Jesús, ¿quien es Jesús?. José y María, dos grandes creyentes

Jesús, ¿quién es Jesús?

Hace más de 2000 años que la humanidad se formula esta pregunta. Pasó por esta tierra viviendo en una familia de artesanos. Sabía leer y escribir, pero principalmente sabía hablar.

Ha sido el mejor educador que el mundo haya conocido y sus enseñanzas las hizo siempre caminando. Alguna que otra vez arriba de un burro o una barca.

Una vez subió a una montaña para decirle a la multitud desde lo alto lo mismo que les había estado diciendo a sus discípulos. Que el Reino de los Cielos está destinado a los pobres de espíritu, que los mansos poseerán la tierra, que quienes lloran serán consolados, que los limpios de corazón verán a Dios. Cada piedra que pisa su sandalia es un escalón más que lo acerca a los desposeídos, a los que nada tienen, a los que son la sal de la tierra. A esos los llamó bienaventurados.

También recorrió Galilea enseñando una doctrina que los escribas no entienden ni conocen, hablando en parábolas para aquellos que “viendo no ven” y “oyendo no oyen”. Enseñando a separar el trigo de la cizaña. Multiplicando los panes y los peces. Curando por todas partes. Resucitando a los muertos.

A veces escandaliza y caen reproches sobre él. Igualmente la gente se arremolina en su entorno, los que sí oyen se maravillan de lo que dice, pues El tiene respuestas convincentes y aleccionadoras para todo.

Hoy a igual que en aquel entonces al pié del Sinaí la multitud sigue reunida. Su sandalia continua pisando la piedra que lo acerca a los que sufren. El trigo se sigue separando de la cizaña. El hijo de Nazaret continua multiplicando panes, continua influyendo en toda vida de hombre, por eso el Jesús del Belén, el Jesús de la Cruz, el Jesús del Sepulcro Vacío sigue marcando la vida del hombre. Por eso está siempre volviendo a nacer y volviendo a morir. Y su sepulcro siempre está vacío, porque cada aurora nos regala su resurrección.

Y pensar que todo empezó con un pesebre: por eso, millones de pesebres vuelven todos los años en un 25 de diciembre, todos regresamos al portal de Belén: millones de cristianos reconstruyen en sus casas el clásico pesebre, y todo para que no pase inadvertido aquel Jesús niño, aquel Jesús hablador, aquel Jesús educador.

Y esa historia que se inicia en un pesebre, de algún modo, encierra todas las vivencias: la alegría y el miedo, la vida y la muerte, las sombras y la luz. Allí se inicia una historia que trata de todo y de todos y es para todos. A todos les sirve. Hay espacio para todo cuando el hombre sale al encuentro de Dios. O, mejor dicho, cuando Dios se pone a caminar en dirección al hombre.

En el cristianismo, a diferencia de lo que ocurre en las otras tradiciones religiosas, la relación entre el hombre y su Creador se traduce en un prodigioso movimiento hacia abajo. No sube el hombre: es el Señor el que baja, al menos así ocurrió en aquel pesebre.

Para los cristianos la figura de Jesús está en el centro mismo del universo cósmico de la fe. Desde el pesebre la historia se dividió en dos. Un antes y un después. Lo histórico y lo sobrenatural se entrelazan misteriosamente cuando se invoca al hombre que con un pequeño grupo de doce desarrapados desencadenó la más poderosa de las revoluciones que haya conocido la humanidad. Su doctrina cambió definitivamente el mundo y logró que un nuevo espíritu prevaleciera sobre la mayor parte de la tierra. Espíritu fundado en el reconocimiento de la suprema dignidad de la persona humana.

A más de 2000 años de su paso por el mundo, Jesús sigue siendo la imagen del cambio y del hombre nuevo. Ese solo hecho sobrecoge y conmueve a creyentes y a no creyentes. No hace falta ir muy lejos para encontrarnos y rozarnos con El. Basta con que nos acerquemos a la persona que tenemos más cerca y aprendamos a mirarla y a tocar su mano de una manera diferente.

Dicen que Jesús, al comienzo de su misión, volviéndose a los que le seguían, les dijo:

----¿Que buscáis? Fueron sus primeras palabras públicas.

En verdad, son las que nos dice siempre. También en la Noche de las Noches.

José y María dos grandes creyentes

Estamos tan acostumbrados a una determinada imagen navideña, que olvidamos preguntarnos si todo tuvo que suceder así, porque así lo había ya planificado el mismo Dios, o si la libertad de las personas que intervinieron lo decidieron así.

En realidad, el plan de Dios es que el hombre sea libre, plenamente libre. Pero como somos mediocremente libres, nos dejamos engañar y presionar, y con frecuencia hasta nos engañamos a nosotros mismos, necesitamos momentos de contemplación y de reflexión, como en Navidad, para respirar el aire puro de la libertad y pensar aunque sólo sea una vez al año, de dónde nos viene esa libertad.

José y María van gestando el acontecimiento navideño con opciones libres, personales, y no como personajes que van desarrollando un papel escrito por otros, como sucede en el teatro o en el cine.

José y María no representaron una obra llamada Navidad, simplemente vivieron lo que ellos mismos habían creado y aceptado vivir.

Es cierto que Dios siempre estuvo tras la iluminación de lo que fue sucediendo. Pero siempre José y María fueron libres en todo lo que hicieron. Dios ilumina. Pero ellos ponían la voluntad en el hacerlo. Podían haber dicho no. Dijeron si.

La primera de estas opciones fue el si de María de ser madre sin saber el como iba a suceder, sin entender el como podía ser. La segunda opción fue la de José de aceptar un niño que no era propio. Tanto María, como José, no entendían, no podían entender, solamente creían. Son los dos mas grandes personajes que tiene el cristianismo cuando se trata de ejemplificar lo que es el creer. Ellos no entendían, ellos solamente creían.

La psicóloga Francoise Dolto escribió que con la aceptación de José como padre adoptivo de aquel niño, pasó a ser el modelo de todos los padres. Porque todo padre debe adoptar a su hijo y ser su padre. No basta con que haya sido su progenitor biológico. Padre en letras grandes es el que educa, no el que engendra.

Que el niño naciera en Belén fue un retorno a los origines, a los antepasados, a la aldea del rey David. Fue un volver a las raíces para beber en la fuente. También nosotros necesitamos volver a las fuentes, ir a Belén para nacer allí de nuevo. Los creyentes que se alejaron de la práctica religiosa hoy pueden sentirse, otra vez, como niños ante el misterio navideño. La Navidad brinda un volver a nacer.

Navidad es un momento para concentrarnos en los valores más profundos, sin los cuales no podríamos vivir con dignidad. La fe religiosa, o al menos una visión ética de la vida, es el eje de todos los valores. La familia es la cuna, donde los mamamos. Y la solidaridad es la escuela para aprender a ser libres.

La Navidad brinda un volver a nacer.