Página 2 de Blanca

¿Por qué no hacerlo por mí?

La primera cosa que se nos ocurre hacer con alguien que queremos es cuidarlo, ocuparnos de él, escucharlo, procurarle las cosas que le gustan, ocuparnos de que disfrute de la vida y regalarle lo que más quiere en el mundo, llevarlo a los lugares que más le agradan, facilitarle las cosas que le dan trabajo, ofrecerle comodidad y comprensión.

Cuando el otro nos quiere, hace exactamente lo mismo.

Ahora, me pregunto: ¿Por qué no hacer estas cosas con nosotros mismos?

Sería bueno que yo me cuidara, que me escuchara a mi mismo, que me ocupara de darme algunos gustos, de hacerme las cosas más fáciles, de regalarme las cosas que me gustan, de buscar mi comodidad en los lugares donde estoy, de comprarme la ropa que quiero, de escucharme y comprenderme.

Tratarme como trato a los que más quiero.

Pero, claro, si mi manera de demostrar mi amor es quedarme a merced del otro, compartir las peores cosas juntos y ofrecerle mi vida en sacrificio, seguramente, mi manera de relacionarme conmigo será complicarme la vida desde que me levanto hasta que me acuesto.

El mundo actual golpea a nuestra puerta para avisarnos que este modelo que cargaba mi abuela (la vida es nacer, sufrir y morir) no sólo es mentira, sino que además está malintencionado (les hace el juego a algunos comerciantes de almas).

©Jorge Bucay "El camino del Encuentro". Argentina

02/04/09

Quiero compartir con ustedes, este bellísimo poema que escuché en Radio María-México hace algunas semanas. Espero que lo disfruten tanto como yo y sobre todo que reflexionemos en su contenido. Sólo el Don de la Maternidad, Don de Vida, puede inspirar algo más bello.

Dichosas aquéllas que hemos acunado en nuestro vientre el Don de la Vida!!!

Que Dios y María Santísima bendigan a todas las madres del mundo y nos conceda la gracia de ser buenas madres y esposas, para Glorificar Su Santo Nombre.

TUS HIJOS

Tus hijos son la corona. Por toda la vida sus corazones ciñen con amor tu corazón de madre. Por toda la eternidad te coronarán de gloria.

Tus hijos son la corona que te ofreció Cristo ante el altar de tu matrimonio. Flores hermosas y fuertes que empiezan a brotar frescas cuando tus azahares de novia se marchitan.

Son la corona que te ofreció Cristo... parte de Su Corona. Y sabes bien que Su Corona en esta vida fue corona de espinas. Por eso, tus hijos son para ti también corona de espinas: preocupaciones hondas que hinchan perpetuamente en tu cabeza, ansiedades y anhelos que atormentan dolorosamente día y noche tu corazón.

Pero las Espinas de Cristo florecieron en Gloria el día de Pascua. En esta vida fueron espinas porque el tiempo marchita las flores y las espinas resisten el tiempo. Florecieron el día de Pascua, en la eternidad donde nada bueno se marchita ni acaba.

Así, tú verás un día con lágrimas de gozo florecer tus preocupaciones en lozanía de realidades y tus ansias dolorosas y anhelos en júbilo de descanso cuando las almas de tus hijos formadas por ti en el bien, se salven contigo y sean tu corona de gloria por toda la eternidad.

Fuiste al altar el día de tu boda para que el Señor te entregara en sagrado depósito a un hombre elegido por tu corazón. No olvides que te entregaste completamente. El amor de tu entrega fue tan grande, que abrazó todo el transcurso del tiempo. Cuando tú y tu esposo descansen en Dios, tus hijos y los hijos de ellos, prolongarán indefinidamente el eco dulce y suave del “si” que pronunciaste conmovida ante el altar del Señor.+

Te entregaste al Señor para que Él te entregara a un hombre y por él, a tus hijos. Sagrado depósito que te confía el Señor. Por eso te debes a tus hijos, eres para tus hijos y vives para ellos.

Y la luz clara que fluye de esta dulce verdad, ilumina todos los pequeños y grandes momentos de tu vida de madre.

Eres madre, y ya no puedes dejar de serlo. Madre... ser que existe para sus hijos.

Y el calor de esta luz clara vivifica tus momentos helados y enflora tus arideces y puebla tus soledades y enriquece de melodía tus silencios, porque tienes a tus hijos que te dio el Señor y que vives para ellos.

Son espinas austeras que florecen en tu corazón para tu gloria.

Son espinas que te defienden de robos a tu corazón y desvíos en tu senda humana y te clavan con dolorosa misericordia en tu deber de esposa.

Son espinas que te aguijonean para seguir siempre adelante en tu propio mejoramiento, cultural, santidad y gracia.

Espinas salvadoras, como las espinas de Cristo. Espinas, germen de flores y de gloria eterna con Cristo.

Eres feliz porque eres madre. Y tus hijos son tu corona para toda la eternidad.

Reverendo Padre Martín

30/03/09

¡Fijen su mirada en Jesús!

El cristiano de nuestro tiempo, además de ver con ojo crítico los sucesos cotidianos, tiene que

aprender a contemplar e Jesucristo y, en ese camino, María es quien de manera especial puede ayudarle.

Ahora, es el ojo humano el punto de partida para nuestra reflexión. Este fabuloso órgano del cuerpo –del latín oculus o globo ocular-, regularmente es considerado el órgano de la visión, cuando en realidad el proceso de la visión lo efectúa el cerebro. El ojo traduce las ondas electromagnéticas de la luz en impulsos nerviosos que se transmiten al cerebro a través del nervio óptico. A diferencia de un adulto, un niño puede ver claramente a 6,3 cm. – proceso que implica la contracción del músculo ciliar-; y el adulto de unos 50 años, ve con claridad a 40 cm. En la edad adulta, la mayoría de las personas pierden la capacidad de ver a distancias cortas. A esto se le llama presbiopía. Se estima que los ojos pueden enfocar al menos, cien mil puntos distintos del campo visual. Los músculos de ambos ojos, funcionan simultáneamente, lo que realiza la importante

tarea de converger su enfoque en un punto y, así, las imágenes de ambos coincidan. Los niños recién nacidos, tienen ojos color grisáceo, dado que la pigmentación se forma durante los primeros meses de vida. A los dos o tres meses, se establece el color definitivo. Finalmente, entre otros defectos y patologías, se encuentran la miopía, hipermetropía, presbicia, daltonismo, conjuntivitis, catarata, glaucoma, Oftalmía y traumatismos.

Ante la maravilla de nuestro cuerpo, y particularmente de este órgano, cabe preguntar: ¿en qué ocupamos la mirada? El Profeta Isaías, que habla de nuestro Señor Jesucristo al decir: “Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante, que no tenía ya aspecto de hombre…Sin brillo ni belleza para que nos fijáramos en él, y su apariencia no podía cautivarnos” (Is 52,14; 53,2) Al parecer, el Hijo de Dios sigue padeciendo en los hijos de Dios. Muchos excluidos en las calles o recluidos en las cárceles; muchos sin “prestigio social” o carentes de lo elemental; muchos con el rostro desfigurado por la injusticia social, por no tener las suficientes influencias para ser atendidos medicamente a tiempo y con respeto por su dignidad humana; y muchos más que no tienen una bella apariencia para cautivarnos, provocan “horror” –en el sentido burgues de la palabra- a muchos bautizados. Quizá, al pasar entre ellos, presentes en nuestra ciudad y en nuestra casa, echemos la mirada hacia otro lado, y olvidemos las palabras de Jesucristo: “En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí” (Cf Mt 25, 34-46).

Por otra parte, está escrito en San Mateo: “Tu ojo es la lámpara de tu corazón. Si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están malos, todo tu cuerpo estará en la oscuridad” (Mt 6, 22-23), y también: “Si tu ojo te está haciendo caer, arráncalo y tíralo lejos” (Mt 18,9) No podemos tomar literalmente está exhortación. Sin embargo, si podemos decir, que hay que arrancar de nosotros los que nos impida vivir en paz, al servicio de los demás y en armonía con la Iglesia. El exceso de televisión –y no sólo la pornografía- aleja al hombre de su plena incorporación social y realización humana. Lamentablemente el homo sapiens se ha transformado en homo videns. “Un sano ayuno de las imágenes es indispensable para cultivar la vida del espíritu y evitar la disipación” (Raniero Cantalamessa, El misterio de la Transfiguración, pág. 91) Puede ayudar en este tiempo, la recomendación del Apóstol San Pablo de “fijar los ojos en Jesús que organiza esta carrera de la fe y la premia al final” (Cf Heb 12, 2; 3,1)

El cristiano de nuestro tiempo, además de ver con ojo crítico los sucesos cotidianos, tiene que aprender a contemplar e Jesucristo y, en ese camino, María es quien de manera especial puede ayudarle, pues “Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él, ya en la Anunciación” (Juan Pablo II, Rosarium Virginis Mariae, 2002). El santo rosario sería como una herramienta oftalmológica de la fe, pues la meditación serena de cada misterio, nos ayuda a ver más de cerca la persona humana y divina de Jesús. Además el P. Raniero –en el libro ya citado- dice: “La contemplación tiene un poder terapéutico, sana: un poder que necesitamos abundantemente hoy, que la imagen el espectáculo, se ha convertido en el vehículo principal de la ideología mundana. No se nos pide no mirar, sino elegir lo que miramos. El que ha creado el ojo para mirar, ha creado también el párpado para cerrarlo” (41-42)

Finalmente, en nuestra “ventana del alma” –los ojos-, dejemos que Dios asome su rostro y vea las profundidades de nuestro corazón; y a su vez, echemos un “vistazo” fuera, a todo lo creado, y –con un espíritu franciscano- alabemos a Dios por la hermana tierra. Ojala que nuestro ser cristiano, tenga por anhelo principal, contemplar a Dios, recordando las premisas de la Escritura: “Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8), y “Procuren estar en paz todos y progresen en la santidad, pues sin ella nadie verá al Señor” (Heb 12,14) Que así sea. Dios les cuide.

Ángel Alvarado (México)