El rincón de la Ciencia

nº 19, Diciembre de 2002

Ciencia y Arte

Ciencia y Caridad (Picasso)

Antonio del Moral

En vísperas de 1898, un año trágico para la historia de España, pues se certificaba la definitiva pérdida de los territorios americanos y asiáticos tras una dura guerra contra los Estados Unidos, un joven pintor malagueño conseguía una mención en la Exposición Nacional de Bellas Artes con el lienzo Ciencia y Caridad. Ese estudiante, que ya creaba como un maestro, se llamaba Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), y era el hijo mayor de José Ruiz Blasco, profesor de dibujo en Málaga, que le había iniciado en tierras gallegas en la pintura a la temprana edad de diez años. En 1895, el adolescente Pablo fue admitido en los cursos superiores de pintura al natural en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja de Barcelona. Con el tiempo llegaría a ser uno de los grandes pintores españoles del siglo XX.

El lienzo, actualmente en el museo Picasso de Barcelona, representa, dentro aún de una corriente academicista, a un médico y a una monja con un niño, personajes que rodean a una mujer enferma –se supone que la madre de la criatura- que se encuentra acostada en una cama. El médico, dibujado sentado mientras toma el pulso a la mujer observando su reloj de bolsillo, encarna la Ciencia y la monja, cuya presencia en los hospitales solía ser habitual, a la Caridad. La unión simbólica de las mismas –que origina el título- resulta enternecedora hasta nuestros días, y motiva a reflexionar sobre la necesidad de unir tanto la ayuda científica a los enfermos como la espiritual y afectiva.

La figura de la Caridad humaniza a la Ciencia, y ésta debe situarse al lado de aquella: idea que parece desprenderse de la visión del cuadro. El siglo XIX fue la centuria de la Medicina, la época de mayor desarrollo de esta ciencia en toda su historia moderna, que puso las bases de su extraordinaria difusión y progreso en el siglo XX. El médico representó mejor que ningún otro la figura del científico, a ojos de la mayor parte de la sociedad, al estar en contacto con todas las capas sociales. Si bien importante y definitivo para la revolución industrial, el trabajo de los físicos, químicos e ingenieros parecía demasiado lejano para las clases medias y populares, frente a la cotidianeidad del médico, del "doctor". Y es precisamente ese médico de cabecera –la cabecera de la cama- el que aparece en este cuadro, junto a la monja.

Numerosas órdenes religiosas femeninas, de acuerdo con su idea de asistencia y dedicación a la sociedad, se especializaron en el trabajo en hospitales y dispensarios. La simpática figura de la monjita en los pasillos y galerías hospitalarias relajaba el carácter sumamente científico y serio de los médicos, y a ambos unían –o debía unir- un sincero humanitarismo y caridad. Hoy en día, el término de caridad resulta estar muy mal entendido, y se prefiere el de "justicia social" aunque, en el fondo, coincidan en algunos aspectos, aunque en otros le supera: la caridad debe ser solidaridad, entrega generosa, desinteresada y total hacia los demás, hacia todos los hombres, ayudándoles directamente, yendo más allá de los justos límites. Por eso pienso que el título de esta obra no debe cambiar, no puede "actualizarse", pues su mensaje continua siendo fundamental para que la Ciencia nunca abandone su misión como actividad siempre en beneficio y entrega sincera, total y generosa a la mejora de la Humanidad.