37

—Un poco — respondió Wang Jin —. ¿Puedo tomarme la libertad de preguntar cuál es su parentesco con este joven?

—-Es mi hijo.

—Ya que es el joven señor, si quiere aprender, éste su humilde servidor puede darle unas cuantas indicaciones. ¿De acuerdo?

——Excelente — dijo el señor. Y le ordenó al joven —: Híncate de rodillas ante tu profesor.

Pero el muchacho no lo hizo.

-—No te dejes embaucar por el parloteo de este bribón, papá — dijo exaltado —. ¡Me hincaré ante él como profesor sólo si me puede golpear

en combate. . .!

—Si el joven no lo toma en serio — dijo Wang Jin —, podemos tener

un encuentro, sólo por diversión.

El muchacho se ubicó en medio del claro e hizo girar la vara sobre su cabeza, como si fuera un molino de viento.

—Entonces, avanza — exclamó —. ¡Alcánzame, si tienes las agallas!

Wang Jin sonrió, pero no hizo movimiento alguno.

—Huésped, ya que está dispuesto a enseñar al muchacho — dijo el anciano —, ¿por qué no lucha con él?

—-Temo dañar al joven señor — se rió Wang Jin —. No se vería bien.

—Está bien. Si le rompe una mano o un pie, él se lo habrá buscado.

——Perdóneme, entonces — Wang Jin seleccionó una vara del estante de las armas, caminó hasta el claro, y tomó una posición.

El joven lo miró de reojo, luego levantó la vara y apuntó. Wang Jin se

retiró rápidamente, arrastrando su arma.

El muchacho echó a girar su vara y lo persiguió. De pronto Wang Jin se volvió y levantó el arma como si fuera a dar un hachazo. Su oponente levantó la suya para rechazarla.

Pero Wang Jin retrajo su arma a toda velocidad y estoqueó el pecho de su

adversario.

El muchacho cayó de espaldas, y su vara salió volando hacia un costado.

Wang Jin abandonó su arma y se abalanzó a ayudar al joven.

—Estoy terriblemente apenado — dijo.

El muchacho se levantó. Trajo un taburete, sentó sobre él a Wang Jin, y se hincó de rodillas con todo respeto.