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Shi Jin ordenó a sus hombres que ataran a Chen Da. Los demás bandidos fueron ahuyentados.
Shi Jin regresó a su casa y mandó amarrar a Chen Da a una columna del patio.
Decidió que tan pronto capturara a los otros dos jefes, los entregaría a las autoridades y reclamaría la recompensa.
Sirvió vino a sus hombres y les dijo que podían irse. Estos bebieron y alabaron su valentía.
En la fortaleza de la montaña, Zhu Wu y Yang Chun se preguntaban por qué no llegaban noticias, y despacharon a un espía.
Poco después regresaron los otros bandidos conduciendo un caballo sin jinete. Mientras trepaban, iban gritando a sus jefes:
—.¡Amargura y pesar! Chen Da no los escuchó a ustedes, sus dos hermanos mayores, y ahora se le puede dar por muerto.
Zhu Wu preguntó qué era lo que había salido mal. Los bandidos le relataron la batalla, agregando:
—-Ese Shi Jin es un poderoso guerrero.
——Chen Da no quiso escucharme — dijo Zhu Wu —, y al final sufrió una desgracia.
—Bajemos con todas nuestras fuerzas y resolvámoslo en combate — sugirió Yang Chun.
—-¡Imposible! — dijo Zhu Wu —. Si Chen Da no pudo derrotarlo, ¿cómo lo podrías hacer tú?
Tengo una idea. Es arriesgada, pero podría salvar a Chen Da. Si no lo hace, tú y yo también estaremos acabados.
—«¿De qué se trata?
Zhu Wu le susurró su plan al oído.
—Excelente! — dijo Yang Chun —. Vayamos entonces. No tenemos tiempo que perder.
En su casa Shi Jin seguía irritado, cuando un sirviente llegó a la carrera y le informó:
—Zhu Wu y Yang Chun vienen en camino desde la fortaleza de la montaña.
—:Esos bribones! Entregaré a ambos a la justicia. Rápido, trae mi caballo.
Sonó la alarma y los aldeanos se reunieron. Shi Jin montó su caballo y, cuando ya estaba cruzando la puerta de su propiedad, vio a Zhu Wu y a Yang Chun que se acercaban a pie. Se arrodillaron, lo miraron fijamente, y soltaron unas lágrimas.
Shi Jin detuvo su caballo y gritó: