieron hacia el salón de  los monjes.

Al verlos Lu produjo un bramido. Al no tener ningún arma, entró corriendo al cuarto de meditación. 

Golpeó la mesa del altar que había delante del ídolo de Buda, arrancó dos de las patas de la mesa, y salió a defenderse.  

Tan fieramente se lanzó contra los atacantes, que éstos se refugiaron a toda prisa en los claustros. Sagaz avanzó reboleando las patas de la mesa.

Sus adversarios lo acosaron por ambos flancos. Lu montó en furia. 

Hizo una finta al este y golpeó al oeste, hizo otra al sur y aporreó al norte.

Sólo los más distantes escaparon a su tunda.  La batalla avanzó casi hasta la puerta del salón de predicación. 

Y allí resonó la voz del abad:  

— ¡Sagaz, detenga esa pelea! ¡Ustedes, monjes, también!  

Los atacantes habían tenido varias docenas de heridos. Estaban contentos de retirarse cuando el abad apareció. 

Lu dejó caer las patas de la mesa.  

—Abad, ayúdeme — exclamó. Ya estaba ocho décimos sobrio.  

—Sagaz, me está causando muchos problemas — dijo el clérigo —. 

La última vez que estuvo ebrio y armó un alboroto, le escribí a su padrino, el caballero Zhao, al respecto y él me envió una carta de disculpa. 

Ahora de nuevo se ha portado mal, ha trastornado nuestro modo de vida puro, ha destruido el pabellón y ha dañado los dos ídolos. 

Todo esto lo podemos discutir. Pero ha arrojado a los monjes del cuarto de meditación, y ese es el mayor crimen. 

El buda Wenshu meditaba donde ahora está construido nuestro monasterio. Por siglos esta tierra bendita ha conocido sólo la tranquilidad y la fragancia del incienso. 

No es lugar para un sucio individuo como usted. Los próximos días permanecerá conmigo en el salón abacial. 

Dispondré que se le transfiera a otro lugar.  

El antiguo mayor fue con el abad a su residencia. El clérigo ordenó al supervisor que enviara a los monjes de vuelta a meditar. 

Los que habían sido lesionados debían irse a descansar. Sagaz pasó la noche en el salón del abad.  

A la mañana siguiente, el abad consultó con el superior. Decidieron darle algún dinero a Lu y despacharlo. 

Pero antes era preciso avisarle al caballero Zhao. 

El abad escribió una carta y la despachó a su casa con dos mensajeros, a los que se instruyó que esperaran su respuesta.