Es frecuente ver en los autos una cinta roja

Dicen que es para preservar, vaya uno a saber de que.

A veces colgando del espejo retrovisor, además de la cinta roja, hay también un rosario. Es por las dudas. Hay que tomar la precaución de andar bien con Dios y con el diablo.

Esto de apostar a dos puntas lo hacemos a veces casi inadvertidamente.

Otras quizás porque no sabemos por donde vamos, y todo sirve para protegernos de temores.

Estamos tan imbuidos en las cosas materiales, en las exigencias del mundo, en los miedos para perder lo que tenemos, que recurrimos a cualquier cosa para preservarnos.

De ahí viene la cinta roja, la rastra de ajos, clavar una tijera o cuchillo viejo en una maceta cerca de la puerta, entrar con el pie derecho, cuando uno le pica la mano, cerrarla fuertemente para que no se vaya la plata, poner dinero bajo el plato los 29 de cada mes, el famoso día de los ñoquis: pero como además somos cristianos porque nos bautizaron, también nos acordamos de Dios, de ahí la mezcla de la cinta roja y el rosario o la estampita de San Cayetano.

El domingo ha sido siempre el día de la semana más indicado para acordarse de Dios.

En Bélgica para que la gente se acuerde que es el día del Señor se ha llegado a poner junto a la estampilla un aditamento que decía “esta carta no debe ser despachada en día domingo”, vale decir que “no queremos que el cartero ni el correo mismo trabajen el día del Señor”

Pero hoy, también el domingo es el día de ir al club, de ir a la quinta o simplemente el día que dedicamos para descansar.

Dios cada día ocupa menos espacio, ya sea por cansancio o porque no nos acordamos de Él. No nos acordamos de Dios, porque Dios ya no ocupa un lugar en nuestro diario vivir.

Y así, semana tras semana. Vivimos confiando casi exclusivamente en nuestro trabajo, confiando en la buena suerte, confiando en lo que nos dice el horóscopo, confiando en mi talento para salir adelante, confiando en la ayuda de pastillas y píldoras que me dan ánimo y salud y si hace falta confiando en el psicólogo que es el que me anima, es decir pongo toda mi confianza en las cosas y en los hombres.

Dios es un espectador, la mayoría del tiempo arrinconado, quizás hasta llevo una estampita en mi cartera; me acuerdo de Dios a la hora de pedir. ¡Eso si!

Cuando la vida me aprieta, es entonces cuando me acuerdo de Dios.

Es la cinta roja y el rosario.

Lo primero para protegerme, lo segundo para pedir.

Vivimos angustiados y con temor.

Si tenemos trabajo, angustiados y con temor a perderlo.

Si no lo tenemos, peor, más angustia y temor.

Si tenemos algo, angustiados y con temor por perderlo en cualquier momento.

Si no tenemos, igualmente angustiados y con temor por todo lo que no tenemos.

Angustia y temor que traen desesperanza y la desesperanza paraliza.

La desesperanza es paralizante, anula nuestra voluntad.

Me frena en la búsqueda de una solución.

Para encontrar una solución a mi circunstancia es necesario vivir en la esperanza. Sin ella no puedo ir a ninguna parte.

La fe es una manera de vivir el misterio

En la vida hay dos opciones: la del creyente y la del que no cree en nada. El primero vive su fe viviendo en la confianza, el segundo vive con angustia y miedo.

Para el creyente que vive en la confianza de que el ser bueno tiene su premio es un vivir poniendo voluntad en lo que uno debe hacer, por encima de lo que uno quiere hacer.

El valor está en poner lo que debo, por encima de lo que me gusta.

Para vivir en el mal es fácil, no cuesta nada ser malo lo difícil es ser bueno porque hay que poner voluntad, laboriosidad para ser bueno

Alguien decía que para entrar al Paraíso es fácil, no se necesita ni saber leer, ni escribir. Solamente hay que ser bueno. ¿Será que lo difícil es ser bueno?

Nunca llames “perder el tiempo” a charlar con la gente de sus cosas y preocupaciones, sean cristianas o no. Basta que sean personas.

Saber escuchar forma parte del ser cristiano, dado que el Reino de Dios es todo aquello que uno hace por el otro

Hay dos maneras de vivir: una como si nada es un milagro, y la otra es como si todo es un milagro. (Albert Einstein)

En ese ambiente tan desesperanzado es casi imposible que la angustia y el temor no penetren en nuestro hogar, y lo más grave es que los hijos también se empapan de ese clima.

No hay nada más dañino que a la mente de un niño se la impregne de angustia y temor.

Se está quemando la esperanza del futuro, porque no otra cosa es el futuro que la vida de un chico.

Es curioso que la vida, cuanto más vacía, más pesada es. (León Dandi)

El mundo vive todo fugazmente. Todo es fugaz: los cambios son vertiginosos. Y todo es tratado velozmente, vivido velozmente.

Todo aquel que afronta de forma personal los problemas de la vida es, en cierta forma, un filósofo. En el fondo es alguien que hace, enfoca y vive lo que cree. Y lo aplica en su hacer diario.

Como lo escribió en su obra sobre la certeza, Wittgenstein cuando proclama: “Lo que sé, lo creo” y como lo creo, lo vivo.

Los valores también son descartables y cambiables.

No hay tiempo para pensar.

No hay tiempo para reflexionar lo que leo o escucho, o veo en la televisión.

Todo se da servido, todo tiene solución al instante y si no es así no sirve, no hay tiempo para imaginar, para gozar de lo que uno se atreve a soñar.

Las imágenes penetran en nuestro ser y ellas nos dicen y nos inducen lo que tengo que comer, lo que tengo que decir, lo que tengo que hacer.

Y así nos va.

No hay nada peor para un hombre que ser borrego seguidor de lo que otros dicen, sin detenerme a reflexionar, sin detenerme a pensar. Soy un borrego que va.

Kierkegaard el pensador danés que vivió en el siglo XVIII, decía que lo peor que le podía pasar a la humanidad era que en cada habitación hubiera una voz que le dijera lo que tenía que hacer y pensar.

¡Qué gran visionario que fue!

Pero lo que no podía imaginarse es que no solamente tenemos la voz sino que el mundo tiene ahora también su imagen.

Y el mundo está encantado de ello.

El hombre deberá volver a saber escuchar lo que Dios le inspire si realmente no quiere ser un borrego más que va donde la manada, donde lo llevan otros. Para ello deberá empezar a escuchar en vez de oír el mundanal ruido.

Alguien escribió una pequeña oración:

Enséñame a escuchar Señor a los que están lejos de mí.

El susurro del desahuciado, la súplica del olvidado, el grito del angustiado.

Enséñame Señor, a escucharme a mí mismo.

Ayúdame a no tener miedo, a confiar en la voz interior, a confiar en lo que sale de lo más profundo de mí ser, que siempre viene de ti.

Enséñame a escuchar Señor, para prestar atención a tu voz.

Cuando estoy ocupado o aburrido, en la certidumbre y en la duda, en medio del ruido o del silencio.

Enséñame Señor a escuchar.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar