7. LAS IDEAS INNOVADORAS DEL IATROQUÍMICO FÉLIX PALACIOS.

Socio de la Regia Sociedad, y, por tanto, innovador y crítico de los saberes clásicos establecidos como dogmas, era el farmacéutico toledano Félix Palacios (1678 – 1737). Fue visitador general de los obispados de Córdoba, Jaén, Guadix y abadía de Alcalá la Real. Asimismo fue examinador del Real Protomedicato (tribunal que reconocía la suficiencia de los aspirantes a ejercer la medicina, concediendo las licencias necesarias para tal ejercicio, haciendo también las veces de cuerpo consultivo). Félix Palacios desarrolló una labor esencial en la divulgación de las nuevas ideas químicas europeas en nuestro, atrasado, país, y puede ser considerado como uno de los principales promotores del estudio de la Química en España (sin embargo, ¿cuántos químicos españoles saben algo de tan magno personaje?). Dos son sus principales contribuciones: la célebre Palestra pharmaceutica (1706), cuyo silencioso (¿por qué?) tricentenario se ha cumplido recientemente y su traducción de la muy famosa en su tiempo obra de Nicolas Lemery, el Curso de Química (1703). Es decir, las interesantes y novedosas ideas y experiencias de Nicolas Lemery (1645 – 1715) nos llegan gracias a la decidida labor de Palacios. Lemery fue un verdadero químico (E. Portela, 1999), impartiendo clases y conferencias con demostraciones experimentales. En palabras de Portela “su obra reúne las ventajas de la erudición y de la comprobación personal por el autor de todos los procesos descritos, lo que le confirió gran credibilidad; queda de manifiesto un gran salto adelante en la calidad y variedad de los productos químicos preparados con fines terapéuticos”. El Cours de Chymie (1675) tuvo un enorme éxito popular, siendo considerado durante mucho tiempo como el mejor tratado de Química. Se publicaron numerosas ediciones en francés, varias en inglés y fue traducido también al latín, alemán, italiano y, como se ha dicho, al español por Félix Palacios. Además de su ameno carácter divulgativo, la obra de Lemery tiene extraordinario interés teórico y experimental, con aportaciones verdaderamente originales. Sus ideas teóricas están muy próximas a las de Boyle, siendo también defensor de la concepción corpuscularista de la materia. Así, este librepensador de la química, independiente y lúcido, sostiene una curiosa teoría en la cual relaciona las propiedades de las sustancias con las supuestas formas de sus partículas. En esta concepción atomista primitiva, por ejemplo, las partículas de los ácidos tienen puntas agudas, capaces de agujerear los metales, explicándose de esta manera la disolución de un metal por un ácido. El aumento de peso de un metal por la calcinación lo explica diciendo que las partículas ígneas se introducen en sus poros.

Palacios, como genuino representante del “movimiento novator”, critica la medicina arábigo-galénica imperante y, en la línea de Lemery y los iatroquímicos, propugna la innovación con la aplicación terapéutica de preparados químicos. Publicó una obra contra el sabio Miguel Boix: La farmacopea triunfante de las calumnias e imposturas que en el Hipócrates defendido ha publicado el doctor don Miguel Boix (1713). Obra ésta muy polémica y generadora de controversias en el siglo XVIII. Se le criticó duramente a Palacios el empleo de medicamentos químicos, algunos preparados con recetas que consideraban de risa. Boix, defensor de la medicina hipocrática, es autor de Hipócrates defendido (1711), punto de partida de las agrias discusiones y, posteriormente, como reacción a las críticas, de Hipócrates aclarado (1716).

La Palestra pharmaceutica de Félix Palacios es, sin duda, una obra importante de la literatura científica hispana, la cual sigue un esquema similar al Cours de Chymie de Lemery, de cuyas lecciones aprendió el boticario toledano. El título completo del libro es Palestra pharmaceutica, chymico-galenica. Título significativo, pues de una lucha o discusión se trata: las antiguas concepciones médicas, clásicas, las basadas en las doctrinas de Galeno, frente a las modernas o iatroquímicas. Señalemos, para evitar confusiones, que la iatroquímica de la segunda mitad del siglo XVII (como ha indicado Bertomeu) elimina los elementos panvitalistas y metafísicos de Paracelso, incorporando la visión mecanicista y atomista y dando capital importancia al conocimiento empírico, empleando una metodología científica inductiva. El imprescindible libro de Palacios (edición de 1737) lleva el siguiente subtítulo, casi un prólogo: “ En la cual se trata de la elección de los simples, sus preparaciones químicas, y galénicas, y de las más selectas composiciones antiguas, y modernas, usuales, tanto en Madrid, como en toda Europa, descritas por los antiguos, y modernos, con las anotaciones necesarias, y más nuevas, que hasta lo presente se han escrito, tocantes a su perfecta elaboración, virtudes, y mejor aplicación en los enfermos. Obra muy útil, y necesaria para todos los profesores de la Medicina, médicos, cirujanos, y en particular boticarios: muy añadida en esta tercera impresión”. La edición de 1737 va dedicada al doctor Juan Higgins, presidente de la Regia Sociedad Médico-Química de Sevilla y primer médico del rey Felipe V, entre otros cargos.

La Palestra de Palacios, obra no exenta de polémica en su tiempo, despertó gran interés, siendo editada nueve veces durante el siglo XVIII. Es el libro de química médica más importante del siglo editado en nuestro país, siendo de enorme utilidad; con él los nuevos conocimientos químicos llegaron a médicos y boticarios, al mismo tiempo que se daba un impulso para la lenta maduración de la ciencia química. Hay que destacar el gran valor de la ordenación y unificación de los métodos operativos, sistematizando los procedimientos químicos. Asimismo señalemos las amargas críticas de Palacios a sus compatriotas, denunciando el desconocimiento y desprecio de los españoles por la química. El eminente boticario toledano no sólo recibió ataques en su época sino que en el siglo XX encontramos comentarios, que creemos injustos, hacia su persona (en cierta famosa enciclopedia se decía que Palacios “padecía del defecto de una crítica vacua”). Por otro lado, indiquemos que en la Palestra pharmaceutica encontramos detalladas láminas en las que se pueden observar hornos, destiladores, crisoles, morteros, retortas, etc. que difieren poco de los usados por los alquimistas, aún rudimentarios y parecidos a los usados siglos atrás (a lo largo del siglo XVIII se producirá una importante evolución del instrumental de laboratorio, donde la balanza adquirirá el protagonismo, haciéndose la química cuantitativa). Hallamos también en la obra de Palacios una tabla, similar a las usadas por los libros de química de la época (como el de Lemery), con los símbolos químicos utilizados. Éstos nos recuerdan también claramente a los empleados por los alquimistas (aire, agua, fuego, tierra, alambique, azufre, azufre de los filósofos, baño de María, cobre o Venus, escorpión, mercurio, orina, oro o Sol, quinta esencia, etc.). La compleja notación empleada muestra la necesidad de una sistematización en la nomenclatura y los símbolos, que aún está lejana.