Familia

Los hombres y las mujeres tienen necesidad los unos de los otros

En otra reflexión nos hemos detenido en las diferencias de comportamiento que hay entre todo hombre y toda mujer frente a hechos de la vida diaria.

Así es también respecto del vivir su vida religiosa.

Digamos muy brevemente que Dios ha dado a cada uno, al hombre y a la mujer, al esposo y a la esposa, una vocación personal.

Dios pide al hombre que le sirva a su modo como varón que es, y a la mujer le pide su amor de mujer.

Aquí también, los novios y los esposos deben conocer estas diferencias en el comportamiento religioso de cada uno si quieren entenderse mejor.

Con frecuencia se oye decir que el hombre es menos religioso que la mujer.

Sería más exacto decir que “el hombre no es religioso a la manera de la mujer”. Vayamos más lejos y digamos que, normalmente en el hogar, debería ser el hombre quien da el ejemplo de dar a la oración su lugar y su importancia.

Un hogar donde solamente es la mujer quien ocupa este rol, donde ella es la que reza sola, no es un hogar que transmite unidad. Y esta postura es la que a través de los siglos ha ido creando una imagen de que el hombre es menos religioso. Porque la mujer era la que rezaba, la que enseñaba a rezar.

Para cambiar esa imagen el hombre debe desempeñar su rol en la oración.

La religión del hombre será menos cálida, menos sensible y seguramente no le gustarán los rezos demasiado largos, pero la religión del hombre transmitirá solidez, transmitirá aceptación de la voluntad de Dios.

La religión de la mujer es más cálida, más sensible, más hecha de detalles.

Una mujer no olvidará las fiestas religiosas, sentirá con facilidad la necesidad de rezar por alguien, brotará en ella rápidamente actitudes de oración generosa. Sin embargo, la religión de la mujer tiene el peligro de ser demasiado sensible y demasiado puesta en detalles.

Otras diferencias serán constatadas todavía en el comportamiento moral de cada uno: para el hombre, la castidad será una virtud difícil. Para la mujer la virtud más difícil será la caridad en sus palabras. No siempre sabrá no hablar de algo que no es momento de hacerlo. El hombre sabe controlar mejor el momento de decir las cosas y como las digo.

Es decir, que tanto en su vida moral como en su vida religiosa los esposos habrán de entenderse, perfeccionarse mutuamente, complementarse, hacerse concesiones con el objeto de hacer crecer su amor en un todo armónicamente con su fe. El ser generoso siempre debe prevalecer en sus actos. Por eso alguien escribió que un matrimonio feliz es el encuentro de dos generosidades.

Y solamente en la generosidad se llega a la plenitud de cumplir el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros. Y también lo tiene para cada matrimonio. ¿Qué dice este plan?

Todo lo que me acerca a mi conyugue, ES el Plan de Dios.

Todo lo que me distancia de mi conyugue, NO es el Plan de Dios.

Sencillo de entender, no tan fácil de hacer.

Remarquemos una vez más lo que en otras reflexiones hemos manifestado: es necesario que cada novio y cada novia se hagan conscientes de estas diferencias y las acepten, por que están en la misma forma de ser de cada uno, Dios ya las creó así y así seguirán hasta el fin de los tiempos.

El hombre tiene cosas de hombre, la mujer tiene cosas de mujer.

Estas diferencias propias de cada sexo no revelan toda la personalidad de un futuro cónyuge. No, la personalidad de uno oculta muchos otros secretos y cada esposo o esposa necesitaría más que una vida entera para descubrirlos.

Pero el diálogo sincero, el esfuerzo de la mutua comprensión y la constancia de gestos llenos de afecto, los llevará a la plenitud del amor.

Cada uno tiene necesidad del otro: fueron creados para necesitarse, para atraerse, para complementarse, para satisfacerse.

Las mujeres y los hombres tienen necesidad los unos de los otros.

No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda adecuada, dijo Dios en el momento de la creación.

La mujer tiene necesidad de la fuerza del hombre.

El hombre tiene necesidad de la ternura de la mujer.

Los esposos, hombre y mujer, tienen pues, necesidad el uno del otro. Fueron creados así.

Los hijos que tienen una necesidad vital del amor, también necesitan que cada uno de sus padres les aporten las riquezas propias de su sexo: tienen necesidad tanto de la fuerza que les viene del padre, como de la ternura que les prodiga la madre.

Un hijo que crece sin sentir la ternura de su madre puede carecer de sensibilidad, de comprensión. Por otra parte, privado de la fuerza y la autoridad del padre, el niño será posiblemente demasiado emotivo, incapaz de dominarse.

Retengamos pues esto: los novios y los esposos deben reconocer que son diferentes y aceptar sus diferencias.

Esto es indispensable si quieren sentir la alegría de su matrimonio y si quieren tener armonía en su vida conyugal lo cual los llevará al amor comprensivo, al amor generoso, al amor grande.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar