La Navidad, hay que saborearla

Frases hechas sobre la Navidad, hay muchas. Y se repiten todos los años. Y se usan en múltiples postales, felicitaciones y cartas. Es el mundo de las frases hechas, prefabricadas.

Si un no creyente nos preguntara que estamos celebrando, ¿que le contestaríamos? Porque lo del nacimiento de Belén lo saben todos: es un hecho histórico. Pero nosotros, los creyentes, los que vivimos la fe, sabemos que este nacimiento, no se queda solo en el nacimiento de un niño, sino que este niño es el Dios eterno que se ha hecho hombre.

Y ese niño Dios es la Navidad que yo puedo tocar, que yo puedo palpar, que yo puedo sentir, que yo puedo vivir, que yo puedo saborear. Y si no estoy dispuesto a no quedarme solamente en el “blef” de la Navidad, tengo que nacer a algo. Hoy es el día justo para hacer nacer o para renacer un amor que se gastó. La Navidad es el día optimo para que un amor gastado, renazca.

Hoy es el día optimo para hacer nacer o renacer un amor matrimonial que está gastado, y digo gastado, no separado: gastado por la rutina, por la maldita rutina que penetró en nuestras vidas.

Hoy es el día justo para hacer nacer una amistad, que muchos saben lo que es, pero ¿la practican?

Hoy es el día justo para hacer nacer los sentimientos. Si yo no le pongo calor a mis actos, a mi corazón, voy a seguir siendo un adoquín, aunque mi corazón siga latiendo.

Hoy es el día optimo para hacer nacer o renacer un sentimiento que cambie el vivir de mi familia, que cambie el vivir de mi juventud, que cambie el vivir de mi noviazgo, que cambie el vivir de mi matrimonio.

Pero está en mí que esto suceda. Depende de mi, no de otro. Depende de mi, solo de mi. Todo aquel que tenga ganas de que algo nazca en su vida, éste, está tocando la Navidad, éste, está viviendo la Navidad, está sintiendo la Navidad, está calando en lo profundo de la Navidad.

Me atrevo a decir que hoy es Navidad para todo el que tenga ganas de hacer algo en su propia vida y en la vida del otro.

El Dios del Belén, es un Dios que se hace hombre. Eso significa que se mete en la vida, en mi vida y en la vida de toda la humanidad. Y al hacerlo es un Dios que confía en el hombre, es un Dios que confía en mí y en ti. Hoy, en que el mundo vive desconfiando, ¡que bueno que exista un Dios que confía en uno!!

En todos los calendarios el 25 de diciembre está en colorado. El niño de Belén partió la cuenta de los años.

Para todo el mundo, hay un antes y un después de aquel día. Miren si tiene fuerza aquel pesebre.

Dios también se hace hombre, para que el hombre no esté solo. No la soledad del que está solo por una circunstancia de la vida, como puede ser el bombero o el médico que están de guardia, sino que nos referimos a aquella soledad acompañada. Brindo con mi copa en la mesa familiar, pero me siento lejos del otro, estoy lejos de mi cónyuge, estoy lejos de la intimidad de mi hijo.

Acaso la Navidad, ¿es más Navidad, porque comemos y bebemos más? Buscamos llenarnos de cosas vacías y tenemos que enseñarnos unos a otros que en la Navidad, de lo que realmente me tengo que llenar es de Dios.

Llenarse de Dios es encontrarse con el otro. Con la novia que me distancié, con mi cónyuge con quien no siempre sabemos ser un solo camino, con mis hijos, que ya se casaron y se fueron y no siempre los tengo, no siempre los veo. Con mis padres a los cuales no siempre los acompaño.

Aquel que acepte que la Navidad es Dios que nace porque confía en mí, porque confía en el hombre, que se hace hombre para estar con los hombres, aquel que descubra esto, les puedo decir, que está palpitando la Navidad, está sintiendo la Navidad, está palpando la Navidad, está calando en profundo lo que es la Navidad.

Todos los años llega la Nochebuena.

Los privilegiados cristianos que hemos tenido la suerte de nacer 2000 años desde aquella primera noche buena de Belén, nos es mucho más fácil creer en aquel pesebre y en todo lo que se le agregó después.

La historia de lo vivido ayuda a creer. Claro que este creer es para los que oyen oyendo y ven viendo. A igual que en aquel inicio hay quien no ve ni oye, a pesar que tiene ojos y orejas para ver y oir.

Por aquellos tiempos, el emperador Augusto, que eran quién mandaba en Roma y todas sus tierras, quería que Palestina pagara tributo a cambio de la protección. Pues bien, para cobrar su tributo, Roma usó como artimaña levantar un censo, por eso José y María fueron a parar a Belén, lugar de la tribu de David, a la cual pertenecía José.

María empezó a sentir los síntomas de parto y en medio de aquel poblado que era Belén, atiborrado de gente, no encontraron lugar en posada alguna. Fueron aparar, quizás por consejo de alguna persona de buena voluntad, a una gruta albergue para animales. De ahí la presencia de un burro y una vaca y de la abundancia de paja.

En ese pesebre María comenzó su parto y también comenzó una nueva historia para la humanidad toda. Comenzó a regir el Evangelio antes de su promulgación. Allí se canceló un tiempo y empezó uno nuevo. Los tiempos de la buena nueva.

Desde aquella noche que se llamó de la Natividad o Nochebuena han pasado muchisimas noches con sus costumbres y sus modalidades. Se le fueron adosando confusos elementos paganos, veleidades de la modernidad. A los muy estrictos esto no les gusta, a otros nos parece ver una forma de cristianizar las cosas, una manera que tiene Dios de meterse en las cosas.

Lo notable está en la renovada vigencia, en la fuerza que sigue teniendo aquel pobre pesebre, en un mundo paganizado y frívolo. Este mundo sigue apelando a una festividad cristiana, renueva los antiguos ritos que mantuvieron la fe y la esperanza en medio de persecuciones y contiendas.

La Buena Nueva sigue en pie. Aunque es vieja, sigue siendo nueva y aunque es dada para todos, no todos alcanzan a verla y recibirla. No se la impone a nadie. Hay que encontrarla. Los soldados de Herodes no lo pudieron encontrar: traían la espada en sus manos y el odio en los corazones.

Pudieron si, encontrarlo, los pobres, los simples, los sabios, los solidarios. Igual que sucede en el mundo de hoy.

¡Que poco ha cambiado el mundo!