El espíritu de paz, núcleo esencial de la Navidad.

El espíritu de paz, esperanza y amor universal constituye el núcleo esencial de la Navidad.

Pero la fiesta, que como todo hecho cultural se modifica con el paso del tiempo, hoy parece desdibujada por el afán consumista. Muchos son los que celebran la Navidad, sin saber muy bien que es lo que están celebrando.

Así, desde el principio del mundo cristiano, la Navidad tiene el poder y la atracción de involucrar en su misterio a creyentes y no creyentes.

Fue San Francisco de Asís que introdujo la piadosa representación del pesebre, logrando con ello humanizar y sensibilizar todo el ambiente de su época, y desde entonces se arraigó en el ambiente cristiano la tradición de armar pesebres en los hogares. El arraigo de esta fiesta en la sociedad se manifiesta por la amplia creatividad con que los distintos pueblos la celebran. A aquel pesebre, le siguió el arbolito con sus luces y regalos, el Santa Claus y el popular Papa Noel. Cada país enriqueció la fiesta a su manera. Cada comunidad adaptó sus costumbres a la celebración de la Navidad.

A fines del siglo XIX la Navidad se fue volviendo la fiesta de la familia y de los niños por excelencia, en un ejemplo más de su constante evolución.

La Navidad representa la fuerza de la cultura cristiana, con su mensaje espiritual que llega con sus dificultades a un mundo donde prevalecen la indiferencia y la desesperanza. Sin duda, este mensaje tiene validez universal.

Quienes no son cristianos pueden celebrar la fiesta, como una fiesta familiar, donde la familia se reúne, se encuentra, donde el espíritu de solidaridad encuentra un clima propicio

Es una fiesta donde hay un renacimiento de lo espiritual en cada uno de nosotros aunque estemos rodeados de cosas bebibles y masticables.

El clima hace renacer el confiar en un futuro mejor, despojado de egoísmos y de injusticias que caracterizan el tiempo presente.

El “¡Feliz Navidad!” que hoy y mañana recorerá nuestra ciudad se convierte en una expresión y en un gesto de buena voluntad hacía el otro que se cruza con nosotros, gesto sencillo, despojado, amigable, pacifico, al alcance de todos y en boca de todos como una manera de celebrar en los corazones la gran fiesta de la cristiandad.

En el Antiguo Testamento el profeta Miqueas escribió sobre el pueblo de Belén. Cuando lo escribió no era nada, eran cuatro casas perdidas en medio de los cerros sin importancia ninguna.

Sin embargo el profeta Miqueas ensalza este pueblo, y dice elegido entre las aldeas de la región de Judá de donde saldrá un jefe para pastorear a su pueblo y todos vivirán en paz hasta el ultimo rincón de la tierra, porque este hijo será la paz.

Hoy todo el mundo sabe de Belén. Todo el mundo sabe donde está y lo que allí sucedió. Todo el mundo creyente y no creyente saben de Belén. De Belén vino la paz; solo en la paz podemos contemplar a Dios. Solamente en la paz podemos también contemplarnos a nosotros mismos con transparencia y profundidad.

Aquellos humildes pastores y aquellos sabios magos, nunca hubieran podido imaginarse que después de más de 2000 años de aquel humilde nacimiento, del cual ellos fueron testigos, emanara todavía una tal fuerza, que no hay pueblo en el mundo creyente y no creyente, que no detenga su mirada en esa fecha, que en todos los calendarios está pintado de rojo.