66

El anciano corrió a un lado la cortina de bambú y llamó: 

—-Hija, nuestro benefactor está aquí.  

Apareció la muchacha, maquillada con primor y atractivamente vestida. Rogó a Lu Da que se sentara en el centro de la habitación. 

Y entonces como en una ofrenda de velas votivas, se hincó de rodillas seis veces ante él.  

—Si no nos hubiera salvado, benefactor — dijo —, no poseeríamos nada de lo que tenemos hoy — luego de lo cual lo invitó a subir al salón.  

—No se moleste — dijo Lu Da —. Debo irme.  

— Ahora que está aquí, benefactor, por supuesto que no podemos dejarlo partir — dijo el anciano. 

Tomó la vara y los bultos de Lu Da, y lo condujo al piso de arriba. 

Á su hija le dijo —: Haz compañía a nuestro benefactor. 

Yo veré lo de la comida.  

—-No se molesten por mí — dijo Lu Da —. Está bien cualquier cosa.  —Aun si diera mi vida, nunca podría pagarle su benevolencia — dijo el anciano Jin —. 

Un poco de comida sencilla, no vale la pena mencionarlo.  La hija se sentó con Lu Da mientras el anciano bajaba a ordenar al muchacho recién contratado que avisara a la criada que prendiera el fuego de la cocina.  

El anciano Jin y el muchacho salieron a comprar pescado fresco, un pollo tierno, un ganso, pescado en salmuera y fruta fresca. 

De vuelta en casa, abrió una botija de vino, preparó unos cuantos platos y los llevó arriba, Pusieron tres copas de vino sobre la mesa y tres juegos de palillos para comer. 

Cuando la comida y la fruta ya estaban servidas, la criada entró trayendo una tetera de plata con vino y empezó a calentarlo.  

Turnándose, el padre y la hija iban colmando la copa de Lu Da. 

Hasta que en un momento el anciano Jin cayó de rodillas e hizo una reverencia.  

—Por favor, querido anciano, no hagas eso — dijo Lu Da 

—. Me incomoda terriblemente.  

—-Cuando recién llegamos aquí, hace no mucho tiempo — dijo el anciano —, escribí su nombre en una tira de papel rojo y la pegué sobre una tablilla de madera. 

Cada mañana y cada tarde, mi hija y yo quemamos un palillo de incienso y nos hincamos de rodilla ante ella. 

Ahora que está aquí, ¿por qué no hacerlo ante usted en persona?  

—Estoy conmovido por su devoción — respondió Lu Da.  

Los tres bebieron casi hasta el anochecer. 

De pronto oyeron un alboroto afuera. 

Lu Da abrió la ventana y miró. 

Unos treinta o cuarenta hombres, todos armados con varas, aguardaban congregados frente a la casa.