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—¿Para qué se arrodillan allí?


Zhu Wu respondió llorando:


—Nosotros, tres humildes hombres, fuimos tan acosados por los funcionarios que nos vimos forzados a entrar en la montaña y volvernos bandidos. Juramos que “si bien no hemos nacido en el mismo día, en el mismo día moriremos”. 

Puede que la fraternidad entre Guan Yu, Zhang Fei y Liu Bei de la antigúedad no se compare con la nuestra: sin embargo nuestros corazones son igualmente sinceros. 

Hoy nuestro hermano menor Chen Da salió contra nuestro consejo. Ha ofendido a Su Excelencia y ha

sido encerrado en su honorable casa. Puesto que no tenemos ninguna manera de salvarlo, venimos a morir con él. 

Por favor, entréguenos a los funcionatios y cobre la recompensa. Ni siquiera frunciremos el ceño. De buen grado le pedimos que nos envíe a nuestra muerte.


Shi Jin pensó: “¡Qué lealtad! Si los entrego y reclamo la recompensa, me despreciará todo hombre valeroso de estas tierras. 

Como dice el viejo refrán: "Un tigre no se abalanza sobre una presa panza arriba”. 

Entonces les dijo a los jefes de los bandidos, que seguían arrodillados:


—Vengan conmigo.


Ambos lo siguieron sin miedo hasta el salón posterior. De nuevo se arrodillaron y le pidieron ser atados. 

Shi Jin insistió en que se levantaran, pero ellos no quisieron hacerlo, “El astuto es clemente con el astuto, el valiente conoce al valiente”.


Y en efecto, el joven señor declaró:


——Puesto que ustedes dos son tan leales, yo no sería un hombre correcto si los entregara a las autoridades. 

Supongamos que les devuelva a Chen Da,

¿cómo sería eso?


—Se vería usted implicado — dijo Zhu Wu —. 

Eso no arreglaría nada. Preferimos que nos entregue y que reclame la recompensa.


—Imposible! — replicó Shi Jin —. 

¿Compartirían mi comida y mi bebida?


—La muerte no nos asusta — dijo Zhu Wu —. 

¿Por qué lo harían su carne y su vino?


El joven señor estaba muy complacido. Desató a Chen Da y sirvió un banquete para los tres jefes en el salón posterior. 

Zhu Wu, Yang Chun y Chen Da le agradecieron su gentileza. Luego de vatios tragos, a todos se les veía más animados. 

Cuando el vino se acabó, los tres jefes le agradecieron de nuevo a Shi Jin, y regresaron a su montaña. 

Shi Jin los fue a despedir hasta la puerta de la casa.