Nos guste o no, el otro existe

Sólo contando con el otro, es decir con el hombre de la vereda de enfrente, es decir el prójimo, podemos permanecer en este mundo, enriquecernos y progresar.

Si nos cerramos, si nos enclaustramos en nosotros mismos, permanecemos estancados para siempre; si nos abrimos, crecemos a través de la relación.

Se es humano, consciente y libre, en tanto que los otros lo sean: se progresa en tanto que los otros progresen.

Debemos bregar para que estas afirmaciones entren en la conciencia de los hombres, los cuales deberían aceptarlas no solamente por una manera de rectitud ética, sino también por actitud científica; hay que darse cuenta de que la naturaleza es solidaria y que el progreso comporta una actitud universal.

Es de todos y todos deben estar incluidos. Todos deben ser tenidos en cuenta.

Por eso, el hombre egoísta y temeroso no es amigo de compartir con el otro. No comparte ni su saber, ni lo que tiene y mucho menos la clarificación de la verdad.

En el otro no ven un posible compañero en el quehacer común de construir el mundo y de convivir en el amor, sino un posible enemigo, un posible rival que le discutirá la existencia o le regateará la sal.

El egoista no mirará con confianza al hombre y la naturaleza y tendrá miedo a todo progreso y novedad. En sí, aún va vestido con hojas de parra y lleva un hacha de piedra en la mano. Tiene mente de hombre de las cavernas, no creció como persona.

En la tierra calcinada difícilmente vuelve a crecer la hierba.

Si uno rechaza radicalmente el pasado ¿con qué se podrá construir el futuro? ¿Sobre que actitudes podremos edificar el porvenir?

El hombre, todo hombre, ha ido creciendo como persona humana a través del transcurrir de la vida. De la vida vivida por otros. Lo que otros han vivido, la humanidad lo fue mamando e incorporando a una manera de ser y de ver las cosas.

Y ello siempre pudo suceder mirando al otro, incorporando al otro, teniendo en cuenta lo que hacía, decía y vivía el otro.

Lo que iba sucediendo en la caverna del otro lado de la montaña, me servía a mi y servía a todos. Así se fue construyendo la humanidad toda.

La radical negación del otro. La actitud de encerrarme en mi mismo es una actitud que si peca de algo es de infantilismo.

Efectivamente, es imposible negar la realidad y, por lo tanto, negar al otro.

Es imposible vivir sin tener en cuenta al prójimo.

Nos guste o no, este otro existe, está aquí.

Así pues si queremos ser realistas y personas pensantes, tenemos forzosamente que tener en cuenta al hombre de la vereda de enfrente.

Y este hombre empieza con el otro que tenemos al lado: cónyuge, hijos, parientes, amigos y vecinos.

Reconocer las cualidades del otro no implica asumir sus defectos.

Debemos trabajar para hacer un mundo mejor, empezando por el mundo que nos rodea en lo más cercano: nuestra familia.

Pero en este quehacer acordémonos de dos cosas: asumir toda la realidad y no deshumanizar la vida llevados por un afán de impaciencia.

Las cosas deben ser hechas cargándonos de paciencia y voluntad constante.

¿Por qué lo de la paciencia?

Porque asumir y trabajar con paciencia es imitar a Dios. Y si lo que hacemos es a imitación de Dios, el fruto nunca será malo, sino todo lo contrario. De Dios siempre viene lo bueno.

Tiempo y constancia es lo que siempre da un buen fruto.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar