Conquistar a Dios consiste en dejarse conquistar por Él

Desde nuestra inteligencia nunca podremos conquistarlo.

En una palabra, el Señor Dios es, fundamentalmente, objeto de nuestra fe. No podemos agarrar a Dios, es imposible dominarlo intelectualmente.

A Dios solamente podemos creerle.

Siempre está en la lejanía de nuestro horizonte.

Así como un bebé en la panza de la madre nunca podría entender la vida que le espera, a igual nosotros es imposible entender la vida del más allá.

La vida del más allá siempre está en la lejanía de nuestro horizonte.

El hombre es un ser extraño entre los seres de la creación.

El hombre es el único ser de la creación que puede sentirse insatisfecho.

El perro o el caballo siempre están satisfechos de lo que son. El hombre no; siempre aspira a más.

Debajo de nuestras satisfacciones siempre aparece una nueva búsqueda y en el hombre místico la búsqueda del rostro de Dios ocupa un primer lugar.

Esa insatisfacción, es pues, para el hombre, la maldición y la bendición.

Como nos dice Ignacio Larrañaga: Creer es, pues, un eterno caminar lleno de oscuridad porque el Padre está siempre entre sombras espesas.

Creer es confiar, creer es permitir, creer, es sobre todo, adherirse, entregarse. En una palabra, creer es amar. No se puede amar sino se cree.

Se ama a la esposa porque creemos en su fidelidad, porque creemos que será nuestra compañera para siempre, que siempre nos acompañará, que siempre contaremos con ella.

Si no creyéramos todo esto no la amaríamos.

Creer es caminar en la presencia y compañía de Dios.

La fe, es decir el creer, es al mismo tiempo un acto y una actitud que nos atrapa, que nos envuelve y que nos penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. Compromete la historia entera de la persona: con sus criterios, sus actitudes, su conducta.

Un hombre que cree, se nota que cree, por lo que hace y dice.

Todo eso se realizó plenamente en Abraham, padre y modelo de fe.

Abraham recibe una orden: sal de tu tierra y una promesa: te haré padre de un gran pueblo. Abraham creyó.

¿Qué le significó este creer? Le significó confiar plenamente en el Señor, esperar contra toda esperanza, abrirse incondicionalmente a la voluntad del Señor, entregarse ciegamente, sin cálculos, romper con lo que tenía y era y, a sus setenta y cinco años, ponerse en camino hacía un mundo incierto, sin saber a donde iba.

Eso es creer, eso es confiar, eso es tener fe, eso es entregarse.

La fe bíblica es eso: adhesión a Dios. Es un entregarse a su voluntad.

Es principalmente una actitud vital, una actitud de vida.

Una vida vivida creyendo.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar