Familia

El esforzado camino de la paz

Hay una histórica acusación, muy fundada por lo demás, de que los hombres hemos manejado la espada con harta profusión, y ello para mayor escarnio, con la palabra paz en la boca.

La historia del hombre al menos como civilización, es una historia de sangre y lágrimas.

La guerra es tan nefasta y tan vergonzosa, que incluso con la excusa de la paz, o de la justicia perfecta no puede ser aprobada por un hombre de bien.

Mas tampoco puede ser detenida con puros razonamientos éticos o con un idealismo jurídico.

La paz es todo un edificio moral a levantar en el corazón de los hombres, pero también en el de las instituciones de los pueblos y de su vida diaria, sus hombres y su cultura, tanto jurídica, política y económica.

Si levantamos los ojos, ¿qué vemos? Vemos una humanidad formada por hombres de variadas creencias, con ideas políticas muy diversas que los lleva a actitudes opuestas, no siempre expresadas con pasividad, sino todo lo contrario.

Vemos también una humanidad dividida cruelmente por “status” de vida tan diferentes y por intereses tan encontrados, que nuestro corazón se encoge de pavor o quizá se siente inclinado a abrazar alguno de los partidos en lucha.

La vida y la forma de vivirla, lleva o tienta frecuentemente a las personas a actitudes reñidas con la convivencia.

Pero por cruel que sea, tenemos que esforzarnos en decir no, jamás debemos permitir ser arrastrados a actos violentos por violencia justificada que traten de inculcarnos. No hay violencia santa, ni violencia justificada.

Aquel que desee la vida a esta humanidad, aquel que no quiera su muerte, debe practicar, e incluso padecer, una gran tolerancia, una gran comprensión para todos.

Porque el respeto al otro es la base de la paz. Hay que aceptarlo y amarlo, no olvidar jamás que es un hombre. Y esto es difícil.

La paz no es la simple ausencia de guerra, ni el equilibrio de fuerzas opuestas: tampoco debe confundirse con el mantenimiento del orden establecido, fruto de la imposición de una raza, de un pueblo o de un grupo sobre los demás; no consiste en la resignación pasiva que sufren hombres y pueblos.

Las exigencias de la justicia y del amor giran en torno a los derechos y los deberes de los hombres en la convivencia personal y social y se refieren tanto a la convivencia de las personas como el justo ordenamiento de las instituciones y de las estructuras.

Ninguna estructura, ni ninguna institución puede ser reformada si antes no hemos cambiado al hombre. Si antes no hemos cambiado las actitudes personales de cada hombre.

Y el cambio individual solo podrá producirse si hay una voluntad personal de hacerlo. Tampoco puede ser impuesta. Las personas cambian si somos capaces de hacerles reflexionar y que cada uno asuma el cambio.

Esperemos que las futuras generaciones se las eduque para la paz. Porque son muchos que hablan de paz, pero ¿aman las cosas que llevan a la paz?

Hay que educar en las cosas que nos llevan a la paz.

Con actitudes de paz, con actitudes de tolerancia, con actitudes de comprensión.

Salvador Casadevall

salvadorcasadevall@yahoo.com.ar

REFLEXIONES DESDE LA FAMILIA..........para acompañar a vivir

Galardonado con la Gaviota de Oro-Mar del Plata 2007 Programa “Día Internacional de la Mujer”

Galardonado con la Rosa de Plata-Buenos Aires 2007 Programa “Navidad”

Galardonado con la Gaviota de Oro-Mar del Plata 2006 Programa “Día del Niño”

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