Allí donde se valora la vida

Allí donde se valora la vida

La vida familiar es un refugio: no para escondernos, sino para sincerarnos; no para retirarnos, sino para recobrar fuerzas para luchar; no para desentendernos, sino para entender más a fondo la realidad y buscar una solución.

Cuando nos toca de cerca el sufrimiento, en cualquiera de sus formas, nos vemos impulsados a repensar nuestra vida. Si no lo hacemos, caemos en el automatismo pesimista del síndrome de la catástrofe: "Y no, de esto ya no salimos"; "cada vez nos sacan más cosas"; "la vida no tiene ningún sentido"; "ser buenos no vale la pena porque sólo los sinvergüenzas triunfan", etcétera. Estas expresiones son el libreto habitual de las conversaciones desesperanzadas de nuestros días, y si uno no se cuida, es fácil caer en un automatismo que excluye la decisión personal.

Así y todo, hay un ámbito en el cual, sea cual fuere la situación económica o política en la cual se vive, no es posible poner el "piloto automático" sin graves pérdidas inmediatas. Este ámbito privilegiado, en el cual no es posible ocultar la verdad de lo que somos y de lo que creemos, es la familia.

Los humanos estamos hechos para florecer plenamente sólo en la dimensión interpersonal, pues todo lo que nos constituye como personas tiene la marca de la presencia -positiva o negativa- de los demás. También en la dimensión religiosa, donde cada persona se relaciona con Dios, nos encontramos con que esa intimidad sagrada está marcada por el diálogo. Se puede afirmar que nuestra identidad misma se hace coherente sólo bajo una mirada amorosa, así como se dificulta por su ausencia: de ahí la extraordinaria importancia de esta institución humana llamada familia. En ella se producen esos lazos interpersonales intensos, de los que depende en gran medida lo que vamos a ser y cómo vamos a actuar; en ella nos capacitamos para la vida real y aprendemos a conocernos y a manejarnos con nuestra personalidad de la manera más apropiada.

En el seno de la vida familiar, además, aprendemos también el valor de la diferencia: ser varón o ser mujer, ser joven o viejo, ser grande o chiquito, ser rápido, lento, sereno, arrebatado, reflexivo o impulsivo; todas las diferencias son los ingredientes de la riqueza de la vida cotidiana, siendo una -el ser varón o ser mujer- el fundamento mismo de la familia, y otras, los elementos del aprendizaje necesario para valorar los distintos modos de ser de las personas. La aceptación de estas diferencias se facilita en la vida diaria cuando vemos cómo las distintas reacciones son útiles en distintas circunstancias: los arrebatados bendecimos la existencia de los reflexivos cuando hay que ponderar bien las circunstancias antes de actuar; a su vez, éstos bendicen la decisión de aquéllos en caso de, digamos, incendio. Los viejos admirarán a los jóvenes, por ejemplo, en el manejo de la computadora; los jóvenes, a los viejos en la sabiduría para entender la vida, y así cada persona estará ubicada y será valorada por lo que es.

Voluntad de bien

Pero las cosas no se acomodan tan fácilmente, y menos en tiempos de inseguridad y de sufrimiento como los actuales: es necesario prestar atención y, sobre todo, tener buena voluntad, que significa también "voluntad de bien".

La vida familiar es sin duda un lugar privilegiado para poner a prueba nuestra decisión de hacer algo para mejorar la situación. Se trata de una decisión personal, porque los automatismos nos llevan muy lejos de una vida familiar satisfactoria. De hecho, las reacciones violentas que surgen espontáneamente frente a la injusticia siempre buscan, por su mismo mecanismo, alguien en quien descargarse, y es muy frecuente que esa descarga sea recibida por las personas que uno tiene cerca, con las que supone que no tiene que cuidarse demasiado. El resultado es que la rabia acumulada en las graves dificultades diarias que enfrentamos en la oficina, en la calle, en el supermercado se vuelca finalmente en casa fuera de toda contención, y se traduce en un trato áspero, sin paciencia ni dulzura, justamente hacia las personas de las que quizá podría venirnos un poco de alivio para seguir viviendo y luchando.

Lo mismo sucede con la desconfianza y el escepticismo, actitudes que se repercuten en todas nuestras relaciones, sin excepción, y dificultan aún más la vida, al cargar negativamente no sólo el mundo del trabajo, sino también las áreas "protegidas", en donde todavía se podría cobijar alguna esperanza y recibir alguna satisfacción.

Sin embargo, es siempre posible un cambio de actitud para salir del clima de derrota, empezando en la propia casa y con la propia gente, conscientes de todo lo que se podrá hacer de bueno también afuera sólo con que logremos recobrar la esperanza y las fuerzas para luchar. Este cambio de actitud pasa por una decisión personal, que es al fin y al cabo una verdadera manifestación de libertad, al escaparnos de las reacciones mecánicas e "inventar" un modo inédito de acción. En suma, las dificultades desencadenan nuestra capacidad de innovar.

¿Qué se puede innovar en la vida familiar? Empecemos por el trato de todos los días: podemos decidir compensar a nuestros padres, esposos, hijos, hermanos de las durezas de la vida diaria con una sobredosis de comprensión y cariño. Si hay que sufrir por lo que no depende de nosotros, por lo menos que nada de lo nuestro implique más sufrimiento. Si hay que privarse de algo, no privemos a nadie de nuestros cuidados, de nuestra capacidad de escucha, de nuestras palabras de afecto.

La vida familiar, porque exalta el interés por las personas y porque se vive todos los días, nos despierta a las necesidades concretas del otro: si un amigo no tiene qué comer, resulta intolerable para nosotros poner comida en la mesa sin haber ayudado aunque sea un poco a que otra mesa tenga lo suyo. La familia es el lugar desde el cual aprendemos a no vivir en automático, porque lo que cuenta son las personas y eso nos obliga a jugarnos cada día como protagonistas, no como autómatas. En familia no se pueden usar caretas, o por lo menos no por mucho tiempo: allí nos jugamos nuestra credibilidad y nos vemos impulsados a ser coherentes con lo que decimos creer y con los valores que decimos aceptar.

Por eso la vida familiar es un refugio: no para escondernos, sino para sincerarnos; no para retirarnos, sino para recobrar fuerzas para luchar; no para desentendernos, sino para entender más a fondo la realidad y buscar una solución.

Sueños para crecer

Una solución que permita el crecimiento de nuestro hijos, pero que es también una respuesta a las necesidades de la comunidad y del país; una solución que proviene de donde se valora la vida de cada uno y se quiere vislumbrar posibilidades en el futuro, para que la vida se despliegue en todo su potencial, porque es claro que si la familia es la cuidadora de la vida, también es el lugar en el que se "cocinan" los sueños, y sin sueños es imposible crecer.

Estas reflexiones pueden parecer sólo una expresión de deseos de alguien que no soporta este compás de espera que las circunstancias económicas nos imponen, pero tengo la pretensión de que produzcan concretamente actitudes innovadoras en la vida de todos los días. Ser conscientes del margen de libertad que todavía tenemos y aprender a usarlo correctamente es sin duda fuente de innovación positiva. De los problemas se sale con ideas y con acciones, y el banco de prueba de la eficacia de esta actitud es sin duda la renovación de nuestra relación con personas concretas.

Si en la convivencia diaria logramos en serio mejorar algo, puede ser que aprendamos de esta crisis para sanar también la vida de la Argentina.

Dra. Paola Delbosco

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