En la Grecia clásica los enfermos acudían al templo de Epidauro para hacerse curar por Asclepios, dios de la medicina. Aquella amalgama de santuario, hospital, sanatorio y bazar debía presentar, durante todo el año, un aspecto harto curioso. Una muchedumbre de ciegos, epilépticos y lisiados, la tomaba por asalto, dando mucho quehacer, para disciplinarla, a los zácoros, a los portallaves, a los piróforos, que mitad sacerdotes, mitad enfermeros, representaban a Asclepios y vigilaban los milagros.

La clínica sólo proporcionaba, para no dejarles al raso, los muros del dormitorio, que estaba en la planta superior y se llamaba abaton. Los pacientes tras una noche pasada, eran conducidos a la fuente para tomar un baño y la precaución no debía ser superflua... Solamente después de haberse quitado de encima lo mejor posible el hedor y la suciedad, eran admitidos en el templo propiamente dicho para la oración y la ofrenda. Asclepios era un doctor honesto y sólo exigía los honorarios en caso de curación. Para saldar un fémur roto se contentaba con un pollo pero podía trabajar gratis si el paciente era pobre.

No sabemos con precisión en qué consistían las curas. Ciertamente las aguas tenían gran parte en ellas, pues la región abundaba en termales. Otro ingrediente muy usado eran las hierbas. Pero sobre todo se contaba con la sugestión que se creaba con exorcismos y espectaculares ceremonias. Tal vez se recurría también al hipnotismo y en ciertos casos a la anestesia, si bien no se sabe cómo la lograban. Porque de las inscripciones resulta que Asclepios, más que un clínico, era un cirujano.Estas no hablan, en efecto, más que de vientres abiertos a cuchilladas, de tumores extraídos, de clavículas soldadas, de piernas torcidas enderezadas haciendo transitar un carro por encima. El caso más célebre de todos fue el de una mujer que, queriendo librarse de una tenia y estando Asclepios ocupado en aquel momento, se había dirigido a su hijo quien, teniendo como el padre la pasión de la cirugía, le separó la cabeza del cuello y con la mano fue a buscarle la lombriz en el estómago. La encontró y la sacó. Pero luego no pudo volver a poner la cabeza sobre el tronco de la desdichada, así que tuvo que entregarla en dos trozos al padre, quien, tras haberle dado un capón al incauto muchacho, se marchó. Esto también aparece escrito en una lápida.

Fue este dios socorredor, o por decirlo mejor, fueron sus sacerdotes los que monopolizaron la medicina griega hasta el siglo V a.C. Sólo en tiempos de Pericles asomó la medicina laica, que se apoyaba, o pretendía apoyarse, en bases racionales, al margen de la religión y de los milagros. Pero también esta novedad le vino a Atenas desde fuera, o sea del Asia Menor y de Sicilia, donde se habían formado las primeras escuelas seglares.

El verdadero fundador fue Hipócrates, si bien parece ser que antes de él, en Crotona, había habido otro. Alcmeón, formado en la escuela de Pitágoras, al que se atribuye el descubrimiento de las trompas de Eustaquio y del nervio óptico. Pero de éste no sabemos nada mientras que Hipócrates es una figura histórica. Era de Cos, donde todos los años acudían miles de enfermos para zambullirse en las aguas termales. Estos constituían un excelente material de estudio para el joven HIpócrates, que era hijo de un "curandero" y discípulo de otro, Heródico de Selimbria. Empezó por elaborar una casuística que le allanó el camino para formular, sobre la base de la experiencia, la diagnosis. Sus libros fueron después reunidos en un Corpus Hippocraticum, donde de Hipócrates tal vez no haya mas que una mínima parte, siendo el resto añadido por sus discípulos y sucesores. En él se encuentra confusamente de todo: anatomía, fisiología, consejos, investigaciones y un amplio número de ideas erróneas. No obstante, ha constituido el texto fundamental de la medicina durante más de mil quinientos años.

Los médicos hipocráticos hacían todo lo posible por ser rigurosamente científicos, pero del mismo modo sostenían que el primer deber del médico es curar, más bien que estudiar la enfermedad. En este aspecto, existía cierto grado de desacuerdo entre ellos y la vecina escuela de Cnido. Podríamos concretar esta diferencia diciendo que el ideal de Cnido fue la ciencia, y el de Cos, la ciencia al servicio del hombre.

Hipócrates debió de haber tenido algún disgusto con la iglesia, porque comienza con la afirmación del valor terapéutico del rezo. Mas en seguida se pone a desmantelar el origen celeste de las enfermedades, tratando de reconducirlas a sus causas naturales. Parece que, como profesional, valía poco, pues no comprendió el valor revelador de las pulsaciones, juzgaba la fiebre sólo con el contacto de la mano y no auscultaba al paciente. Pero desde el punto de vista científico y didáctico, fue ciertamente el primero que separó la medicina de la religión. Era amigo de Demócrito, que le desafió en longevidad. Ganó el filósofo, rebasando los cien años, en tanto que el médico sólo llegó a los ochenta y tres.

El cuerpo, dice Hipócrates, está compuesto de cuatro elementos: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Las enfermedades provienen del exceso o defecto de cada uno de ellos. La cura debe consistir en un reequilibrio y por esto ha de basarse, más que en las medicinas, en la dieta. Mejor es prevenir la dolencia que reprimirla.

No puede decirse que bajo la guía de Hipócrates la anatomía y la fisiología hubiesen hecho grandes progresos. Sólo la Iglesia proporcionaba material de estudio con las vísceras de los animales que eran sacrificados para deducir de ellos los auspicios. Y en cuanto a la cirugía, permaneció siendo monopolio de los practicones que la ejercían a troche y moche y, sobre todo, de aquellos que lo hacían al servicio del Ejército durante las guerras. Pero a él de debe la formación de la medicina como ciencia autónoma y su organización. Antes de Hipócrates, se iba a Epidauro a solicitar el milagro.

Hipócrates confirió a la medicina una alta dignidad, elevándola a sacerdocio con un juramento que comprometía a los adeptos no sólo a ejercer según ciencia y conciencia, sino también a atenerse a un rígido decoro externo, a lavarse mucho y a guardar una actitud mesurada que inspirase confianza en el paciente. Por primera vez, con él, los médicos se organizaron corporativamente, se volvieron estables, fundaron iatreia, es decir, gabinetes de consulta, y celebraron congresos donde cada uno aportaba la contribución de sus propias experiencias y descubrimientos.

El Maestro ejercía poco. Por lo demás estaba continuamente de viaje para consultas de excepción. Le llamaban hasta el rey Pérdicas de Macedonia y Artajerjes de Persia. Atenas le invitó en 430 antes de Jesucristo, cuando hubo una epidemia de tifus petequial. No sabemos qué curas prescribió ni que resultados obtuvo. Pero Hipócrates tenía un modo de diagnosticar y de pronosticar, a fuerza de sonoras palabras científicas, que infundía respeto hasta cuando no curaba el mal. Y era célebre por aforismos como: "El arte el largo, pero el tiempo es fugaz", que dejaban a los pacientes con sus reumatismos y sus jaquecas, pero les sugestionaban.

Su buena salud era la mejor reclamo de sus terapias. a los ochenta años correteaba aún de una ciudad a otra, de un Estado a otro, huésped de las casas más señoriales, pero siempre sujeto a un horario y a una dieta rigurosa. Comer poco, andar mucho, dormir sobre duro, levantarse con los pájaros y con éstos acostarse, era su regla de vida.

Ya en la Atenas del Helenismo (s.III a.C.) los médicos exponían sus títulos ante la Asamblea, que elegía a quienes le parecían los mejores; estos eran retribuidos por la ciudad, quien ponía a sus disposición un local que servía para las consultas, las operaciones y la hospitalización de los enfermos, y los medicamentos eran pagados por el Estado. Los gastos de este servicio social se cubrían mediante un impuesto especial, el iatrikón.

Sólo en la época helenística, los médicos obtuvieron autorización para disecar a criminales condenados a muerte. Herófilo de Calcedonia y Erasístrato de Yúlide practicaban también vivisecciones (disección anatómica de un ser vivo), y descubrieron, veinte siglos antes de Harvey, la circulación de la sangre.

Los instructores de los gimnasios o pedótribos eran con frecuencia higienistas y proporcionaban a los atletas y a los miembros de la clase ociosa la oportunidad de someterse, debidamente dirigidos, a regímenes de salud. Sabían también reducir fracturas, distensiones y luxaciones. En su ocupación de cuidar y reestablecer la salud de sus clientes, estudiaron los masajes, las dietas y los sistemas graduados de ejercicios.

El público tenía también a su disposición libros de medicina y podía procurarse drogas en casa de farmacópolo o farmacéutico, que se proveía, a su vez, del rizótomo o "cortador de raíces", la cosecha de plantas medicinales era considerada como parte esencial del arte de curar. Con frecuencia los médicos dirigían oficinas donde se preparaban medicamentos bajo su dirección.

En Grecia, raramente pudo hablarse de especialistas, con excepción de los oculistas, que curaban los ojos de sus clientes sobre todo con la ayuda de colirios, y dentistas, capaces de empastar o enfundar de oro los dientes.

Las mujeres podían ser médicos, pero se limitaban generalmente a realizar las funciones de enfermeras, de cuidadoras de enfermos y, sobre todo, de comadronas. Las mujeres, sobre todo para determinadas enfermedades, se dirigían con preferencia a las curanderas, que más practicaban la magia que la medicina racional.