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Él y su madre se despidieron del anciano. Luego Wang Jin ayudó a su madre a montar y se dirigieron hacia Yan'an. 

Shi Jin mandó que un sirviente cargara la pértiga. Él mismo, odiando despedirse, escoltó a sus huéspedes diez li. 

Finalmente Shi Jin hizo una reverencia ante su profesor, se despidió con lágrimas en los ojos, y regresó con el sirviente a su casa. Wang Jin tomó la pértiga y se puso a caminar detrás del caballo. 

Madre e hijo se encaminaron hacia el oeste.


No hablaremos más de Wang Jin, que se fue a unirse a la guarnición, sino más bien de Shi Jin.

Cada día el muchacho se fortalecía más. Joven y

soltero como era, a menudo se levantaba en medio de la noche para ejercitarse con las armas. Durante el día practicaba arquería y cabalgaba por la zona posterior de su propiedad.


Antes de medio año su padre enfermó y no pudo levantarse más de la cama. 

Shi Jin mandó traer médicos desde lejanos lugares, pero ninguno pudo salvarlo. 

Para tristeza de todos, el anciano murió. Su hijo preparó un ataúd y un sarcófago donde fue colocado su padre vestido de gala, y contrató sacerdotes budistas para que dirigieran siete servicios fúnebres, uno cada siete días. 

También pagó a sacerdotes taoístas para cantar salmos que garantizaran al alma de su padre la entrada directa al Cielo. Luego de más de una decena de estos servicios, eligió un día propicio para el funeral.

Todas las trescientas o cuatrocientas familias de la aldea acudieron de luto.

El anciano Shi fue enterrado en el cementerio ancestral, sobre la ladera oeste de la aldea.


Ya no había nadie que atendiera los asuntos de la propiedad de la familia de Shi Jin, pues el joven no se interesaba en absoluto por la agricultura.

Su única preocupación era encontrar gente con quien competir en destreza con las armas.


Pasaron tres o cuatro meses. Cierto día, a mediados del caluroso sexto mes lunar, Shi Jin, deseoso de aire fresco, se sentó delante de su casa, sobre una silla plegable, bajo un sauce de la esquina de la era. 

No tenía nada que hacer. Una brisa soplaba desde el bosquecillo de pinos del frente. “Qué refrescante”, pensó.


De pronto vio asomar por el bosquecillo la cabeza de un hombre que miraba en torno suyo.