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El anciano corrió a un lado la cortina de bambú y llamó:
—-Hija, nuestro benefactor está aquí.
Apareció la muchacha, maquillada con primor y atractivamente vestida. Rogó a Lu Da que se sentara en el centro de la habitación.
Y entonces como en una ofrenda de velas votivas, se hincó de rodillas seis veces ante él.
—Si no nos hubiera salvado, benefactor — dijo —, no poseeríamos nada de lo que tenemos hoy — luego de lo cual lo invitó a subir al salón.
—No se moleste — dijo Lu Da —. Debo irme.
— Ahora que está aquí, benefactor, por supuesto que no podemos dejarlo partir — dijo el anciano.
Tomó la vara y los bultos de Lu Da, y lo condujo al piso de arriba.
Á su hija le dijo —: Haz compañía a nuestro benefactor.
Yo veré lo de la comida.
—-No se molesten por mí — dijo Lu Da —. Está bien cualquier cosa. —Aun si diera mi vida, nunca podría pagarle su benevolencia — dijo el anciano Jin —.
Un poco de comida sencilla, no vale la pena mencionarlo. La hija se sentó con Lu Da mientras el anciano bajaba a ordenar al muchacho recién contratado que avisara a la criada que prendiera el fuego de la cocina.
El anciano Jin y el muchacho salieron a comprar pescado fresco, un pollo tierno, un ganso, pescado en salmuera y fruta fresca.
De vuelta en casa, abrió una botija de vino, preparó unos cuantos platos y los llevó arriba, Pusieron tres copas de vino sobre la mesa y tres juegos de palillos para comer.
Cuando la comida y la fruta ya estaban servidas, la criada entró trayendo una tetera de plata con vino y empezó a calentarlo.
Turnándose, el padre y la hija iban colmando la copa de Lu Da.
Hasta que en un momento el anciano Jin cayó de rodillas e hizo una reverencia.
—Por favor, querido anciano, no hagas eso — dijo Lu Da
—. Me incomoda terriblemente.
—-Cuando recién llegamos aquí, hace no mucho tiempo — dijo el anciano —, escribí su nombre en una tira de papel rojo y la pegué sobre una tablilla de madera.
Cada mañana y cada tarde, mi hija y yo quemamos un palillo de incienso y nos hincamos de rodilla ante ella.
Ahora que está aquí, ¿por qué no hacerlo ante usted en persona?
—Estoy conmovido por su devoción — respondió Lu Da.
Los tres bebieron casi hasta el anochecer.
De pronto oyeron un alboroto afuera.
Lu Da abrió la ventana y miró.
Unos treinta o cuarenta hombres, todos armados con varas, aguardaban congregados frente a la casa.