Adopción

Un sacerdote habla sobre la adopción

Por el Padre Gilberto Gómez B.

La palabra de Dios ilumina esta maravillosa experiencia humana de la adopción mostrándonos sus dimensiones escondidas. Y es precisamente en esa palabra de Dios en la que está inspirada la vida y la misión de FANA [organización que da a niños en adopción en Bogotá, Colombia]. La palabra de Dios también explica la lucha perseverante y el sentido de acción de FANA.

Ese amor que los llevó a ustedes a acoger como hijo a un niño con el que no estaban atados por los vínculos biológicos, a crear con él otros vínculos más profundos e indestructibles, es un amor que tiene su origen en otro amor, que ya estaba antes de que todos nosotros existiéramos y antes de que hubiéramos comenzado a aprender a amar. "Nosotros amamos porque Él nos amó primero", nos dice San Juan en 1 Juan 3:19.

Ese amor primero que Dios nos brinda no sólo nos permite llamarnos sus hijos, sino que lo somos en realidad. Aunque no seamos hijos de Dios por naturaleza, sí lo somos por adopción. De manera similar, a esos hijos de ustedes no sólo se les dice "hijos" por una ficción legal, sino que ellos son hijos de ustedes en realidad. Más que por la realidad de la ley, son sus hijos por la realidad de los vínculos de la relación.

Nos dice San Juan: "Miren cuánto nos ama Dios Padre, que se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos" (1 Juan 3:1). Es Dios mismo quien ha inventado la adopción. Esa divina adopción que Dios hace de nosotros, vivida a fondo en la plenitud de su significado y de su compromiso, es la mejor experiencia que prepara a un hombre y a una mujer para convertirse en padres. Es su más alta fuente de inspiración.

Esto hay que decirlo no sólo de los padres adoptantes. También los padres biológicos necesitan asumir el núcleo mismo de la adopción si quieren ser padres de verdad. Los vínculos de la sangre no generan la completa paternidad, como sí lo hacen los vínculos del amor. Ser padres no es simplemente cubrir unos procedimientos legales o poner en juego los dinamismos biológicos de la transmisión de la vida. Esto exige volverse padres, comprometerse a transmitir la vida integral, a dar más vida, a entregarse como personas a ese nuevo ser y a amarlo como lo ama su Creador.

El Señor, tal vez sin que ustedes se dieran cuenta, fue quien sembró en lo más hondo de sus corazones esa maravillosa capacidad de amar primero. Dios no nos ama después sino que nos ama primero. No nos ama por nuestras cualidades, por nuestro buen comportamiento, por nuestros méritos. Amar primero es tomar la iniciativa, antes de que el ser amado pueda hacer algo para provocar nuestro amor como respuesta. Amar primero es acoger esa vida que comienza, antes de que podamos verlo sonreír, antes de que tenga nombre, antes de que realice acciones meritorias, antes de que esté en condiciones de pagarnos.

Pero para seguir amándolos, primero necesitan ustedes que el amor siga llegando de su fuente. Para que el río siga corriendo, necesita continuar conectado con las fuentes que le dan origen.

Como expresa el Papa Juan Pablo II en su Carta a las Familias: "El ser humano es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a la voluntad creadora de Dios, voluntad que llega hasta la genealogía de los hijos y las hijas de las familias humanas. Dios ha amado al hombre desde el principio y lo sigue amando en cada concepción y en cada nacimiento humano."

Ustedes han amado a esos niños por sí mismos, antes de que supieran cómo iban a ser cuando crecieran. Por ejemplo, no los han amado por su belleza física, ¿acaso muchos de ustedes no han descubierto en esos niños una belleza que otros no ven? Tampoco los han amado por su inteligencia, ni por su dulzura y alegría. Los aman por sí mismos, porque son esos seres humanos, débiles, pequeños, abandonados y quizás también enfermos y limitados. Porque los han amado así, ellos son hoy día lo que son: sus hijos.

Pero para ser padres de verdad será necesario que los sigan amando siempre: al niño inquieto e inoportuno, que todo lo revuelve y a veces destruye. Al adolescente confuso y arrogante; al joven aventurero y arriesgado; al hijo o a la hija que no brilla en los estudios, que sigue la carrera que no les gusta a ustedes.

Ser padres es una misión que sólo se puede emprender por amor. Y sólo puede continuar y persistir con mucho amor, con muchísimo amor. Ese amor que da la fuerza y la inspiración para esforzarse en comprender con el corazón cuando la cabeza no logra entender; para perdonar cuando la razón parece aconsejar la represalia; para tener la infinita paciencia de acompañar a los hijos en un camino largo sembrado de sorpresas. Para contagiarlos de esperanza cuando esas vidas jóvenes se sienten dominadas por el desaliento. Sólo el amor que viene de Dios mana sin cesar como una corriente de agua que desafía el rigor de los más intensos veranos.

Ese amor que ustedes han regalado a sus hijos es uno de los vehículos de los que Dios se vale para expresar el amor primero. Por eso San Juan recalca: "Queridos hermanos: debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios".

Jesús se identifica con esos niños cuando alguien los ama: "Quien recibe en mi nombre a un niño me recibe a mí" (Mateo 18:5). Y Él se encarga de premiar a quien lo acoge en el que carece de techo, de alimento, de vestido, de libertad o de familia.

En la tarde de la vida a todos se nos va a pedir cuentas de la manera como hayamos amado. No se nos va a premiar por los conocimientos conseguidos ni por los bienes acumulados, ni por los honores conquistados. Como expresa bellamente Juan Pablo II, en el momento de rendir cuentas, Jesucristo les dirá a cada uno de nosotros: "Fui niño todavía no nacido y me acogisteis permitiéndome nacer; fui niño abandonado y fuisteis para mí una familia; fui niño huérfano y me habéis adoptado y educado como a un hijo vuestro. Ayudasteis a las madres que dudaban o que estaban sometidas a fuertes presiones, para que aceptaran el hijo no nacido y le hicieran nacer" (Carta a las Familias, n. 22).

Fuente: Fragmento editado de la homilía del Padre Gilberto Gómez B., pronunciada durante la eucaristía que presidió el 16 de agosto de 1997, para celebrar el XXV aniversario de la fundación de FANA en Bogotá, Colombia.